Comentario
CAPÍTULO IV
Del primer género de idolatría de cosas naturales y universales
Después del Viracocha o supremo Dios, fue y es en los infieles el que más comúnmente veneran y adoran, el sol, y tras él esas otras cosas que en la naturaleza celeste o elemental se señalan, como luna, lucero, mar, tierra. Los Ingas, señores del Pirú, después del Viracocha y del sol, la tercera guaca o adoratorio, y demás veneración, ponían al trueno, al cual llamaban por tres nombres, Chuquiilla, Catuilla y Intiillapa, fingiendo que es un hombre que está en el cielo con una honda y una porra, y que está en su mano el llover, y granizar y tronar, y todo lo demás que pertenece a la región del aire, donde se hacen los nublados. Ésta era guaca (que así llaman a sus adoratorios) general a todos los indios del Pirú, y ofrecíanle diversos sacrificios. Y en el Cuzco, que era la corte y metrópoli, se le sacrificaban también niños como al sol. A estos tres que he dicho: Viracocha, Sol y Trueno, adoraban en forma diversa de todos los demás, como escribe Polo haberlo él averiguado, que era poniendo una como manopla o guante en las manos cuando las alzaban para adorarles. También adoraban a la Tierra, que llamaban Pachamama, al modo que los antiguos celebraban la diosa Tellus, y al mar que llamaban Mamacocha, como los antiguos a la Thetis o al Neptuno. También adoraban al arco del cielo, y era armas o insignias del Inga, con dos culebras a los lados a la larga. Entre las estrellas comúnmente todos adoraban a la que ellos llaman Collca, que llamamos nosotros las Cabrillas. Atribuían a diversas estrellas diversos oficios y adorábanlas los que tenían necesidad de su favor, como los ovejeros hacían veneración y sacrificio a una estrella que ellos llamaban Urcuchillay, que dicen es un carnero de muchos colores, el cual entiende en la conservación del ganado, y se entiende ser la que los astrólogos llaman Lira. Y los mismos adoran otras dos, que andan cerca de ella, que llaman Catuchillay, Urcuchillay, que fingen ser una oveja con un cordero. Otros adoraban una estrella que llaman Machacuay, a cuyo cargo están las serpientes y culebras, para que no les hagan mal, como a cargo de otra estrella que llamaban Chuquichinchay, que es tigre, están los tigres, osos y leones. Y generalmente de todos los animales y aves que hay en la tierra, creyeron que hubiese un semejante en el cielo, a cuyo cargo estaba su procreación y aumento, y así tenían cuenta con diversas estrellas, como la que llaman Chacana, y Topatorca y Mamana, y Mirco y Miquiquiray, y así otras, que en alguna manera parece que tiraban al dogma de las ideas de Platón. Los mexicanos cuasi por la misma forma, después del supremo Dios adoraban al sol, y así a Hernando Cortés, como él refiere en una carta al Emperador Carlos Quinto, le llamaban Hijo del Sol, por la presteza y vigor con que rodeaba la tierra. Pero la mayor adoración daban al ídolo llamado Vitzilipuztli, al cual toda aquella nación llamaba el Todopoderoso y señor de lo creado, y como a tal, los mexicanos hicieron el más suntuoso templo y de mayor altura, y más hermoso y galán edificio, cuyo sitio y fortaleza se puede conjeturar por las ruinas que de él han quedado en medio de la ciudad de México. Pero en esta parte, la idolatría de los mexicanos fue más errada y perniciosa que la de los ingas, como adelante se verá mejor; porque la mayor parte de su adoración e idolatría se ocupaba en ídolos, y no en las mismas cosas naturales, aunque a los ídolos se atribuían estos efectos naturales, como del llover y del ganado, de la guerra, de la generación, como los griegos, y latinos pusieron también ídolos de Febo y de Mercurio, y de Júpiter y de Minerva, y de Marte, etc. Finalmente, quien con atención lo mirare, hallará que el modo que el demonio ha tenido de engañar a los indios, es el mismo con que engañó a los griegos y romanos, y otros gentiles antiguos, haciéndoles entender, que estas criaturas insignes, sol, luna, estrellas, elementos, tenían proprio poder y autoridad para hacer bien o mal a los hombres, y habiéndolas Dios creado para servicio del hombre, él se supo tan mal regir y gobernar, que por una parte se quiso alzar con ser Dios, y por otra dio en reconocer y sujetarse a las criaturas inferiores a él, adorando e invocando estas obras, y dejando de adorar e invocar al Creador, como lo pondera bien el Sabio por estas palabras: vanos y errados son todos los hombres en quien no se halla el conocimiento de Dios. Pues de las mismas cosas que tienen buen parecer, no acabaron de entender al que verdaderamente tiene ser. Y con mirar sus obras, no atinaron al Autor y Artífice, sino que el fuego o el viento, o el aire presuroso o el cerco de las estrellas, o las muchas aguas, o el sol o la luna, creyeron que eran dioses y gobernadores del mundo. Mas si enamorados de la hermosura de las tales cosas les pareció tenerlas por dioses, razón es que miren cuánto es más hermoso que ellas el Hacedor de ellas, pues el dador de hermosura es el que hizo todas aquestas cosas. Y si les admiró la fuerza y maravilloso obrar de estas cosas, por ellas mismas acaben de entender cuánto será más poderoso que todas ellas el que les dio el ser que tienen. Porque por la propria grandeza y hermosura que tienen las criaturas se pueden bien conjeturar qué tal sea el Creador de todas. Hasta aquí son palabras del libro de la Sabiduría, de las cuales se pueden tomar argumentos muy maravillosos y eficaces, para convencer el grande engaño de los idólatras infieles, que quieren más servir y reverenciar a la criatura que al Creador, como justísimamente les argulle el Apóstol. Mas porque esto no es del presente intento y está hecho bastantemente en los sermones que se escribieron contra los errores de los indios, baste por agora decir que tenían un mismo modo de hacer adoración al sumo Dios y a estos vanos y mentirosos dioses. Porque el modo de hacerle oración al Viracocha y al sol, y a las estrellas y a las demás guacas o ídolos, era abrir las manos y hacer cierto sonido con los labios como quien besa, y pedir lo que cada uno quería, y ofrecerle sacrificio. Aunque en las palabras había diferencia cuando hablaban con el gran Ticciviracocha. Este modo de adorar abriendo las manos y como besando, en alguna manera es semejante al que el santo Job abomina como proprio de idólatras, diciendo: Si besé mis manos con mi boca mirando al sol cuando resplandece, o a la luna cuando está clara, lo cual es muy grande maldad y negar al altísimo Dios.