Comentario
CAPÍTULO XXIII
Ofrece el cacique Coza su estado al gobernador para que asiente y pueble en él, y cómo el ejército sale de aquella provincia
Un día de los que estuvieron los españoles en este pueblo llamado Coza, el señor de él, que había comido a la mesa del gobernador, habiendo hablado con él muchas cosas pertenecientes a la conquista y al poblar de la tierra y habiendo respondido con mucha satisfacción del adelantado a todo lo que acerca de esto le había preguntado, cuando le pareció tiempo, se levantó en pie y, haciendo al general una gran reverencia con mucha veneración a la usanza de los indios y volviendo los ojos a los caballeros que a una mano y otra del gobernador estaban, como que hablaba con todos, dijo: "Señor, el amor que a vuestra señoría y a todos los suyos he cobrado en estos pocos días que ha que le conozco me fuerza a suplicarle que, si busca tierras buenas donde poblar, tenga por bien de quedarse en la mía y hacer asiento en ella, que yo creo que es una de las mejores provincias que vuestra señoría habría visto de cuantas ha hallado en este reino, y más, hago saber a vuestra señoría que acertó a pasar por lo más flaco y ver lo menos bueno de ella. Si vuestra señoría gustase de verla de espacio, yo le llevaré por otras partes mejores que le darán todo contento y podrá tomar de ellas lo que mejor le pareciese para poblar y fundar su casa y corte. Y, si no quisiese hacerme de presente esta merced, a lo menos no me niegue el invernar en este pueblo el invierno que viene, que está ya cerca, donde le serviremos como vuestra señoría verá, que a las obras me remito. Y entonces podrá vuestra señoría enviar de espacio sus capitanes y soldados para que, habiendo visto mi tierra por todas partes, traigan verdadera relación de lo que he dicho para mayor satisfacción de vuestra señoría."
El gobernador le agradeció su buena voluntad y le dijo que en ninguna manera podía poblar dentro en la tierra hasta saber qué puerto o puertos tenía en la costa de la mar para recibir los navíos y gente que de España, o de otras partes viniesen a ellos con ganados y plantas y las demás cosas necesarias para poblar, que, cuando fuese tiempo, recibiría su ofrecimiento y mantendría siempre su amistad, y que entretanto sosegase, que no tardaría en volver por allí poblando la tierra y que entonces haría cuanto le pidiese de su gusto y contento.
El cacique le besó las manos y dijo que tomaba aquellas palabras de su señoría por prendas de su promesa, y que las guardaría en su corazón y en su memoria hasta verlas cumplidas, que lo deseaba en extremo. Este señor era de edad veintiséis o veintisiete años, muy gentil hombre, como lo son los más de aquella tierra, y de buen entendimiento. Hablaba con discreción y daba buena razón de todo lo que le preguntaban; parecía haberse criado en una corte de toda doctrina y policía.
Pasados diez o doce días que el ejército hubo descansado en el pueblo de Coza, más por condescender con la voluntad del curaca, que gustaba de los tener en su tierra, que por necesidad que hubiesen tenido de descansar, le pareció al gobernador seguir su viaje en demanda de la mar, como lo llevaba encaminado, que desde que salió de la provincia de Xuala había caminado hacia la costa haciendo un arco por la tierra para salir al puerto de Achusi como lo habían concertado con el capitán Diego Maldonado, que había quedado a descubrir la costa y había de venir al principio del invierno venidero al dicho puerto de Achusi con socorro de gente y armas, ganado y bastimentos, como atrás dejamos dicho. Y éste era el fin principal del gobernador: ir a este puerto para empezar a hacer su población.
El cacique Coza quiso acompañar al general hasta los límites de su tierra y así salió en su compañía con mucha gente noble de guerra y mucho bastimento e indios de carga que lo llevasen. Caminaron con el orden acostumbrado cinco jornadas. Al fin de ellas llegaron a un pueblo llamado Talise, que era el último de la provincia de Coza y frontera y defensa de ella. Era fuerte en extremo, porque, demás de la cerca que tenía hecha de madera y tierra, le cercaba casi todo un gran río y lo dejaba hecho península. Este pueblo Talise no obedecía bien a su señor Coza, por trato doble de otro señor llamado Tascaluza, cuyo estado confinaba con el de Coza y le hacía vecindad no segura ni amistad verdadera, y, aunque los dos no traían guerra descubierta, el Tascaluza era hombre soberbio y belicoso, de muchas cautelas y astucias, como adelante veremos, y, como tal, tenía desasosegado este pueblo para que no obedeciese bien a su señor. Lo cual, habiéndolo entendido de mucho atrás el cacique Coza, holgó de venir con el gobernador, así por servirle en el camino, y en el mismo pueblo Talise, como por amedrentar los moradores de él con el favor de los españoles y hacer que le fuesen obedientes.
En el pueblo de Coza quedó huido un cristiano, si lo era, llamado Falco Herrado. No era español ni se sabía de cuál provincia fuese natural, hombre muy plebeyo, y así no se echó menos hasta que el ejército llegó a Talise. Hiciéronse diligencias para volverlo a cobrar, mas no aprovecharon, porque muy desvergonzadamente envió a decir con los indios que fueron con los recaudos del gobernador que por no ver ante sus ojos cada día a su capitán, que le había reñido y maltratado de palabra, quería quedarse con los indios y no ir con los castellanos, por tanto, que no le esperasen jamás.
El curaca respondió más comedida y cortésmente a la demanda que el gobernador le hizo pidiéndole mandase a sus indios trajesen aquel cristiano huido; dijo que, pues no habían querido quedarse todos en su tierra, holgaba mucho se hubiese quedado siquiera uno, que suplicaba a su señoría le perdonase, que no haría fuerza para que volviese al que de su gana se quedase, antes lo estimaría en mucho. El gobernador, viendo que quedaba lejos y que los indios no le habían de compeler a que volviese, no hizo más instancia por él.
Olvidádosenos ha de decir cómo en el mismo pueblo de Coza quedó un negro enfermo que no podía caminar, llamado Robles, el cual era muy buen cristiano y buen esclavo. Quedó encomendado al cacique y él tomó a su cargo el regalarle y curarle con mucho amor y voluntad. Hicimos caudal de estas menudencias para dar cuenta de ellas para que, cuando Dios Nuestro Señor sea servido que aquella tierra se conquiste y gane, se advierta a ver si quedó algún rastro o memoria de los que así se quedaron entre los naturales de este gran reino.