Comentario
CAPÍTULO XVI
Saben los españoles que están en tierra de México
Gonzalo Silvestre y los veinte compañeros de su cuadrilla, con el indio que habían preso, caminaron aprisa haciéndole preguntas mal entendidas por el indio y sus respuestas peor interpretadas por los españoles. Y así anduvieron hasta que llegaron a la costa donde los demás compañeros estaban haciendo gran fiesta y regocijo con los pedazos de plato y escudilla que los otros exploradores habían traído. Mas como luego viesen el pavo y las gallinas y la fruta y el demás recaudo que Gonzalo Silvestre y los suyos llevaban no se pudieron contener a no hacer extremos de alegría dando saltos y brincos como locos. Y para mayor contento de todos sucedió que el cirujano que les había curado había estado en México y sabía algo de la leguna mexicana, y en ella habló al indio diciendo: "¿Qué son éstas?", y eran unas tijeras que tenía en la mano.
El indio, que habiendo reconocido que eran españoles estaba ya más en sí, respondió en español "tiselas." Con esta palabra, aunque mal pronunciada, acabaron de certificarse los nuestros que estaban en tierra de México, y con el regocijo de entenderlo así a porfía abrazaban y daban paz en el rostro a Gonzalo Silvestre y a los de su cuadrilla, y en brazos los levantaban en alto hasta ponerlos sobre sus hombros y traerlos paseando, diciéndoles grandezas y loores sin tiento ni cuenta, como si a cada uno de ellos le hubieran traído el señorío de México y de todo su imperio.
Pasada la fiesta solemne y solemnísima de su regocijo, preguntaron con más quietud y más de propósito al indio qué tierra fuese aquélla y qué río o estero por el que había entrado el gobernador con las cinco carabelas.
El indio dijo: "Esta tierra es de la ciudad de Pánuco y vuestro capitán general entró en el río de Pánuco, que entra en la mar doce leguas de aquí, y otras doce el río arriba está la ciudad, y por tierra hay de aquí a ella diez leguas. Y yo soy vasallo de un vecino de Pánuco llamado Cristóbal de Brezos. Una legua de aquí, poco más, está un indio señor de vasallos que sabe leer y escribir, que desde su niñez se crió con el clérigo que nos enseña la doctrina cristiana. Si queréis que vaya a llamarle, yo iré por él, que sé que vendrá luego, el cual os informará de todo lo que más quisiereis saber."
Los españoles holgaron de haber oído la buena razón del indio y le regalaron y dieron dádivas de lo que traían, y luego lo despacharon para el cacique y le avisaron les trajese o enviase recado de papel y tinta para escribir.
El indio se dio tanta prisa e hizo tan buena diligencia en su viaje, que en menos de cuatro horas volvió con el curaca, el cual, como supiese que navíos de españoles habían dado al través en su tierra, quiso visitarlos personalmente y llevarles algún regalo, y así trajo ocho indios cargados con gallinas de las de España, y con pan de maíz, y con fruta y pescado, y con tinta y papel, porque él se preciaba de saber leer y escribir y lo estimaba en mucho.
Todo lo que traía presentó a los españoles y con mucho amor les ofreció su persona y casa. Los nuestros le agradecieron su visita y regalos y en recompensa le dieron de las gamuzas que traían, y luego despacharon al gobernador un indio con una carta en que le daban cuenta de todo lo por ellos hasta entonces sucedido, y le pedían orden para adelante.
El cacique se estuvo todo el día con los españoles haciéndoles preguntas de los casos y aventuras acaecidas en su descubrimiento, holgando mucho de los oír, admirado de los ver tan negros, secos y rotos, que en sus personas y hábito mostraban bien los trabajos que habían pasado. Ya cerca de la noche se volvió a su casa y, en seis días que los españoles estuvieron en aquella playa, los visitó cada día trayéndoles siempre regalos de lo que en su tierra había.