Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO IX


Huyen los casquines de la batalla y Capaha pide paz al gobernador



Viendo los indios de Capaha que habían detenido el ímpetu de sus enemigos, cobrando con el hecho victorioso mayor ánimo y esfuerzo, dijeron a los casquines: "Pasad adelante, cobardes, a prendernos y llevarnos por esclavos, pues habéis osado entrar en nuestro pueblo a ofender a nuestro príncipe como lo habéis ofendido. Acuérdeseos bien lo que hacéis y lo que habéis hecho para cuando los extranjeros se hayan ido, que entonces veremos qué hombres sois vosotros para la guerra."

Solas estas palabras fueron parte para que los casquines, como gente amedrentada y otras muchas veces vencida, no solamente dejasen de pelear, mas que totalmente perdiesen el ánimo y a espaldas vueltas huyesen a las canoas sin respeto alguno de su cacique ni temor de las voces y amenazas que los españoles y el gobernador les hacían porque no dejasen desamparados los doscientos cristianos que con ellos habían ido. Y así huyendo, como si los vinieran alanceando, tomaron sus canoas y quisieron tomar las que los castellanos habían llevado, si no que hallaron en cada una de ellas dos cristianos que habían quedado para guarda de ellas, que se las defendieron a golpe de espada, que los indios quisieron llevárselas todas porque los enemigos no tuvieran con qué seguirles.

Con esta vileza y poquedad de ánimo huyeron los casquines, habiendo entendido poco antes ganar la isla con el favor y ayuda de los españoles sin que sus contrarios osaran tomar las armas. Nuestros infantes, viendo que eran pocos contra tantos enemigos y que no tenían caballos, que era la mayor fuerza de ellos para resistirles, empezaron a retirarse con buena orden adonde habían dejado las canoas. Los indios de la isla, viendo los cristianos solos y que se retiraban, arremetieron a ellos con gran denuedo para matarlos. Mas el cacique Capaha, que era sagaz y prudente, quiso aprovecharse de esta ocasión para con ella ganar la gracia del gobernador y el perdón de la rebeldía y pertinacia que había tenido en no haber querido recibir la paz y amistad que siempre le había ofrecido. Pareciole asimismo que con aquella gentileza le obligaba a que no permitiese que los casquines le hiciesen en su pueblo y sembrados más del mal que le habían hecho, que lo había sentido en extremo.

Con este acuerdo salió a los suyos y a grandes voces les mandó que no hiciesen mal a los cristianos sino que los dejasen ir libremente. Por esta merced que Capaha les hizo escaparon de la muerte nuestros doscientos infantes, que si no fuera por su generosidad y cortesía murieran todos en aquel trance. El gobernador se contentó por entonces con haber recogido los suyos vivos por la magnanimidad de Capaha, la cual se estimó y engrandeció mucho entre todos los españoles. El día siguiente, bien de mañana, vinieron cuatro indios principales con embajada de Capaha al gobernador, pidiéndole perdón de lo pasado y ofreciéndole su servicio y amistad en lo por venir, y que no permitiese que sus enemigos le hiciesen más daño en su tierra del que le habían hecho y que suplicaba a su señoría se volviese al pueblo, que el día siguiente iría personalmente a besarle las manos y darle la obediencia que le debía. Esto contenía en suma la embajada, mas los embajadores la dieron con muchas palabras y gran solemnidad de ceremonias y ostentación de respeto y veneración que al Sol y a la Luna hicieron, y ninguna al cacique Casquin que estaba presente, como si no lo estuviera, antes hicieron que no lo habían visto.

El general respondió diciendo que Capaha viniese cuando él más gustase, que siempre sería bien recibido, y que holgaba de aceptar su amistad y que en su tierra no se le haría más daño alguno ni en una hoja de un árbol; que del que se le había hecho había sido él causa, por no haber querido recibir la paz y amistad que tantas veces se le había ofrecido; y que en lo pasado, le rogaba no se hablase más cosa alguna. Con esta respuesta envió el gobernador los embajadores muy contentos, habiéndoles regalado y acariciado con buenas palabras. A Casquin no le plugo nada la embajada de su enemigo ni la respuesta del gobernador, porque quisiera que Capaha perseverase en su pertinacia para vengarse de él y destruirle con el favor de los castellanos. El gobernador, luego que recibió la embajada de Capaha, se volvió al pueblo y por el camino mandó echar bando que ni indio ni español fuese osado tomar cosa alguna que fuese de daño a los de la provincia, y, llegando al pueblo, mandó que los indios de Casquin, así de guerra como de servicio, se fuesen luego a su tierra, quedando algunos de ellos para servir a su curaca que quiso quedarse con el gobernador. A medio día, caminando el ejército, vino una embajada de Capaha al general diciendo suplicaba a su señoría le avisase de su salud y estuviese cierto y seguro que el día siguiente vendría a besarle las manos. A puesta de sol, que ya habían llegado al pueblo, vino otro embajador diciendo las mismas palabras. Y estas dos embajadas se dieron con las propias solemnidades y ceremonias que la primera de adorar al Sol y a la Luna y al gobernador. El general respondió con mucha suavidad y mandó regalar los mensajeros porque entendiesen que les tenía amistad. El día siguiente, a las ocho de la mañana, vino Capaha acompañado de cien hombres nobles adornados de muy hermosos plumajes y mantas de todas suertes de pellejinas.

Antes que viese al gobernador fue a ver su templo y entierro. Debió de ser porque estaba en el camino para la posada del general o porque sentía aquella afrenta más que todas las que se le habían hecho. Y como entrase dentro y viese el destrozo pasado, disimulando el sentimiento que tenía, levantó del suelo por sus manos los huesos y cuerpos muertos de sus antepasados que los casquines habían echado por tierra y, habiéndolos besado, los volvió a las arcas de madera que servían de sepulturas. Y habiendo acomodado aquello lo mejor que le fue posible, fue a su casa, donde estaba aposentado el gobernador, el cual salió de su aposento a recibirle y lo abrazó con mucha afabilidad y, habiendo hecho el curaca su ofrecimiento de vasallaje, hablaron en muchas particularidades que el gobernador le preguntó de su tierra y de las provincias comarcanas, a las cuales el cacique respondió con satisfacción del general y de los capitanes que estaban delante, en que mostró ser de buen entendimiento. Era Capaha de edad de veintiséis o veintisiete años.

El cual, viendo que el gobernador cesaba de sus preguntas y que no había a qué responderle, y, por otra parte, no pudiendo disimular más el enojo que contra el cacique Casquin tenía por las ofensas que le había hecho, del cual, aunque había salido con el gobernador a recibirle y se había hallado presente a todo lo que se había hablado, nunca había hecho caso, como si hubiera estado ausente, viendo, pues, el campo sosegado, volvió el rostro a él y le dijo: "Contento estarás, Casquin, de haber visto lo que nunca imaginaste ni de tus fuerzas lo esperabas, que es la venganza de tus enojos y afrentas. Agradécelo al poder ajeno de los españoles. Ellos se irán y nosotros nos quedaremos en nuestras tierras, como antes nos estábamos. Ruega al Sol y a la Luna, nuestros dioses, que nos den buenos temporales."