Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO XXV


Llega el gobernador a Mauvila y halla indicios de traición



Luego que los dos soldados salieron del real, mandó el gobernador apercibir cien caballos y cien infantes que fuesen con él y con Tascaluza, que ambos quisieron ser aquel día de vanguardia. Al maese de campo dejó mandado que con el demás ejército saliese con brevedad en su seguimiento. El cual salió tarde y la gente caminó derramada por los campos cazando y habiendo placer, bien descuidados, por la mucha paz que todo aquel verano hasta allí habían traído, de haber batalla.

El gobernador, que llevaba cuidado de caminar, llegó a las ocho de la mañana al pueblo de Mauvila, el cual era de pocas casas, que apenas tenía ochenta, empero todas ellas muy grandes, que algunas eran capaces de mil y quinientas personas, y otras de mil, y las menores de más de quinientas. Llamamos casa a lo que es un cuerpo solo como una iglesia, que los indios no labraban sus casas trabando unos cuerpos con otros, sino que cada una, conforme a su posibilidad, hacía un cuerpo de casa como una sala, y ésta tenía sus apartados con las oficinas necesarias, que eran harto pocas, y a estos cuerpos, así solos, llaman casas. Y como las de este pueblo habían sido hechas para frontera y plaza fuerte y para ostentación de la grandeza del señor, eran muy hermosas y las más de ellas eran del cacique, y las otras, de los hombres más principales y ricos de todo su estado.

El pueblo estaba asentado en un muy hermoso llano. Tenía una cerca de tres estados en alto, la cual era hecha de maderos tan gruesos como bueyes; estaban hincados en tierra, tan juntos que estaban pegados unos con otros. Otras vigas menos gruesas y más largas iban atravesadas por la parte de afuera y de adentro, atadas con cañas quebradas y cordeles fuertes y embarrados por cima con mucho barro pisado con paja larga, la cual mezcla henchía todos los huecos y vacíos de madera y sus ataduras, de tal suerte que propiamente parecía pared enlucida con plana de albañil. A cada cincuenta pasos de esta cerca había una torre, capaz de siete u ocho hombres, que podían pelear en ella. La cerca por lo bajo, en altor de un estado, estaba llena de troneras para tirar las flechas a los de fuera. No tenía el pueblo más de dos puertas, una al levante y otra al poniente. En medio del pueblo había una gran plaza; en derredor de ella estaban las casas mayores y más principales.

A esta plaza llegaron el gobernador y el gigante Tascaluza, el cual, luego que se apeó, llamó a Juan Ortiz, intérprete, y señalando con el dedo, le dijo: "En esta casa grande se aposentará el gobernador, y los caballeros y gentiles hombres que su señoría quisiese tener consigo. Y su servicio y recámara se pondrá en esotra que está cerca de ella y, para la demás gente, un tiro de flecha fuera del pueblo, tienen mis vasallos hechas muchas ramadas muy buenas en las cuales podrán alojarse a placer, porque el pueblo es pequeño y no cabemos todos en él." El general respondió que, venido el maese de campo, haría en él alojamiento, y, en todo lo demás, lo que él ordenase. Con esto se entró Tascaluza en una casa de las mayores que había en la plaza, donde como después se supo, tenía los capitanes de su consejo de guerra. El gobernador y los caballeros e infantes que con él vinieron se quedaron en la plaza y mandaron sacar los caballos fuera del pueblo hasta saber dónde se habían de alojar.

Gonzalo Cuadrado Jaramillo, que como dijimos se había adelantado a ver y reconocer el pueblo de Mauvila, luego que el gobernador se apeó, salió de él y le dijo: "Señor, yo he mirado con atención este pueblo y las cosas que en él he visto y notado no me dan seguridad alguna de la amistad de este curaca y de sus vasallos, antes me causan mala sospecha que nos tienen armada alguna traición, porque en esas pocas casas que vuestra señoría ve hay más de diez mil hombres de guerra, gente escogida, que en todos ellos no hay un viejo ni indio de servicio sino que todos son de guerra, nobles y mozos, y todos están apercibidos de armas en mucha cantidad y, sin las que cada uno de ellos tiene en particular para sí, muchas casas de éstas están llenas de ellas, que son depósito común de armas. Demás de esto, aunque estos indios tienen consigo muchas mujeres, todas son mozas y ninguna de ellas tiene hijos, ni en todo el pueblo hay tan sólo un muchacho, sino que están libres y desembarazados de todo impedimento. El campo, un tiro de arcabuz alderredor del pueblo, como vuestra señoría lo habrá visto, tienen limpio y desherbado de tal manera y con tanta curiosidad que aun hasta las raíces de las hierbas tienen arrancadas a mano, lo cual me parece señal de querernos dar batalla y que no haya cosa que les estorbe. Con estos malos indicios se puede juntar la muerte de los dos españoles que del alojamiento pasado ayer faltaron, por todo lo cual me parece que vuestra señoría debe recatarse de este indio y no fiarse de él que, aunque no hubiera más del mal rostro y peor semblante que él y los suyos hasta ahora nos han mostrado, y la soberbia y desvergüenza con que nos hablan, bastara para apercibirnos a no tener su amistad por buena sino por falsa y engañosa."

El general respondió que de mano en mano, entre los que allí estaban, pasase la palabra y el aviso de unos a otros de lo que en el pueblo había para que todos, disimuladamente, estuviesen apercibidos. Y particularmente mandó a Gonzalo Cuadrado que, luego que el maese de campo llegase, le diese la noticia de lo que en el pueblo había visto para que ordenase lo que a todos conviniese.

Alonso de Carmona, en su cuaderno escrito de mano, hace muy larga relación del viaje que estos españoles, y él con ellos, hicieron desde la provincia del Cofachiqui hasta la de Coza, y cuenta las grandezas de la provincia de Coza y de las generosidades del señor de ella, y nombra muchos pueblos de los de aquel camino, aunque no todos los que yo he nombrado. Y de la estatura de Tascaluza dice que para gigante no le faltaba casi nada y que era muy bien agestado.

Y Juan Coles, hablando de este jayán, dice estas palabras: "Llegados que fuimos a la provincia de este señor Tascaluza, nos salió de paz. Este era un hombre grande, que desde el pie a la rodilla tenía tanta canilla como otro hombre muy grande desde el pie a la cintura; tenía los ojos como de buey. De camino iba en un caballo, y el caballo no lo podía llevar. Vistiolo el adelantado de grana y diole una muy hermosa capa de ella misma."

Y Alonso de Carmona, habiendo dicho el vestido de grana, añade estas palabras: "Al entrar el gobernador y Tascaluza en Mauvila, salieron los indios a recibirlos con bailes y danzas por más disimular su traición, y las hacían los más principales. Y acabado aquel regocijo, salió otro baile de mujeres hermosísimas a maravilla, porque, como tengo dicho, son muy bien agestados aquellos indios y asimismo las mujeres, en tanto grado que después, cuando nos salimos de la tierra y fuimos a parar a México, sacó el gobernador Moscoso una india de esta provincia de Mauvila, que era muy hermosa y muy gentil mujer, que podía competir en hermosura con la más gentil de España que había en todo México, y así, por su gran extremo, enviaban aquellas señoras de México a suplicar al gobernador se la enviase, que la querían ver. Y él lo hacía con gran facilidad porque se holgaba de que se la codiciasen muchos." Todas son palabras de Alonso de Carmona como él mismo las dice. Y huelgo de referir éstas y todas las que en la historia van en nombre de estos dos soldados, testigos de vista, para que se vea cuán claro se muestran ambas relaciones y la nuestra ser todas de un paño.

Y poco más adelante dice Alonso de Carmona el aviso que decimos que Gonzalo Cuadrado Jaramillo (aunque no lo nombra) dio al gobernador Hernando de Soto. Y añade que le dijo cómo aquella mañana, y otras muchas antes, habían salido los indios a ensayarse al campo con un parlamento que cada día les hacía un capitán antes de la escaramuza y ejercicio militar.

El cacique Tascaluza (como queda dicho), luego que el gobernador y él entraron en el pueblo, se entró en una casa donde estaba su consejo de guerra esperando para concluir y determinar el orden que habían de tener en matar los españoles, porque de mucho atrás tenía determinado aquel curaca matarlos en el pueblo Mauvila. Y para esto había juntado la gente de guerra que allí tenía, no solamente de sus vasallos y súbditos, sino también de los vecinos y comarcanos, para que todos gozasen del triunfo y gloria de haber muerto los castellanos y hubiesen su parte del despojo que llevaban, que con esta condición habían venido los no vasallos.

Pues como Tascaluza se viese entre sus capitanes y con los más principales de su ejército, les dijo que con brevedad determinasen el cómo harían aquel hecho, si degollarían luego a los españoles que allí al presente estaban en el pueblo, y en pos de ellos a los demás como fuesen viniendo, o si aguardarían a que llegasen todos, que, según se hallaban poderosos y bravos, esperaban degollarlos con tanta facilidad a todos juntos como divididos en tres tercios de vanguarda, batalla y retaguarda que el ejército traía caminando, que lo determinasen luego porque él no aguardaba sino la resolución de ellos.