Comentario
CAPÍTULO III
Del tamaño de las canoas, y la gala y orden que los indios sacaron en ellas
Volviendo, pues, al particular de nuestra historia, decimos que, entre las muchas canoas que en seguimiento de los españoles amanecieron el segundo día de su navegación, se vieron algunas de extraña grandeza que les causó admiración. Las que eran capitanas, y otras iguales a ellas, eran tan grandes que traían a veinte y cinco remos por banda y, sin los remeros, traían otros veinte y cinco y treinta soldados de guerra puestos por su orden de popa a proa. Por manera que había muchas canoas capaces de setenta y cinco y de ochenta hombres, que en ellas venían puestos de tal suerte que pudiesen pelear todos sin estorbarse unos a otros. Y los remeros también traían sus arcos y flechas para munición de las canoas, las cuales, con ser tan grandes, son hechas de una sola pieza, y es de advertir que haya árboles tan hermosos en aquella tierra.
Desde el tamaño que hemos dicho que eran las mayores, iban otras disminuyendo hasta las menores, que eran de catorce remos por banda y ningunas se hallaron en esta flota menores que éstas. Los remos en común son de una braza en largo, antes más que menos de tres cuartas en largo y una tercia en ancho, todo de una pieza, tan acepillados y pulidos, que, aunque fueran lanzas jinetas, no se pudieran pulir más. Cuando una canoa de éstas va de boga arrancada, lleva tanta velocidad que apenas se hará ventaja un caballo a todo correr.
Para bogar a una y en compás tienen aquellos indios hechos diversos cantares con diferentes tonadas, breves o largas, conforme a la prisa o espacio que se les ofrece en el remar. Lo que en estos cantares van diciendo son hazañas que sus pasados u otros capitanes extraños hicieron en la guerra, con cuya memoria y recordación se incitan a la batalla y al triunfo y victoria de ella.
De las canoas capitanas de esta armada y de las que eran de los hombres ricos y poderosos hay otra particularidad curiosa y extraña que contar, y es que cada una de por sí venía teñida de dentro y de fuera, hasta los remos, de un color solo, como digamos de azul o amarillo, blanco o rojo, verde o encarnado, morado o negro, o de otro color si lo hay más que los dichos. Y esto era conforme al blasón o a la afición del capitán, o del curaca, o hombre rico y poderoso cuya era la canoa. Y no solamente las canoas, mas también los remeros y remos y los soldados; hasta las plumas y las madejas que traen por tocado rodeados a la cabeza, y hasta los arcos y flechas, todo venía teñido de un color solo sin mezcla de otro, que, aunque fueran cuadrillas de caballeros que con mucha curiosidad quisieran hacer un juego de cañas, no pudieran salir con más primor que el que estos indios sacaron en sus canoas. Las cuales, como fuesen muchas y de tantos colores, y con el buen orden y concierto que traían, y como el río fuese muy ancho, que a todas partes podían extenderse sin salir de orden, hacían una hermosísima vista a los ojos.
Con esta belleza y grandeza siguieron los indios a los españoles el segundo día hasta las doce, sin darles pesadumbre alguna para que, sin ella, pudiesen ver y considerar mejor la hermosura y pujanza de su armada. Íbanse en pos de ellos bogando al son de sus cantares. Entre otras cosas que decían (según lo interpretaron los indios que los españoles consigo llevaban) era loar y engrandecer su esfuerzo y valentía y vituperar la pusilanimidad y cobardía de los castellanos, y decir que ya huían los cobardes de sus armas y fuerzas, y que los ladrones temían su justicia, y que no les valdría huir de la tierra, que todos morirían presto en el agua, y que, si en tierra habían de ser manjar de aves y perros, en el río les harían lo fuesen de peces y animales marinos, y así acabarían sus maldades y el enfado que daban a todo el mundo. Estas y otras cosas semejantes venían diciendo, y bogaban al son de ellas. Y al fin de cada cantar, daban grandísima grita y alarido.