Comentario
CAPÍTULO XXII
Vitachuco sale de paz, y arma traición a los españoles, y la comunica a los intérpretes
Con la afable respuesta que el gobernador envió, mostró Vitachuco había recibido contento, y, para más disimular su mala intención, daba a entender y públicamente decía que de día en día le crecía el afición y deseo de ver los españoles para servirlos como ellos mismos verían. Mandó a los suyos, los que eran nobles, que se apercibiesen para salir a recibir al gobernador, y que en el pueblo hubiese mucho recaudo de agua, leña y comida para la gente, y hierba para los caballos, y que de los otros pueblos de su estado trajesen mucho bastimento y lo recogiesen todo en aquel donde estaban, porque no hubiese falta de cosa alguna para el servicio y regalo de los castellanos.
Juan Coles dice en su relación que afirmaban los indios tener esta provincia de los tres hermanos doscientas leguas de largo.
Proveídas estas cosas, salió Vitachuco de su pueblo acompañado de sus dos hermanos y de quinientos caballeros indios gentileshombres, hermosamente aderezados, con plumajes de diversos colores, y sus arcos en las manos, y las flechas de las más pulidas y galanas que ellos hacen para su mayor ornamento y gala. Y, habiendo caminado dos leguas, halló al gobernador alojado con su ejército en un hermoso valle. Hasta allí había caminado el general a jornadas muy cortas porque supo que gustaría Vitachuco de salir al camino a besarle las manos. Y así se las besó con ostentación de toda paz y amistad. Suplicó al gobernador le perdonase las palabras desordenadas que con mala relación había hablado de los castellanos, mas que ahora, que estaba desengañado, mostraría por las obras cuánto deseaba servir a su señoría y a todos los suyos, y por ellas satisfaría lo que con las palabras les hubiese ofendido; y, para lo hacer con mejor título, dijo que por sí, y en nombre de todos sus vasallos, daba a su señoría la obediencia y le reconocía por señor.
El gobernador le recibió y abrazó con mucha fidelidad y le dijo que no se acordaba de las palabras pasadas, porque no las había oído para tenerlas en la memoria, que de la amistad presente holgaba mucho, y holgaría asimismo saber su voluntad para darle contento sin salir de su gusto.
El maese de campo, y los demás capitanes de guerra y los ministros de la hacienda de Su Majestad, y, en común, todos los españoles, hablaron a Vitachuco con muestras de alegría de su buena venida, el cual sería de edad de treinta y cinco años, de muy buena estatura de cuerpo, como generalmente lo son todos los indios de la Florida, mostraba bien en su aspecto la bravosidad de su ánimo.
El día siguiente entraron los castellanos en forma de guerra en el pueblo principal de Vitachuco, llamado del mismo nombre, que era de doscientas casas grandes y fuertes, sin otras muchas pequeñas que en contorno de ellas, como arrabales, había. En las unas y en las otras se aposentaron los cristianos; y el gobernador, y la gente de su guarda de servicio, y los tres hermanos curacas se alojaron en la casa de Vitachuco, que según era grande, hubo para todos.
Dos días estuvieron juntos con mucha fiesta y regocijo los tres caciques y los españoles. Al día tercero, los dos hermanos curacas pidieron licencia al gobernador y a Vitachuco para volver a sus tierras, la cual habida, con dádivas que el general les dio, se fueron en paz, muy contentos del buen tratamiento que los españoles les habían hecho.
Otros cuatro días anduvo Vitachucho después de que sus hermanos se fueron haciendo grandes ostentaciones en el servicio de los cristianos, por descuidarlos, para con más seguridad hacer lo que contra ellos deseaba y tenía imaginado. Porque su fin e intento era matarlos a todos, sin que escapase alguno, y este deseo era en él tan ardiente y apasionado que le tenía ciego para que no mirase y considerase los medios que tomaba para el efecto, ni los consultase con sus capitanes y criados, ni procurase otro consejo alguno de parientes o amigos que desapasionadamente le dijesen lo que le convenía, sino que le parecía que antes le habían de estorbar su buen hecho que ayudar en él, y que bastaba desearlo él, y trazarlo por sí solo, para que todo le sucediese bien. Y el consejo que pidió y tomó fue de quien se lo dio conforme a su gusto y deseo, sin mirar los inconvenientes y sin juicio ni prudencia; y huyó de los que podían dárselo acertadamente. Condición es de gente confiada de sí misma, a quien sus propios hechos dan el castigo de su imprudencia, como hicieron a este cacique, pobre de entendimiento y falto de razón.
No pudiendo Vitachuco sufrir más los estímulos y fuegos de la pasión y deseo que tenía de matar los castellanos, al quinto día de como se habían ido sus hermanos llamó en secreto cuatro indios que el gobernador llevaba por lenguas, que, como las provincias tenían diferentes lenguajes, era menester casi de cada una un intérprete que de mano en mano fuese declarando lo que el primero decía. Dioles cuenta de sus buenos propósitos; díjoles que tenía determinado matar los españoles, los cuales, con la mucha confianza que en su amistad tenían según le parecía, andaban ya muy descuidados y se fiaban de él y de sus vasallos, de los cuales, dijo, tenía apercibidos más de diez mil hombres de guerra escogidos y les había dado orden que, teniendo las armas escondidas en un monte que estaba cerca de allí, saliesen y entrasen en el pueblo con agua, leña y hierba y las demás cosas necesarias para el servicio de los cristianos para que ellos, viéndolos sin armas y tan serviciales, se descuidasen y se fiasen del todo; y que, pasados otros dos o tres días, convidaría al gobernador a que saliese al campo a ver sus vasallos, que se los quería mostrar puestos en forma de guerra para que viese el poder que tenía y el número de soldados con que, en las conquistas que adelante hiciese, le podría servir. A estas razones añadió otras, y dijo: "El gobernador, pues somos amigos, saldrá descuidado, y yo mandaré que vayan cerca de él una docena de indios fuertes y animosos, que, llegando cerca de mi escuadrón, lo arrebaten en peso, como quiera que salga, a pie o a caballo, y den con él en medio de los indios, los cuales arremetían entonces con los demás españoles, que estarán desapercibidos, y, con la repentina prisión de su capitán, turbados; y así con mucha facilidad los prenderán y matarán. En los que prendiesen, pienso ejecutar todas las maneras de muertes que les he enviado a decir por amenaza, porque vean que no fueron locuras y disparates, como las juzgaron y rieron por tales, sino verdaderas amenazas". Dijo que a unos pensaba asar vivos, y a otros cocer vivos, y a otros enterrar vivos con las cabezas de fuera, y que otros habían de ser atosigados con tósigo manso para que se viesen podridos y corrompidos. Otros habían de ser colgados por los pies de los árboles más altos que hubiese para que fuesen manjar de las aves. De manera que no había de quedar género de cruel muerte que no se ejecutase en ellos; que les encargaba le dijesen su parecer y le guardasen el secreto, que les prometía, acabada la jornada, si quisiesen quedar en su tierra, darles cargos y oficios honrosos, y mujeres nobles y hermosas, y las demás preeminencias, honras y libertades que los más nobles de su estado gozaban, y, si quisiesen volverse a sus tierras, los enviaría bien acompañados y asegurados los caminos por do pasasen hasta ponerlos en sus casas. Mirasen que aquellos cristianos los llevaban por fuerza hechos esclavos y que los llevarían tan lejos de su patria que, aunque después les diesen libertad, no podrían volver a ella. Atendiesen, demás del daño particular de ellos, al general universal de todo aquel gran reino que los castellanos no iban a les hacer bien alguno, sino a quitarles su antigua libertad y hacerlos sus vasallos y tributarlos y a tomarles sus mujeres e hijas las más hermosas y lo mejor de sus tierras y haciendas, imponiéndoles cada día nuevos pechos y tributos. Todo lo cual no era de sufrir, sino de remediar en tiempo, antes que tomasen asiento y se arraigasen entre ellos. Que les rogaba y encargaba, pues el hecho era bien común, le ayudasen con industria y consejo, y ayudasen su pretensión por justa y su determinación por animosa, y la traza y orden por acertada.
Los cuatro indios intérpretes le respondieron que la empresa y hazaña era digna de su ánimo y valerosidad, y que todo lo que tenía ordenado les parecía bien, y que, conforme a tan buena traza, no podía dejar de salir el efecto como lo esperaban; que todo el reino le quedaba en gran cargo y obligación por haber amparado y defendido la vida y hacienda, honra y libertad de todos sus moradores; y que ellos harían lo que les mandaba, guardarían el secreto, suplicarían al Sol y a la Luna encaminasen y favoreciesen aquel hecho como él lo tenía trazado y ordenado; que ellos no podían servirle más de con el ánimo y voluntad, que, si como tenían los deseos tuvieran las fuerzas, no tuviera su señoría necesidad de más criados que ellos para acabar aquella hazaña tan grande y famosa.