Comentario
CAPÍTULO XI
El cacique de Apalache va con orden del gobernador a reducir sus indios
Con la presa del cacique se volvió el general muy contento al pueblo de Apalache, por parecerle que con la prisión del señor cesarían las desvergüenzas y atrevimientos de los vasallos. Los cuales, después que los castellanos entraron en aquel pueblo, no habían dejado de hacer insultos de día y de noche, dándoles arma y rebatos muy a menudo, andando tan astutos y diligentes en sus asechanzas que, en desmandándose el español, por poco que se apartase del real, luego lo salteaban y mataban o herían. Todo lo cual le pareció al general se acabaría con tener al curaca en su poder. Mas toda esta esperanza le salió vana, porque los indios, con la pérdida de su cacique, quedaron más libres y desvergonzados y fueron más continuos en las molestias que a los cristianos hacían, porque como no tenían señor en cuya guarda y servicio se ocupasen, todos se convertían en molestar y dañar a los castellanos más obstinadamente que antes. De lo cual, enojado el adelantado, habló un día a Capasi, y le dijo la pesadumbre que tenía de la mucha insolencia y ningún agradecimiento que sus vasallos mostraban al buen tratamiento que a su curaca y a ellos se les había hecho en no haber ejecutado el mal y daño que en sus personas y haciendas pudieran hacer en castigo de la rebeldía de ellos; que antes los había tratado como amigos, que, si no era irritado de ellos mismos, no habían muerto ni herido indio alguno ni movídose a hacer daño en sus pueblos y sementeras, pudiendo talar y quemar toda su provincia porque eran tierras y casas de enemigos tan perversos como ellos; que les mandase cesar de sus traiciones y desvergüenzas si no quería que les hiciese guerra a fuego y a sangre; que mirase que estaba en poder de los españoles, los cuales le honraban y trataban con mucho respeto y regalo, y que podría ser que los desacatos y la mucha soberbia de sus vasallos causasen su muerte y la total destrucción de su patria.
El curaca respondió con mucha sumisión y muestras de gran sentimiento, diciendo que le pesaba en extremo que sus vasallos no correspondiesen a la obligación de la merced que su señoría les había hecho, ni sirviesen como él lo deseaba y había procurado, después que estaba en su poder, con mensajeros que les había enviado mandándoles que cesasen de enojar y dar pesadumbre a los castellanos; pero que los recaudos no habían hecho efecto alguno porque los indios no querían creer que fuesen del cacique, sino ajenos, ni podían persuadirse a entender la merced y regalo que su señoría le hacía ni que estaba libre; antes sospechaban que lo tenía muy mal tratado, en hierros y prisiones, y que esta sospecha era la causa de que anduviesen ahora más solícitos y porfiados en sus asechanzas que antes. Por lo cual suplicaba a su señoría mandase a sus capitanes y gentes que, llevándolo a buen recaudo, fuesen con él cinco o seis leguas del real, donde él los guiase, que allí estaban retirados en un gran monte los más nobles y principales de sus vasallos, a los cuales llamaría a grandes voces, de día o de noche, nombrándolos por sus nombres, y ellos, oyendo la voz de su señor, acudirían todos a su llamado y, habiéndose desengañado de su mala sospecha, se apaciguarían y harían lo que les mandasen, como lo vería por obra; y que éste era el camino más cierto y más breve para reducir los indios a su servicio, por el respeto y veneración que naturalmente tenían a sus curacas, y que por vía de mensajeros no aprovecharía cosa alguna ni se negociaría nada con ellos, porque habían de responder que eran recaudos falsos y fingidos que los enviaban sus propios enemigos y no su cacique.
Con estas palabras, y un semblante muy penado, persuadió Capasi a Hernando de Soto que lo enviase donde él decía, y así se ordenó y puso por obra. Fueron con él dos compañías, una de caballos y otra de infantes, los cuales iban muy encargados de la guarda y buen recaudo del curaca, no se les huyese. Con este cuidado salieron del real antes que amaneciese; caminaron seis leguas hacia el mediodía; llegaron cerca de la noche al puesto donde el cacique decía que estaban los suyos en unos montes que por allí había.
Luego que Capasi llegó al sitio señalado, entraron en el monte tres o cuatro indios de los que con él habían ido y en poco espacio volvieron otros diez o doce de los que estaban en los montes, a los cuales mandó el curaca que aquella noche apercibiesen a todos los indios principales que en el monte había para que se juntasen y el día siguiente pareciesen ante él que por su propia persona les quería dar noticia de cosas que importaban mucho a la honra, salud y provecho de todos ellos. Con este recaudo se volvieron los indios al monte, y los castellanos, habiendo puesto sus centinelas y buena guarda en la persona del cacique, reposaron aquella noche con mucho contento de lo que estaba ordenado, pareciéndoles que su pretensión iba encaminada a que ellos volviesen con honra y gloria de su jornada, no advirtiendo que las mayores esperanzas que los hombres de sí mismos se prometen suelen salir más vanas, como les acaeció a estos españoles.