Comentario
CAPÍTULO XXVII
Del cuidado grande y policía que tenían los mexicanos en criar la juventud
Ninguna cosa más me ha admirado ni parecido más digna de alabanza y memoria, que el cuidado y orden que en criar sus hijos tenían los mexicanos. Porque entendiendo bien que en la crianza e institución de la niñez y juventud consiste toda la buena esperanza de una república (lo cual trata Platón largamente en sus libros de legibus) dieron en apartar sus hijos de regalo y libertad, que son las dos pestes de aquella edad, y en ocupallos en ejercicios provechosos y honestos. Para este efecto había en los templos, casa particular de niños, como escuela o pupilaje, distinto del de los mozos y mozas del templo, de que se trató largamente en su lugar. Había en los dichos pupilajes o escuelas, gran número de muchachos, que sus padres voluntariamente llevaban allí, los cuales tenían ayos y maestros que les enseñaban e industriaban en loables ejercicios: a ser bien criados, a tener respeto a los mayores, a servir y obedecer, dándoles documentos para ello; para que fuesen agradables a los señores, enseñábanles a cantar y danzar, industriábanlos en ejercicios de guerra, como tirar con flecha, fisga o vara tostada, a puntería, a mandar bien una rodela y jugar la espada. Hacíanles dormir mal y comer peor, porque desde niños se hiciesen al trabajo y no fuese gente regalada. Fuera del común número de estos muchachos, había en los mismos recogimientos otros hijos de señores y gente noble, y éstos tenían más particular tratamiento; traíanles de sus casas la comida; estaban encomendados a viejos y ancianos que mirasen por ellos, de quien continuamente eran avisados y amonestados a ser virtuosos y vivir castamente, a ser templados en el comer, y a ayunar, a moderar el paso, y andar con reposo y mesura. Usaban probarlos en algunos trabajos y ejercicios pesados. Cuando estaban ya criados, consideraban mucho la inclinación que en ellos había: el que veían inclinado a la guerra, en teniendo edad le procuraban ocasión en que proballe: a los tales, so color de que llevasen comida y bastimentos a los soldados, los enviaban a la guerra, para que allá viesen lo que pasaba y el trabajo que se padecía, y para que así perdiesen el miedo; muchas veces les echaban unas cargas muy pesadas, para que mostrando ánimo en aquello, con más facilidad fuesen admitidos a la compañía de los soldados. Así acontecía ir con carga al campo, y volver capitán con insignia de honra; otros se querían señalar tanto, que quedaban presos o muertos, y por peor tenían quedar presos, y así se hacían pedazos por no ir cautivos en poder de sus enemigos. Así que los que a esto se aplicaban, que de ordinario eran los hijos de gente noble y valerosa, conseguían su deseo. Otros que se inclinaban a cosas del templo y por decirlo a nuestro modo a ser eclesiásticos, en siendo de edad los sacaban de la escuela, y ponían en los aposentos del templo, que estaban para religiosos, poniéndoles también sus insignias de eclesiásticos, y allí tenían sus perlados y maestros que les enseñaban todo lo tocante a aquel ministerio, y en el ministerio que se dedicaban, en él habían de permanecer. Gran orden y concierto era este de los mexicanos, en criar sus hijos, y si agora se tuviese el mismo orden en hacer casas y seminarios donde se criasen estos muchachos, sin duda florecería mucho la cristiandad de los indios. Algunas personas celosas lo han comenzado, y el Rey y su Consejo han mostrado favorecerlo; pero como no es negocio de interés, va muy poco a poco y hácese fríamente. Dios nos encamine para que siquiera nos sea confusión lo que en su perdición hacían los hijos de tinieblas, y los hijos de luz no se queden tanto atrás en el bien.