Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO XIII


De una brava tormenta que corrieron dos carabelas y cómo dieron al través en tierra



Veinte y cinco o veinte y seis horas había que las dos carabelas corrían la tormenta que hemos dicho sin que ella se aplacase cosa alguna, antes a los que la pasaban les parecía que crecía por horas. Y todo este tiempo anduvieron nuestros españoles resistiendo las olas y el viento, sin dormir ni comer tan sólo un bocado porque el temor de la muerte que llevaban tan eminente les ahuyentaba la hambre y el sueño, cuando, cerca de ponerse el sol, vieron tierra por delante, la cual se descubría de dos maneras. La que se descubría por delante y volvía a mano derecha de como los nuestros iban era costa blanca y parecía ser de arena, porque con el viento recio que hacía veían mudarse muchos cerros de ella de una parte a otra con facilidad y presteza. La costa que volvía a mano izquierda de los nuestros se mostraba negra como la pez. Entonces un mozo que se decía Francisco, de edad de veinte años, que iba en la carabela de los capitanes Juan de Alvarado y Francisco Mosquera, les dijo: "Señores, yo conozco esta costa, que he navegado por ella dos veces sirviendo de paje a un navío, aunque no conozco la tierra ni sé cuya es. Aquella costa negra que parece a nuestra mano izquierda es tierra de pedernal y costa brava, y corre muy larga hasta llegar a la Veracruz. En toda ella no hay puerto ni abrigo que nos pueda socorrer, sino peña tajada y navajas de pedernal donde, si damos al través, moriremos todos hechos pedazos entre las ondas y las peñas. La otra tierra que parece por delante y vuelve a nuestra mano derecha es costa de arena y por eso parece blanca. Toda ella es limpia y mansa, por lo cual conviene que antes que el día nos falte y la noche cierre, procuremos dar en la costa blanca, porque, si el viento nos aparta de ella y nos echa sobre la negra, no nos queda esperanza de escapar con las vidas."

Los capitanes Juan de Alvarado y Francisco Mosquera mandaron que luego se diese aviso a la carabela del capitán Juan Gaytán de la relación del mozo Francisco para que previniesen al peligro venidero, mas las olas andaban tan altas que no consentían que los de las carabelas se hablasen ni aun se viesen. Empero, como quiera que les fue posible, pudieron entenderse por señas y por voces dadas a trechos, una ahora y otra después, como las carabelas acertaban a descubrirse sobre las ondas para que se pudiesen ver y hablar de la una a la otra, y, de común consentimiento de ambas, acordaron zabordar en la costa blanca. Sólo el tesorero Juan Gaytán, haciendo oficio de tesorero más que no de capitán, lo contradijo diciendo que no era bien perder la carabela que valía dineros. A las cuales palabras saltaron los soldados y todos a una dijeron: "¿Qué más tenéis vos en ella que cualquiera de nosotros? Antes tenéis menos, o nada, porque, presumiendo de tesorero de emperador, no quisisteis cortar la madera, ni labrarla, ni hacer carbón para las herrerías, ni ayudar en ellas a batir el hierro para la clavazón, ni hacer oficio de calafate, ni otra cosa alguna de momento, que todo el trabajo que nosotros pasábamos os excusabais con el oficio real. Pues siendo esto así, ¿qué perdéis vos en que se pierda la carabela? ¿Será mejor que se pierdan cincuenta hombres que vamos en ella?" Y no faltó quien dijese: "Mal haya quien te dio esa cuchillada por el pescuezo porque no lo cortó a cercén."

Habiéndose dicho estas palabras con mucha libertad, porque no se replicasen otras ni el capitán presumiese mandar en aquel caso, arremetieron los más principales soldados a marear las velas, y un portugués llamado Domingos de Acosta echó mano del gobernalle o timón, y todos enderezaron la proa del navío a tierra y se apercibieron de sus espadas y rodelas para lo que en ella se les ofreciese, y,dando bordos a una mano y a otra por no decaer sobre la costa negra, con mucho peligro y trabajo dieron en la costa blanca poco antes que el sol se pusiese.

Porque hicimos mención de la cuchillada del tesorero Juan Gaytán será bien, aunque no es de nuestra historia, contar aquí el suceso como fue. Para lo cual es de saber que nuestro Juan Gaytán era sobrino del capitán Juan Gaytán, aquel que por las maravillosas hazañas que con su espada y capa en todas partes hizo mereció que por excelencia le dijesen en proverbio: "Espada y capa de Juan Gaytán." Este su sobrino se halló en la guerra de Túnez cuando el emperador nuestro señor, año de mil y quinientos y treinta y cinco, se la quitó al turco Barbarroja y se la dio al moro Muley Hacen que era amigo. Sobre la partija de la presa que en aquel saco hubo, Juan Gaytán se acuchilló con otro soldado español, cuya espada no debía ser menos buena que la de su tío, el cual le dio una gran cuchillada en el pescuezo, de que estuvo para morir, que después de sano le quedó dos dedos de hondo en señal de ella. Uno de los que se hallaron a meter paz en la pendencia reprehendió al que le había herido diciendo que lo había hecho mal en haber maltratado así al sobrino del capitán Juan Gaytán, que fuera razón haberle respetado por el nombre de su tío. A lo cual el soldado, no arrepentido de su hecho, respondió diciendo: "Ende mal, porque no era sobrino del rey de Francia, que tanto más me holgara yo de haberlo herido o muerto, porque tanto más honra y fama fuera para mí." Esto contaba el mismo tesorero Juan Gaytán por dicho gracioso del que le había herido.