Comentario
CAPÍTULO VII
En que se reprueba la opinión de Lactancio que dijo no haber antípodes
Pero ya que se sabe que hay tierra a la parte del Sur o polo Antártico, resta ver si hay en ella hombres que la habiten, que fue en tiempos pasados una cuestión muy reñida. Lactancio Firmiano y San Agustín hacen gran donaire de los que afirman haber antípodes, que quiere decir hombres que traen sus pies contrarios a los nuestros. Mas aunque en tenerlo por cosa de burla convienen estos dos autores, pero en las razones y motivos de su opinión van por muy diferentes caminos, como en los ingenios eran bien diferentes. Lactancio vase con el vulgo, pareciéndole cosa de risa decir que el cielo está en torno por todas partes y la tierra está en medio rodeada del él como una pelota, y así escribe en esta manera: "¿Qué camino lleva lo que algunos quieren decir, que hay antípodes, que ponen sus pisadas contrarias a las nuestras? ¿Por ventura hay hombre tan tonto que crea haber gentes que andan los pies arriba y la cabeza abajo? ¿Y que las cosas que acá están asentadas, están allá trastornadas, colgando? ¿Y que los árboles y los panes crecen allá hacia abajo? ¿Y que las lluvias y la nieve y el granizo suben a la tierra hacia arriba?" Y después de otras palabras añade Lactancio aquestas: "El imaginar al cielo redondo, fue causa de inventar estos hombres, antípodes colgados del aire, y así no tengo más que decir de tales filósofos, sino que en errando una vez, porfían en sus disparates defendiendo los unos con los otros." Hasta aquí son palabras de Lactancio. Mas por más que él diga, nosotros que habitamos al presente en la parte del mundo, que responde en contrario de la Asia y somos sus antíctonos, como los cosmógrafos hablan, ni nos vemos andar colgando, ni que andemos las cabezas abajo y los pies arriba. Cierto es cosa maravillosa considerar que al entendimiento humano por una parte no le sea posible percibir y alcanzar la verdad, sin usar de imaginaciones, y por otra tampoco le sea posible dejar de errar si del todo se va tras la imaginación. No podemos entender que el cielo es redondo, como lo es, y que la tierra está en medio, sino imaginándolo. Mas si a esta misma imaginación no la corrige y reforma la razón, sino que se deja el entendimiento llevar de ella, forzoso hemos de ser engañados y errar. Por donde sacaremos con manifiesta experiencia que hay en nuestras almas cierta lumbre del cielo, con la cual vemos y juzgamos aún las mismas imágenes y formas interiores que se nos ofrecen para entender; y con la dicha lumbre interior aprobamos o desechamos lo que ellas nos están diciendo. De aquí se ve claro cómo el ánima racional es sobre toda naturaleza corporal, y cómo la fuerza y vigor eterno de la verdad preside en el más alto lugar del hombre; y vese cómo muestra y declara bien que esta su luz tan pura, es participada de aquella suma y primera luz; y quien esto no lo sabe o lo duda podemos bien decir que no sabe o duda si es hombre. Así que si a nuestra imaginación preguntamos qué le parece de la redondez del cielo, cierto no nos dirá otra cosa sino lo que dijo a Lactancio. Es a saber: que si es el cielo redondo, el sol y las estrellas habrán de caerse cuando se trasponen y levantarse cuando van al Mediodía, y que la tierra está colgada en el aire, y que los hombres que moran de la otra parte de la tierra han de andar pies arriba y cabeza abajo, y que las lluvias allí no caen de lo alto, antes suben de abajo, y las demás monstruosidades que aun decirlas provoca a risa. Mas si se consulta la fuerza de la razón, hará poco caso de todas estas pinturas vanas, y no escuchará a la imaginación más que a una vieja loca; y con aquella su entereza y gravedad responderá que es engaño grande fabricar en nuestra imaginación a todo el mundo a manera de una casa, en la cual está debajo de su cimiento la tierra y encima de su techo está el cielo; y dirá también que como en los animales siempre la cabeza es lo más alto y supremo del animal, aunque no todos los animales tengan la cabeza de una misma manera, sino unos puesta hacia arriba, como los hombres, otros atravesada como los ganados, otros en medio como el pulpo y la araña, así también el cielo doquiera que esté, está arriba, y la tierra ni más ni menos, doquiera que esté, está debajo. Porque siendo así que nuestra imaginación está asida a tiempo y lugar, y el mismo tiempo y lugar no lo percibe universalmente, sino particularizado, de allí le viene que cuando la levantan a considerar cosas que exceden y sobrepujan tiempo y lugar conocido, luego se cae, y si la razón no la sustenta y levanta, no puede un punto tenerse en pie; y así veremos que nuestra imaginación cuando se trata de la creación del mundo, anda a buscar tiempo antes de crearse el mundo, y para fabricarse el mundo también señala lugar y no acaba de ver que se pudiese de otra suerte el mundo hacer, siendo verdad que la razón claramente nos muestra que ni hubo tiempo antes de haber movimiento, cuya medida es el tiempo, ni hubo lugar alguno antes del mismo universo, que encierra todo lugar. Por tanto, el filósofo excelente Aristóteles, clara y brevemente satisface al argumento que hacen contra el lugar de la tierra, tomando del modo nuestro de imaginar, diciendo con gran verdad que en el mundo el mismo lugar es en medio y abajo, y cuanto más en medio está una cosa, tanto más abajo, la cual respuesta alegando Lactancio Firmiano, sin reprobarla con alguna razón pasa con decir que no se puede detener en reproballa por la priesa que lleva a otras cosas.