Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

PRIMERA PARTE DEL LIBRO QUINTO
DE LA HISTORIA DE LA FLORIDA DEL INCA





Donde se hace mención de un español que se quedó entre los indios; las diligencias que por él se hicieron; de un largo viaje de los castellanos, que atravesaron ocho provincias; la enemistad y guerra cruel entre guacoyas y anilcos; la muerte lamentable del gobernador Hernando de Soto y dos entierros que los suyos le hicieron. Contiene ocho capítulos.







CAPÍTULO I



Entran los españoles en Naguatex y uno de ellos se queda en ella



En todo el tiempo que los españoles estuvieron invernando en el pueblo y alojamiento de Utiangue, que fueron más de cinco meses, no sucedió cosa de momento que sea de contar más de lo que se ha dicho. Pues como entrase el mes de abril del año de mil y quinientos y cuarenta y dos, le pareció al gobernador que era tiempo de pasar adelante en su descubrimiento.

Con este acuerdo salió de Utiangue y fue encaminado al pueblo principal de la provincia Naguatex, que tenía el mismo nombre, y por él se llamaba así toda su provincia. Y era diferente del que hemos dicho, donde el gobernador hizo la correría pasada de Utiangue a Naguatex. Por donde los castellanos fueron, hay veinte y dos o veinte y tres leguas de tierra fértil y muy poblada de gente, las cuales anduvieron los nuestros en siete días sin que les acaeciese cosa notable en el camino más de que en algunos pasos estrechos de arroyos o montes salían los indios a dar rebatos, empero, volviéndoles el rostro, se acogían a los pies.

Al fin de los siete días llegaron al pueblo de Naguatex y lo hallaron desamparado de sus moradores, y se alojaron en él, donde estuvieron quince o diez y seis días. Corrían a todas partes la comarca y tomaban la comida que habían menester, con poca o ninguna resistencia de los indios.

Pasados seis días que los españoles habían estado en el pueblo, envió el señor de él una embajada al gobernador diciendo suplicaba a su señoría le perdonase no haberle esperado en su pueblo para le servir como hubiera sido razón y que, de vergüenza del mal hecho pasado, no osaba venir luego, mas que dentro de pocos días saldría a besarle las manos y reconocerle por señor y, entre tanto que él no salía, mandaría a sus vasallos le sirviesen en todo lo que les mandase. Esta embajada dieron con grandes ceremonias, como hemos dicho de otras. El adelantado respondió que siempre que viniese sería bien recibido y que holgaría conocerle y tenerle por amigo como lo eran los más de los curacas por cuyas tierras había pasado. El embajador volvió muy contento con las palabras del gobernador.

Otro día siguiente, bien de mañana, vino otro mensajero y trajo consigo cuatro indios principales y más de quinientos indios de servicio y dijo al general que su señor enviaba aquellos cuatro hombres, que eran sus deudos muy cercanos, para que, entretanto que él venía, le sirviesen e hiciesen su mandado y que, pues le enviaba los hombres más principales de su casa y estado, como en rehenes de su venida, la tuviese por cierta.

El gobernador respondió con buenas palabras agradeciendo la venida de los indios y mandó que en las correrías no prendiesen más indios como hasta entonces se había hecho. Empero, el cacique nunca vino a ver al gobernador, por lo cual se entendió que hubiese enviado las embajadas y los indios principales y los de servicio por temor no le talasen los campos y quemasen los pueblos, y por excusar que no le cautivasen más gente de la que habían preso. Los indios principales y todos los demás sirvieron a los castellanos con mucho deseo de darles contento.

El gobernador, habiéndose informado de lo que en aquella provincia y su comarca había, así por relación de los indios como por la de los españoles que salían a correr la tierra, salió del pueblo Naguatex con su ejército, acompañado de los cuatro indios principales y otra mucha gente de servicio que el cacique envió con bastimento que llevasen hasta poner los castellanos en otra provincia.

Habiendo caminado los españoles dos leguas, echaron menos a un caballero natural de Sevilla que había por nombre Diego de Guzmán, el cual había ido a esta conquista como hombre noble y rico con muchos vestidos costosos y galanos, con buenas armas y tres caballos que metió en la Florida y se trataba en todo como caballero, sino que jugaba apasionadamente.

El gobernador, luego que lo echaron menos, mandó que parase el ejército y prendiesen los cuatro indios principales hasta saber qué hubiese sido del español, porque temieron que lo hubiesen muerto los indios.

Hízose gran pesquisa entre los españoles y súpose que el día antes le habían visto en el real y que, cuatro días antes, había jugado cuanto tenía hasta perder los vestidos y las armas y un muy buen caballo morcillo que le había quedado y que, pasando adelante en la pasión y ceguera de su juego, había perdido una india de su servicio, que por su desdicha le había cabido en suerte, de las que el gobernador prendió en la correría que dijimos había hecho en un pueblo de esta misma provincia Naguatex, en la cual correría también se había hallado Diego de Guzmán.

Averiguose asimismo que muy llanamente había pagado todo lo que había perdido, salvo la india, y que había dicho al ganador que le esperase cuatro o cinco días, que él se la enviaría a su posada, y que no se la había enviado, y que la india faltaba juntamente con él. Por los cuales indicios se sospechó que por no la dar, y por la vergüenza de haber jugado las armas y el caballo, que entre soldados se tiene por vilísima, se hubiese ido a los indios.

Esta sospecha se certificó luego, porque se supo que la india era hija del curaca y señor de aquella provincia Naguatex, moza de diez y ocho años y hermosa en extremo, las cuales cosas pudieron haberle cegado para que inconsideradamente negase a los suyos y se fuese a los extraños. El gobernador mandó a los cuatro indios principales hiciesen traer luego aquel español que había faltado en su tierra; donde no, que entendería que ellos lo hubiesen muerto a traición, en cuya venganza mandaría los hiciesen cuartos a ellos y a todos los indios que consigo traían.

Los principales, con temor de la muerte, enviaron mensajeros que fuesen a toda diligencia a diversas partes donde entendían que podrían haber nuevas de Diego de Guzmán, y les encargaban que volviesen con la misma diligencia, antes que los españoles, por su tardanza, les hiciesen algún agravio.

Los mensajeros fueron y volvieron el mismo día con relación que Diego de Guzmán quedaba con el cacique, el cual lo tenía haciéndole toda la fiesta y regalo posible, y que el español decía que no quería volver a los suyos.

Y, porque decimos que estos españoles jugaban, y no hemos dicho con qué, es de saber que, después que en la sangrienta batalla de Mauvila les quemaron los naipes que llevaban con todo lo demás que allí perdieron, hacían naipes de pergamino y los pintaban a las mil maravillas, porque en cualquier necesidad que se les ofrecía se animaban a hacer lo que habían menester, y salían con ello como si toda su vida hubieran sido maestros de aquel oficio. Y porque no podían o no querían hacer tantos cuantos eran menester, hicieron los que bastaban, sirviendo por horas limitadas, andando por rueda entre los jugadores, de donde (o de otro paso semejante) podríamos decir que hubiese nacido el refrán que entre los tahúres se usa decir jugando: "Démonos prisa, señores, que vienen por los naipes." Y como los que hacían los nuestros eran de cuero duraban por penas.