Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO II


De las diligencias que se hicieron por haber a Diego de Guzmán, y de su respuesta y la del curaca



El gobernador, habiendo oído la nueva que los mensajeros trajeron, dijo a los cuatro indios principales que le engañaban en decirle que era vivo el español, porque él tenía por cosa muy cierta que lo habían muerto. Entonces uno de ellos, con semblante no de prisionero, sino grave y señoril, que parece que lo quieren mostrar estos indios cuando más oprimidos están, dijo: "Señor, no somos hombres que hemos de mentir a vuestra señoría, y para que la verdad que los mensajeros han dicho se vea más claramente, mande vuestra señoría soltar uno de nosotros, que vaya y vuelva con testimonio que a vuestra señoría satisfaga de lo que se hubiera hecho del español, que los tres que quedaremos damos nuestra fe y palabra que volverá con el cristiano o traerá nueva cierta de su determinación. Y para que vuestra señoría se certifique de que no es muerto, mande escribirle una carta y pídale que se venga o responda a ella, para que por su letra, pues nosotros no sabemos escribir, se vea cómo es vivo. Y cuando nuestro compañero no volviera con esta satisfacción, los tres que quedaremos pagaremos con las vidas lo que él de su promesa y de la nuestra no cumpliera, y bastará, y aún sobrará, sin que vuestra señoría mate nuestros indios, que tres hombres como nosotros muramos por la traición de un español que negó a los suyos sin que le hubiésemos hecho fuerza ni sabido de su ida." Todas fueron palabras del indio, que no le añadimos alguna más de pasarlas de su lengua a la española o castellana.

Al general y a sus capitanes les pareció bien lo que el indio principal había dicho y prometido en nombre de todos cuatro. Y mandaron que él mismo fuese por Diego de Guzmán, y que Baltasar de Gallegos, que era su amigo y de su patria, le escribiese, afeándole su mal hecho, si en él perseveraba, y exhortándole se volviese e hiciese el deber como hijodalgo, y que le restituirían sus armas y caballo y le darían otras, cuando las hubiese menester.

El indio principal fue con la carta y con recaudo de palabra que el gobernador le dio para su cacique, rogándole tuviese por bien enviar al español y que no le detuviese; donde no, que le prometía destruirle su tierra a fuego y a sangre, y quemarle los pueblos y talar los campos, y matar los indios principales y no principales que consigo tenía y todos los más que de sus vasallos pudiese haber.

Con estas amenazas fue el indio el segundo día de la ausencia de Diego de Guzmán, y volvió el tercero con la misma carta que había llevado, y en ella trajo el nombre de Diego de Guzmán escrito con carbón, que lo escribió para que viesen que era vivo, y no respondió otra palabra. Y el indio dijo que aquel cristiano no quería ni pensaba volver a los suyos.

El curaca respondió al gobernador diciendo que su señoría entendiese por muy cierto que él no hacía fuerza alguna a Diego de Guzmán para que se quedase en su tierra, ni se la haría para que se volviese, no queriendo él, como no quería volverse; antes, como a yerno que le había restituido una hija que él mucho amaba, le trataría con todo el regalo y honra que le fuese posible, y lo mismo haría a todos los españoles o castellanos que gustasen quedarse con él; y que (si por hacer en esto el deber) su señoría quisiese destruirle su tierra y matar sus parientes y vasallos, no tendría razón ni haría justicia como la debía hacer. Y, por última respuesta, decía que como hombre poderoso hiciese lo que hiciese, que él no había de hacer más de lo que había dicho.

El adelantado, habiendo gastado tres días en hacer estas diligencias, viendo que el español no quería volver y que el cacique tenía razón y pedía justicia, acordó pasar adelante en su viaje y soltó los indios principales y los de servicio, los cuales todos le sirvieron con mucho amor y voluntad hasta sacarlo de su término y ponerlo en el ajeno.

Este pobre caballero hizo esta flaqueza por la ceguera del juego y afición de la mujer, que, por no la dar al que se la había ganado, tuvo por mejor entregarse a sus enemigos para que de él hiciesen lo que quisiesen que no carecer de ella. Donde, en suma, se podrá ver lo que del juego inconsideradamente nace y donde teníamos bien que decir de los que con propios ojos en esta pasión hemos visto, si fuera de nuestra profesión decirlo, mas quédese para los que la tienen de reprehender los vicios.

Y volviendo a Diego de Guzmán, decimos que, si quedando con la reputación y crédito con que entre los indios de Naguatex quedó, les hubiese después acá predicado la Fe Católica como debía a cristiano y a caballero, pudiéramos no solamente disculpar su mal hecho, empero loarlo grandemente, porque podíamos creer que hubiese hecho mucho fruto con su doctrina, según el crédito que generalmente los indios dan a los que con ellos lo tienen, mas, como no supimos más de él, no podemos decir más de lo que entonces pasó.

Lo que hemos dicho de Diego de Guzmán lo refiere Alonso de Carmona en su relación, aunque no tan largamente como nosotros, y le llama Francisco de Guzmán.

Los españoles, después de la pérdida de Diego de Guzmán, caminaron cinco jornadas por la provincia de Naguatex, y al fin de ellas llegaron a otra llamada Guancane, cuyos naturales eran diferentes que los pasados, porque aquéllos eran afables y amigos de españoles, mas éstos se les mostraron enemigos que nunca quisieron su amistad, antes, en todo lo que pudieron, mostraron el odio que les tenían y desearon pelear con ellos, presentándoles la batalla muchas veces. Empero los españoles la rehusaban, porque ya entonces traían pocos caballos, que los indios les habían muerto más de la mitad de ellos, y deseaban conservar los que quedaban porque, como muchas veces hemos dicho, era la mayor fuerza de ellos, que de los infantes no se les daba nada a los indios.

Tardaron los españoles ocho días en atravesar esta provincia de Guancane y no reposaron en ella día alguno por excusar el pelear con los indios, que tanto ellos deseaban.

En toda esta provincia había muchas cruces de palo puestas encima de las casas, que casi no se hallaba alguna que no la tuviese. La causa, según se supo, fue que estos indios tuvieron noticia de los beneficios y maravillas que Alvar Núñez Cabeza de Vaca y Andrés Dorantes y sus compañeros, en virtud de Jesu Cristo Nuestro Señor, habían hecho por las provincias que anduvieron de la Florida los años que los indios los tuvieron por esclavos como el mismo Alvar Núñez lo dejó escrito en sus Comentarios. Y aunque es verdad que Alvar Núñez y sus compañeros no llegaron a esta provincia de Guancane, ni a otras muchas que hay entre ellas y las tierras donde ellos anduvieron, todavía pasando de mano en mano y de tierra en tierra, llegó a ella la fama de las hazañas obradas por Dios por medio de aquellos hombres, y, como estos indios las supiesen y hubiesen oído decir que todos los beneficios que en curar los enfermos aquellos cristianos habían hecho era con hacer la señal de la cruz sobre ellos y que la traían por divisa en sus manos, les nació devoción de ponerla sobre sus casas, entendiendo que también las libraría de todo mal y peligro, como había sanado los enfermos. Donde se ve la facilidad que generalmente los indios tuvieron, y éstos tienen, para recibir la Fe Católica, si hubiese quien la cultivase, principalmente con buen ejemplo, a que ellos miran más que a otra cosa ninguna.