Comentario
CAPÍTULO XXV
De los diversos dictados y órdenes de los mexicanos
Tuvieron gran primor en poner sus grados a los señores y gente noble, para que entre ellos se reconociese a quién se debía más honor. Después del rey, era el grado de los cuatro como príncipes electores, los cuales, después de elegido el rey, también ellos eran elegidos, y de ordinario eran hermanos o parientes muy cercanos del rey. Llamaban a éstos, tlacohecalcatl, que significa el príncipe de las lanzas arrojadizas, que era un género de armas que ellos mucho usaban. Tras éstos, eran los que llamaban tlacatecatl, que quiere decir cercenador o cortador de hombres. El tercer dictado, era de los que llamaban ezuahuacatl, que es derramador de sangre, no como quiera, sino arañando; todos estos títulos eran de guerreros. Había otro cuarto intitulado tlillancalqui, que es señor de la casa negra o de negrura, por un cierto tizne con que se untaban los sacerdotes, y servía para sus idolatrías. Todos estos cuatro dictados eran del consejo supremo, sin cuyo parecer el rey no hacía ni podía hacer cosa de importancia; y muerto el rey, había de ser elegido por rey, hombre que tuviese algún dictado de estos cuatro. Fuera de los dichos, había otros consejos y audiencias, y dicen hombres expertos de aquella tierra, que eran tantos como los de España, y que había diversos consistorios, con sus oidores y alcaldes de corte, y que había otros subordinados, como corregidores, alcaldes mayores, tenientes, alguaciles mayores y otros inferiores, también subordinados a éstos, con grande orden, y todos ellos a los cuatro supremos príncipes, que asistían con el rey, y solos éstos cuatro podían dar sentencia de muerte, y los demás habían de dar memorial a éstos, de lo que sentenciaban y determinaban, y al rey se daba a ciertos tiempos, noticia de todo lo que en su reino se hacía. En la hacienda, también tenía su policía y buena administración, teniendo por todo el reino, repartidos, sus oficiales y contadores y tesoreros, que cobraban el tributo y rentas reales. El tributo se llevaba a la corte cada mes, por lo menos una vez. Era el tributo de todo cuanto en tierra y mar se cría, así de atavíos como de comidas. En lo que toca a su religión, o superstición e idolatría, tenían mucho mayor cuidado y distinción, con gran número de ministros, que tenían por oficio enseñar al pueblo los ritos y ceremonias de su ley. Por donde dijo bien y sabiamente un indio viejo a un sacerdote cristiano, que se quejaba de los indios, que no eran buenos cristianos ni aprendían la ley de Dios. "Pongan (dijo él) tanto cuidado los padres, en hacer los indios cristianos, como podían los ministros de los ídolos en enseñarles sus ceremonias, que con la mitad de aquel cuidado seremos los indios muy buenos cristianos, porque la ley de Jesucristo es mucho mejor, y por falta de quien la enseñe, no la toman los indios". Cierto, dijo verdad, y es harta confusión y vergüenza nuestra.