Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO XIV


Sucesos que durante el crecer y menguar del Río Grande pasaron, y el aviso que de la liga dio Anilco



Todo el tiempo que duró el crecer del Río Grande, que fueron cuarenta días, no cesaron los españoles de trabajar en la obra de los bergantines, aunque el agua les hacía estorbo; empero, subíanse a las casas grandes que dijimos habían hecho altas del suelo, que llamaban atarazanas, y allá trabajaban con tan buena maña e industria en todos oficios que aun hasta el carbón para las herrerías hacían dentro en aquellas casas encima de los sobrados de madera, y lo hacían de las ramas que cortaban de los árboles que salían fuera del agua, que entonces no había otra madera ni leña, que todo estaba cubierto de agua. En estas obras los que más notablemente ayudaban a trabajar, no solamente como ayudantes sino como maestros que hubieran sido de herrería y carpintería y calafates, eran dos caballeros hermanos, llamados Francisco Osorio y García Osorio, deudos muy cercanos de la casa de Astorga, y el Francisco Osorio era en España señor de vasallos. Los cuales, aunque tan nobles, acudían con tanta prontitud, maña y destreza a todo lo que era menester trabajar, como siempre habían acudido a todo lo que fue menester pelear, y con el buen ejemplo de ellos se animaban todos los demás españoles nobles y no nobles a hacer lo mismo, porque el obrar tiene más fuerza que el mandar para ser imitado.

Con la creciente del Río Grande, como la inundación fuese tan excesiva, se deshizo toda la gente de guerra que los caciques de la liga contra los castellanos habían levantado, porque a todos ellos les fue necesario y forzoso acudir a sus pueblos y casas a reparar y poner en cobro lo que en ellas tenían, con lo cual estorbó Nuestro Señor que por entonces no ejecutasen estos indios el mal propósito que tenían de matar los españoles o quemarles los navíos. Y, aunque la gente se deshizo, los curacas no se apartaron de su mala intención, y, para la encubrir, enviaban siempre recaudos de su amistad fingida, a los cuales respondía el gobernador con la disimulación posible, dándoles a entender que estaba ignorante de la traición de ellos, mas no por eso dejaba de recatarse y guardarse en todo lo que convenía para que sus enemigos no le dañasen.

A los últimos de abril empezó a menguar el río tan a espacio como había crecido, que aún a los veinte de mayo no podían andar los castellanos por el pueblo sino descalzos y en piernas por las aguas y lodos que había por las calles.

Esto de andar descalzos fue uno de los trabajos que nuestros españoles más sintieron de cuantos en este descubrimiento pasaron, porque, después de la batalla de Mauvila, donde se les quemó cuanto vestido y calzado traían, les fue forzoso andar descalzos, y, aunque es verdad que hacían zapatos, eran de cueros por curtir y de gamuzas, y las suelas eran de lo mismo, y de pieles de venados que, luego que se mojaban, se hacían una tripa. Y, aunque pudieran, usando de su habilidad, pues la tenían para cosas mayores y más dificultosas, hacer alpargates, como lo hicieron los españoles en México y en Perú y en otras partes, en esta jornada de la Florida no les fue posible hacerlos porque no hallaron cáñamo ni otra cosa de que los hacer. Y lo mismo les acaeció en el vestir, que, como no hallasen mantas de lana ni de algodón, se vestían de gamuza, y sola una ropilla servía de camisa, jubón y sayo, y habiendo de caminar y pasar ríos o trabajar con agua que les caía del cielo, no teniendo ropa de lana con que defenderse de ella, les era forzoso andar casi siempre mojados y muchas veces, como lo hemos visto, muertos de hambre, comiendo hierbas y raíces por no haber otra cosa. Y de esto poco que en nuestra historia hemos dicho y diremos hasta el fin de ella podrá cualquier discreto sacar los innumerables y nunca jamás bien ni aun medianamente encarecidos trabajos que los españoles en el descubrimiento, conquista y población del nuevo mundo han padecido tan sin provecho de ellos ni de sus hijos, que por ser yo uno de ellos, podré testificar bien esto.

Fin de mayo volvió el río a su madre habiendo recogido sus aguas que tan largamente había derramado y extendido por aquellos campos. Y, luego que la tierra se pudo hollar, volvieron los caciques a sacar en campaña la gente de guerra que habían apercibido y salieron determinados de dar con brevedad ejecución a su empresa y mal propósito. Lo cual, sabido por el buen capitán general Anilco, fue, como solía, a visitar al gobernador y en secreto, de parte de su cacique y suya, le dio muy particular cuenta de todo lo que Quigualtanqui y sus aliados tenían ordenado en daño de los españoles, y dijo cómo tal día venidero cada curaca, de por sí aparte, le enviaría sus embajadores, y que lo hacían porque no sospechase la liga y traición de ellos si viniesen todos juntos. Y, para mayor prueba de que le decía verdad y que sabía el secreto de los caciques, relató lo que cada embajador había de decir en su embajada y la dádiva y presente que en señal de su amistad había de traer, y que unos vendrían por la mañana y otros a medio día y otros a la tarde, y que estas embajadas habían de durar cuatro días, que era el plazo que los caciques confederados habían puesto y señalado para acabar de juntar la gente y acometer los españoles. Y la intención que traían era matarlos a todos y, cuando no pudiesen salir con esta empresa, a lo menos quemarles los navíos porque no se fuesen de su tierra, que después pensaban acabarlos a la larga con guerra continua que les darían.

Habiendo dicho el general Anilco lo que pertenecía al aviso de la traición de los curacas, dijo: "Señor, mi cacique y señor Anilco ofrece a vuestra señoría ocho mil hombres de guerra, gente escogida y temida de todos los de su comarca, con que vuestra señoría resista y ofenda a sus enemigos. Y yo ofrezco mi persona para venir con ellos y morir en vuestro servicio. También dice mi señor que si vuestra señoría quisiese retirarse a su tierra, que desde luego se la ofrece para todo lo que a vuestro servicio convenga, y muy encarecidamente suplica a vuestra señoría acepte su ánimo y su estado y señorío, y de todo use como de cosa suya propia. Y podrá vuestra señoría creerme que, si va al estado de mi señor Anilco, estará seguro que no osen sus enemigos ofenderle y, entretanto, podrá vuestra señoría ordenar lo que mejor le estuviese."