Comentario
CAPÍTULO VI
Que la Tórrida tiene gran abundancia de aguas y pastos, por más que Aristóteles lo niegue
Según lo que está dicho, bien se puede entender que la Tórridazona tiene agua y no es seca, lo cual es verdad en tanto grado, que en muchedumbre y dura de aguas hace ventaja a las otras regiones del mundo, salvo en algunas partes, que hay arenales y tierras desiertas y yermas, como también acaece en las otras partes del mundo. De las aguas del cielo ya se ha mostrado que tiene copia de lluvias, de nieves, de escarchas, que especialmente abundan en la provincia del Pirú. De las aguas de tierra, como son ríos, fuentes, arroyos, pozos, charcos, lagunas, no se ha dicho hasta agora nada; pero siendo ordinario responder las aguas de abajo a las de arriba, bien se deja también entender que las habrá. Hay pues, tanta abundancia de aguas manantiales, que no se hallará que el universo tenga más ríos ni mayores, ni más pantanos y lagos. La mayor parte de la América, por esta demasía de aguas, no se puede habitar; porque los ríos, con los aguaceros de Verano, salen bravamente de madre y todo lo desbaratan, y el lodo de los pantanos y atolladeros por infinitas partes no consiente pasarse. Por eso los que moran cerca del Paraguay, de que arriba hicimos mención, en sintiendo la creciente del río, antes que llegue de avenida, se meten en sus canoas y allí ponen su casa y hogar y por espacio cuasi de tres meses, nadando guarecen sus personas y hatillo. En volviendo a su madre el río, también ellos vuelven a sus moradas, que aún no están del todo enjutas. Es tal la grandeza de este río, que si se juntan en uno el Nilo y Ganges y Éufrates, no le llegan con mucho. Pues ¿qué diremos del Río grande de la Magadalena, que entra en la mar entre Santa Marta y Cartagena, y que con razón le llaman el Río Grande? Cuando navegaba por allí, me admiró ver que diez leguas la mar dentro hacía clarísima señal de sus corrientes, que sin duda toman de ancho dos leguas y más, no pudiéndolas vencer allí las olas e inmensidad del mar Océano. Mas hablándose de ríos, con razón pone silencio a todos los demás aquel gran río que unos llaman de las Amazonas, otros Marañón, otros el río de Orellana, al cual hallaron, y navegaron los nuestros españoles, y cierto estoy en duda, si le llame río o si mar. Corre este río desde las sierras del Pirú, de las cuales coge inmensidad de aguas de lluvias y de ríos, que va recogiendo en sí y pasando los grandes campos y llanadas del Paytití y del Dorado; y de las Amazonas, sale en fin al Océano y entra en el cuasi frontero de las islas Margarita y Trinidad. Pero va tan extendidas sus riberas especial en el postrer tercio, que hace en medio muchas y grandes islas, y lo que parece increíble, yendo por medio del río, no miran los que miran sino cielo y río; aún cerros muy altos cercanos a sus riberas, dicen que se les encubren con la grandeza del río. La anchura y grandeza tan maravillosa de este río, que justamente se puede llamar Emperador de los Ríos, supímosla de buen original, que fue un hermano de nuestra Compañía, que siendo mozo le anduvo y navegó todo, hallándose a todos los sucesos de aquella extraña entrada que hizo Pedro de Orsúa, y a los motines y hechos tan peligrosos del perverso Diego de Aguirre, de todos los cuales trabajos y peligros le libró el Señor para hacerle de nuestra Compañía. Tales pues, son los ríos que tiene la que llaman Tórrida, seca y quemada región a la cual Aristóteles y todos los antiguos tuvieron por pobre y falta de agua y pastos. Y porque he hecho mención del río Marañón, en razón de mostrar la abundancia de aguas que hay en la Tórrida, paréceme tocar algo de la gran laguna que llaman Titicaca, la cual cae en la provincia del Collao, en medio de ella. Entran en este lago más de diez ríos y muy caudales; tiene un solo desaguadero, y ese no muy grande, aunque a lo que dicen, es hondísimo, en el cual no es posible hacer puente por la hondura y anchura del agua, ni se pasa en barcas, por la furia de la corriente, según dicen. Pásase con notable artificio proprio de indios, por una puente de paja echada sobre la misma agua, que por ser materia tan liviana, no se hunde, y es pasaje muy seguro y muy fácil. Boja la dicha laguna casi ochenta leguas; el lago será cuasi de treinta y cinco; el ancho mayor será de quince leguas; tiene islas, que antiguamente se habitaron y labraron; agora están desiertas. Cría gran copia de un género de junco que llaman los indios, totora, de la cual se sirven para mil cosas, porque es comida para puercos, y para caballos y para los mismos hombres, y de ella hacen casa y fuego, y barco y cuanto es menester; tanto hallan los uros en su totora. Son estos uros tan brutales, que ellos mismos no se tienen por hombres. Cuéntase de ellos que preguntados qué gente eran, respondieron que ellos no eran hombres sino uros, como si fuera otro género de animales. Halláronse pueblos enteros de uros, que moraban en la laguna en sus balsas de totora, trabadas entre sí y atadas a algún peñasco; y acaecíales levarse de allí y mudarse todo un pueblo a otro sitio, y así buscando hoy adónde estaban ayer, no hallarse rastro de ellos ni de su pueblo. De esta laguna, habiendo corrido el desaguadero como cincuenta leguas, se hace otra laguna menor, que llaman de Paria, y tiene ésta también sus isletas y no se le sabe desaguadero. Piensan muchos que corre por debajo de tierra, y que va a dar en el mar del Sur, y traen por consecuencia un brazo de río que se ve entrar en la mar muy cerca, sin saber su origen. Yo antes creo que las aguas de esta laguna se resuelven en la misma con el sol. Baste esta digresión para que conste cuán sin razón condenaron los antiguos a la región media por falta de aguas, siendo verdad que así del cielo como del suelo tiene copiosísimas aguas.