Comentario
A principios del siglo XIV, Enrique VII impuso a Mateo Visconti (muerto en 1322) como vicario imperial, poniendo fin a la rivalidad política entre las familias Visconti y Della Torre. Mateo, elegido por los milaneses capitán del pueblo, se desvinculó rápidamente de los dictámenes imperiales, dedicándose a imponer su jurisdicción sobre otras ciudades lombardas.
El creciente poderío visconteo, reforzado por los sucesores de Mateo -Galeazzo I (1322-1328), Azzone (1328-1339), Luchino (1339-1349)-, provocó la reacción de los estados colindantes, que formaron una liga defensiva (Lega di Castebaldo), capitaneada por Juan de Bohemia en calidad de representante imperial y alentada por los Scaligieri de Verona, sumamente afectados por la política agresiva de Milán. En 1331 Juan Visconti (muerto en 1354), arzobispo de Milán, derrotó a la liga y aprovechó su victoria para imponer su protectorado sobre Génova y Bolonia.
A mediados del siglo XIV el estado milanés comprendía toda Lombardía, incluyendo ciudades de evidente importancia económica como Brescia, Bérgamo o Cremona. Mateo II, Galeazzo II y Bernabé, sobrinos del combativo arzobispo de Milán, lograron mantener las posesiones milanesas frente a los ataques de la liga güelfa. Su expansión continuó a lo largo de toda la centuria, pese a las controversias existentes en el seno de la propia familia viscontea, la competencia florentina y el abierto enfrentamiento con el cardenal Gil de Albornoz.
Con Juan Galeazzo Visconti (1378-1402) las miras expansionistas de Milán se dirigieron hacia Veneto y Toscana, en donde sometió a Pisa y a Siena. Nombrado duque por el emperador Wenceslao (1395), llegó incluso a albergar la vana esperanza de ser coronado rey de Italia.
Sin embargo, la pujanza de Milán, fundamentada en la prosperidad económica de la ciudad y de toda la Llanura Padana, se vio recortada por diversos factores, entre los que no fue el menos importante el concepto patrimonial del estado entre los Visconti. Así, el duque Juan Galeazzo, dominador de buena parte de Emilia, Toscana y Veneto, dividió el patrimonio familiar entre sus tres hijos, Juan María, Felipe María y Gabriel.
Venecia trató de beneficiarse de la nueva situación e incorporó a sus dominios terrestres parte del Milanesado. Florencia tomó Pistoia, Arezzo, Volterra y Pisa (1406), consiguiendo de esta forma su anhelada apertura al mar. El Papa también alcanzó algún provecho de la desventaja viscontea y, así, retomó Bolonia, Perusa y otras ciudades de Umbría bajo jurisdicción milanesa.
La crisis de la autoridad viscontea en el norte y en el centro de la península italiana supuso el final de la utopía de crear un fuerte estado unitario en la región, dejando paso al sistema de estados regionales (Milán, Venecia, Florencia y Estados Pontificios), que alcanzó un equilibrio relativamente estable a mediados del siglo XV.
En consonancia con el fracaso de su política exterior, Milán vivió momentos de desequilibrio interno, que trataron de ser aprovechados por los condotieri al servicio de los Visconti. Algunos de ellos como Pandolfo Malatesta, Ottobono Terzo y Facino Cane llegaron a controlar pequeños señoríos dentro del propio ducado.
Felipe Maria Visconti (1412-1447), quien sucedió a su hermano Juan María, asesinado en 1412, consiguió retomar las riendas de la situación durante algunos años. Recuperó gran parte de los territorios perdidos gracias a la pericia militar de Francisco Bussone Carmagnola. Sus ambiciones fueron mas allá de la tradicional área de influencia de los Visconti al tomar por sorpresa Forli (1424).
Esta última acción supuso la inmediata reacción de Florencia, que entabló una liga defensiva con Venecia, a la que se unieron el duque de Saboya, el marqués de Monferrato y los señores de Ferrara y Mantua. Los milaneses sufrieron una grave derrota en Maclodio (1427) a manos de su antiguo comandante Carmagnola, que había optado por pasarse al bando veneciano. Las dudas que asediaron al condottiero a la hora de ordenar un avance general de sus tropas sobre Milán fueron motivo suficiente para ser arrestado y condenado a muerte por traición a la causa veneciana. Finalmente, las distintas partes en conflicto llegaron a un acuerdo de paz en Ferrara (1433), por el que Bérgamo y Brescia pasaron a Venecia y Milán dio por finalizada su etapa hegemónica de forma definitiva.