Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO XXXII


Lo que hicieron los españoles después de la batalla de Mauvila, y de un motín que entre ellos se trataba



Como en la batalla de Mauvila se hubiese quemado todo lo que llevaban para decir misa, de allí adelante, por orden de los sacerdotes, se componía y adornaba un altar los domingos y fiestas de guardar, y esto cuando había lugar para ello, y se revestía un sacerdote de ornamentos que hicieron de gamuza a imitación del primer vestido que en el mundo hubo, que fue de pieles de animales, y, puesto en el altar, decía la confesión y el introito de la misa y la oración, epístola y evangelio, y todo lo demás, hasta el fin de la misa, sin consagrar, y llamábanla estos castellanos misa seca, y el mismo que la decía, u otro de los sacerdotes, declaraba el evangelio y sobre él hacía su plática o sermón. Y con esta manera de ceremonia que hacían en lugar de la misa se consolaban de la aflicción que sentían de no poder adorar a Jesucristo Nuestro Señor y Redentor en las especies sacramentales, lo cual les duró casi tres años, hasta que salieron de la Florida a tierra de cristianos.

Ocho días estuvieron nuestros españoles en las malas chozas que hicieron dentro en Mauvila y, cuando estuvieron para poder salir, se pasaron a las que los indios tenían hechas para alojamiento de ellos, donde estuvieron más bien acomodados. Y pasaron en ellas otros quince días, curándose los heridos, que eran casi todos. Los que menos lo estaban salían a correr la tierra y buscar de comer por los pueblos que en la comarca había, que eran muchos, aunque pequeños, donde hallaron asaz comida.

Por todos los pueblos que cuatro leguas en contorno había, hallaron los españoles muchos indios heridos que habían escapado de la batalla, mas no hallaban indio ni india con ellos que los curasen. Entendiose que venían de noche a darles recaudo y que se volvían de día a los montes. A estos tales indios heridos antes los regalaban los castellanos, y partían con ellos de la comida que llevaban, que no los maltrataban. Por los campos no parecía indio alguno, y, por la mucha diligencia que los de a caballo hicieron buscándolos, prendieron quince o veinte para tomar lengua de ellos. Y, habiéndoseles preguntado si en alguna parte se hacía junta de indios para venir contra los españoles, respondieron que, por haber perecido en la batalla pasada los hombres más valientes, nobles y ricos de aquella provincia, no había quedado en ella quien pudiese tomar armas. Y así pareció ser verdad, porque en todo el tiempo que los nuestros estuvieron en este alojamiento, no acudieron indios de día ni de noche siquiera a darles rebato y arma, que con sólo inquietarlos les hicieran mucho daño y perjuicio, según quedaron de la batalla mal parados.

En Mauvila tuvo nuevas el gobernador de los navíos que los capitanes Gómez Arias y Diego Maldonado traían descubriendo la costa y cómo andaban en ella, la cual relación tuvo antes de la batalla y, después de ella, se certificó por los indios que quedaron presos, de los cuales supo que la provincia de Achusi, en cuya demanda iban los españoles, y la costa de la mar estaban pocas menos de treinta leguas de Mauvila.

Con esta nueva holgó mucho el gobernador, por acabar y dar fin a tan larga peregrinación, y principio y comienzo a la nueva población que en aquella provincia pensaba hacer, que su intento, como atrás hemos dicho, era asentar un pueblo en el puerto de Achusi para recibir y asegurar los navíos que de todas partes a él fuesen, y fundar otro pueblo, veinte leguas la tierra más adentro, para desde allí principiar y dar orden en reducir los indios a la fe de la Santa Iglesia Romana y al servicio y aumento de la corona de España.

En albricias de esta buena nueva, y porque fue certificado que de Mauvila hasta Achusi había seguridad por los caminos, dio libertad el gobernador al curaca que el capitán Diego Maldonado trajo preso del puerto de Achusi, al cual había traído consigo el adelantado haciéndole cortesía. Y no lo había enviado antes a su tierra por la mucha distancia que había en medio y por el peligro de que otros indios lo matasen o cautivasen por los caminos. Pues como supiese el general que estaba su tierra cerca y que había seguridad hasta llegar a ella, le dio licencia para que se fuese a su casa, encargándole mucho conservarse la amistad de los españoles, que muy presto los tendría por huéspedes en su tierra. El cacique se fue, agradecido de la merced que el gobernador le hacía, y dijo que holgaría mucho verlo en su tierra para servir lo que a su señoría debía.

Todos estos deseos que el adelantado tenía de poblar la tierra, y la orden y las trazas que para ello había fabricado en su imaginación, los destruyó y anuló la discordia, como siempre suele arruinar y echar por tierra los ejércitos, las repúblicas, reinos e imperios donde la dejan entrar. Y la puerta que para los nuestros halló fue que, como en este ejército hubiese algunos personajes de los que se hallaron en la conquista del Perú y en la prisión de Atahuallpa, que vieron aquella riqueza tan grande que allí hubo de oro y plata, y hubiesen dado noticia de ella a los que en esta jornada iban, y como, por el contrario, en la Florida no se hubiese visto plata ni oro, aunque la fertilidad y las demás buenas partes de la tierra fuesen tantas como se han visto, no contentaban cosa alguna para poblar ni hacer asiento en aquel reino.

A este disgusto se añadió la fiereza increíble de la batalla de Mauvila, que extrañamente les había asombrado y escandalizado, para desear dejar la tierra y salirse de ella luego que pudiesen porque decían que era imposible domar gente tan belicosa ni sujetar hombres tan libres, que por lo que hasta allí habían visto les parecía que ni por fuerza ni por maña podrían hacer con ellos que entrasen debajo del yugo y dominio de los españoles, que antes se dejarían matar todos y que no había para qué andarse gastando poco a poco en aquella tierra sino irse a otras ya ganadas y ricas como el Perú y México donde podrían enriquecer sin tanto trabajo, para lo cual sería bien, luego que llegasen a la costa, dejar aquella mala tierra e irse a la Nueva España.

Estas cosas, y otras semejantes, murmuraban y platicaban entre sí algunos pocos de los que hemos dicho. Y no pudieron tratarlas tan en secreto que no las oyesen algunos de los que con el gobernador habían ido de España y le eran leales amigos y compañeros, los cuales le dieron cuenta de lo que en su ejército pasaba y cómo hablaban resolutamente de salirse de la tierra luego que llegasen donde pudiesen haber navíos, o barcos, siquiera.