Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO IV


Los españoles vuelven el saco al curaca Chisca y huelgan de tener paz con él



El general y sus capitanes y soldados que de todo el invierno pasado venían hartos y ahítos de pelear y traían muchos heridos y enfermos, así hombres como caballos, ninguna inclinación tenían a la guerra sino a la paz y, con el deseo de ella, confusos de haber saqueado el pueblo y de haber enojado al curaca, le enviaron otros muchos recaudos con todas las buenas palabras blandas y suaves que se sufrían decir, porque demás de los inconvenientes que los españoles traían consigo, vieron que en menos de tres horas que hubieron llegado al pueblo se habían juntado con el cacique casi cuatro mil hombres de guerra, todos apercibidos de sus armas, y temieron los nuestros que, pues aquéllos se habían juntado en tan breve tiempo, vendrían muchos más adelante. Vieron asimismo que el sitio del lugar, así en el pueblo como fuera de él, era muy bueno y favorable para los indios y malo y desacomodado para los castellanos, porque por los muchos arroyos y montes que en todo aquel espacio había no podían aprovecharse de los caballos, como era menester para ofender a los indios. Y lo que les era de mayor consideración, y ellos lo traían bien experimentado, era ver que con la guerra y batallas no medraban nada, sino que antes se iban consumiendo, porque de día en día les mataban hombres y caballos, por todo lo cual instaban a la paz con mucho deseo de ella.

Al contrario, entre los indios (después que se juntaron a consultar los recaudos de los nuestros) había muchos que deseaban la guerra porque estaban lastimados con la prisión de sus mujeres e hijos, hermanos y parientes, y con la hacienda robada y, para restituirse en todo lo perdido, les parecía, según la ferocidad de los ánimos, que no tenían camino más corto que el de las armas, y cualquier otro se les hacía largo. Y, deseando verse ya en la batalla, contradecían la paz sin dar razón alguna más que la de su pérdida. Asimismo había otros indios que sin haber perdido cosa alguna que deseasen cobrar, sino sólo por mostrar sus fuerzas y valentía y por la natural inclinación que generalmente tienen a la guerra contradecían la paz. Los cuales proponían un caso de honra, diciendo que sería bien experimentar qué hombres eran en las armas aquéllos tan extraños y no conocidos y a dónde llegaban sus fuerzas y ánimos. Y, para que ellos, y otros por ellos, escarmentasen (en lo por venir) de ir a sus tierras, sería muy bien hecho darles a conocer su esfuerzo y valentía. Otros indios hubo más pacíficos y cuerdos que dijeron se debía aceptar la paz y amistad que los españoles ofrecían porque con ella, más seguramente que con la guerra y enemistad, podían cobrar las mujeres e hijos presos y la hacienda perdida y asegurar que la que se podía perder (como era ver quemar sus pueblos y talar los campos en tiempo que las mieses estaban tan cerca de sazonar) no se perdiese, y que no había para qué experimentar cuán valientes fuesen aquellas gentes, pues la razón claramente les decía que hombres que tantas tierras de enemigos habían pasado para llegar a las suyas no podían dejar de ser valentísimos, cuya paz y concordia les era mejor que la guerra, la cual, sin los daños propuestos, causaría la muerte de muchos de ellos, la de sus hermanos, parientes y amigos, y darían venganza de sí a sus enemigos los indios comarcanos. Por tanto, sería mejor aceptasen la amistad y viesen cómo les iba con ella que, cuando no les fuese bien, con mucha facilidad y con más ventajas que las que entonces tenían, podrían volver a tomar las armas y salir con lo que ahora pretendían.

Este consejo venció a los demás, y el curaca se inclinó a él, y, guardando su enojo para cuando se ofreciese mejor ocasión, respondió a los mensajeros del gobernador diciendo que ante todas cosas le dijesen qué era lo que los castellanos querían y, siéndole respondido que no más de que les desembarazasen el pueblo para su alojamiento y les diesen la comida que hubiesen menester, que sería poca, porque ellos pasaban de camino y no podían parar mucho en su tierra, dijo que era contento de concederles la paz y amistad que le pedían y desocupar el pueblo y dar el bastimento, con condición que soltasen luego sus vasallos y les restituyesen toda la hacienda que les habían tomado sin que de ella faltase ni una sola olla de barro (palabras fueron suyas), y que no subiesen a su casa ni le viesen, que con estas condiciones él sería amigo de los españoles, donde no, que los desafiaba luego a la batalla.

Los nuestros aceptaron las condiciones porque no habían menester la gente que habían preso, que ellos traían servicio bastante, y la hacienda toda era una miseria de gamuzas y algunas mantas, pocas y pobres. Toda se les restituyó, que no faltó ni una olla de barro, como dijo el curaca. Los indios desocuparon el pueblo y dejaron la comida que en sus casas tenían para los castellanos, los cuales por causa de los enfermos, porque se regalasen, pararon en aquel pueblo llamado Chisca seis días. El último de ellos, con permisión del cacique, que ya estaba menos enojado, le visitó el gobernador y le agradeció la amistad y hospedaje, y, otro día siguiente, se partió en demanda de su viaje y descubrimiento.