Época: Transformaciones pol
Inicio: Año 1300
Fin: Año 1402

Antecedente:
Turcos, griegos y balcánicos



Comentario

Los comienzos del poderío otomano fueron muy modestos y proceden, como en el caso de otros principados turcos, de la descomposición del sultanato silyuqí de Qonya. Posteriormente, los iljanes habían ejercido primero un protectorado en Asia Menor, a través del gobernador Pervapnneh, y luego el gobierno directo. Cuando este desaparece, la fragmentación vuelve a predominar: por una parte, principados en torno al antiguo dominio de Pervapnneh, y a diversas ciudades. Por otro, territorios en poder de turcomanos en todas las llanuras y zonas marginales de Anatolia, especialmente en las fronteras con Bizancio, donde desarrollan un espíritu "gazi" de combate y ortodoxia sunní, apoyado en manifestaciones místicas o piadosas que encuentran su mejor expresión en cofradías, como las de los Bektasis, que tanto influirían sobre los otomanos. A finales del siglo XIII, los principados turcos más poderosos eran el de Qaramán, en el este y sureste de Anatolia; el de Germiyán, en el centro-sur, y el de Aydin, en la costa suroccidental, dueño de una potente flota, pero la vanguardia del Islam frente a Bizancio, con todos los riesgos y ventajas que proporcionaba la frontera, eran los principados de Karesi, en torno al mar de Marmara, y el otomano fundado por Osmán (1281-1324): aquel principado o beylik era muy pequeño y, en principio, no parecía especialmente peligroso ni para el de Karesi ni para Constantinopla.
El emperador Andrónico II (1282-1328), sin embargo, vio crecer el peligro. En su tiempo se demostró claramente que Bizancio no podía recuperar la potencia de antaño: los emperadores de Trebisonda conservaron su independencia, así como los ducados de Morea y Acaya, en manos de señores europeos; Venecia mantenía su dominio sobre Creta, Eubea y otras islas del Egeo, mientras que Génova era dueña de la de Quios desde 1304 y mediatizaba el comercio en la misma capital al contar con el barrio o enclave de Pera, y la Orden de San Juan se asentaba en Rodas. Además, los serbios -dueños también de Macedonia- y los búlgaros no eran vecinos apacibles. Todo ello sin contar los elementos internos de debilidad: gran poder de las aristocracias terratenientes, dificultades en el sector agrario, control del comercio por las ciudades mercantiles de Italia.

A comienzos del siglo XIV, el peligro otomano aumentó: la toma de Efeso en 1302 pudo compensarse, en principio, con la ayuda de compañías de almogávares catalanes llamadas por el co-emperador Miguel IX, pero aquellos mercenarios se sublevaron ante la falta de pago, devastaron Tracia, Tesalia y Grecia, y se hicieron dueños de los ducados de Atenas y Neopatria, mientras que los turcos, aliados eventuales de los catalanes, devastaban la península de Gallípoli, y recuperaban Efeso, Esmirna y Magnesia, lo que les ponía ya en condiciones de intervenir en el mar Egeo.

La debilidad bizantina era manifiesta. Juan Cantacuceno, verdadero dueño del poder, y Alejo Apocaucos apoyaron a Andrónico III, co-emperador desde 1321 junto a su abuelo y homónimo, y emperador único desde 1328. Mientras tanto, Osmán había fallecido, posiblemente a comienzos de 1324, y su sucesor Orkhán (1324-1360) se apoderaba de la estratégica ciudad de Bursa (Brussa), en 1326; vencía al nuevo emperador en la batalla de Pelekanon, 1329, y ampliaba inmediatamente su dominio a Nicea (1331) y Nicomedia (1337). Aprovechando los tiempos de tregua con Bizancio, Orkhán anexionó el sultanato de Karesi entre 1335 y 1345, con lo que se consolidó la presencia otomana en las costas del Egeo y del mar de Mármara.

A partir de 1341, Constantinopla vivió una nueva y violenta crisis interior, pues la muerte de Andrónico III enfrentó a Juan Cantacuceno con Alejo Apocaucos, que gobernaba en Tracia y fomentó la revuelta social de los "zelotes", en cuyo transcurso fueron saqueadas grandes ciudades como Salónica y Andrinópolis, mientras el rey de Serbia, Esteban Dusan, extendía su poder a Macedonia, Épiro, Albania e incluso a Tesalia y zonas de Grecia, y lo mantenía hasta su fallecimiento en 1355. Cantacuceno se hizo con el poder, e incluso con el título de co-emperador, entre 1347 y 1354, pero pagó un alto precio a sus aliados venecianos, catalanes y turcos. Los dos primeros no prestaron suficiente apoyo contra Génova, que conquistó Esmirna (1344), plaza que mantuvo hasta 1402 con ayuda de la Orden de San Juan, recuperó la isla de Quios en 1346 y destruyó la flota imperial -la última de las que dispuso Constantinopla- en 1349, lo que aseguraba su control sobre el trafico con el Mar Negro. Orkhán, por su parte, recibe por mujer a Teodora, hija de Juan Cantacuceno, en 1346, envía muchos mercenarios a la defensa de Andrinópolis, en 1352, y consigue conquistar Gallípoli en 1354, lo que permitió a los otomanos disponer de una magnifica base naval de operaciones en la villa europea.

Juan V accedió al poder imperial efectivo en 1355 y lo conservó hasta su muerte en 1391. Entre sus primeras medidas se cuenta la renovación de la alianza con Orkhán para evitar el peligro mayor, y los intentos de aproximación a Roma, que repetiría en 1366 y 1369. Pero el Imperio no era ya más que su capital, Tracia, la ciudad de Salónica y algunas islas del Egeo. Búlgaros y serbios dominaban el espacio balcánico, o bien lo compartían con diversos despotados y poderes locales: Morea, Épiro, Macedonia. Pero los otomanos habían de atender a diversos frentes y Constantinopla no era el principal en aquel momento. Murad I (1360-1389) sucedió a su padre, no sin problemas porque el poder pertenecía a toda la familia y no había reglas fijas de sucesión; en aquel momento, todo vestigio de dependencia respecto al iljanato habían desaparecido pues el último de sus gobernadores, Timur, había abandonado Anatolia oriental en 1327; Murad sustituiría el titulo de bey, que sus antecesores habían llevado, por el de sultán, para subrayar la independencia, y pretendió fundar la legitimidad de su poder y la declaración de supremacía sobre otros principados turcos no sólo en el prestigio de la lucha que los otomanos practicaban como gazies (gazí: combatiente de la fe), y en sus derechos de conquista, sino también en una pretendida superioridad del linaje de Osmán, procedente de los Oghuz, que sería el clan turco más antiguo. Por entonces, los otomanos, aunque conservaban sus tradiciones tribales y pastoriles, las hacían ya compatibles con formas de vida urbanas de tradición griega y persa en las ciudades que formaban parte de su dominio.

Para Murad I, la cuestión era tanto conseguir la supremacía sobre los otros principados turcos de Asia Menor como aprovechar las líneas de menor resistencia para proseguir las conquistas en tierra cristiana donde a la débil situación de Bulgaria se unía en aquel momento el derrumbamiento de la gran Serbia construida por Esteban Dusan (1331-1355), que llegó a titularse "emperador de los serbios y griegos, de los búlgaros y albaneses", a establecer una sede patriarcal en Pec y a promulgar un nuevo código (Zakonik, 1349). Pero los eslavos del sur no tuvieron tiempo ni ocasión para consolidar aquel proyecto: Murad I conquistó Andrinópolis (1361 ó 1371) y Filipópolis (1363), derrotó a serbios y búlgaros coaligados en la batalla del río Maritsa (1371), mientras mantenía sujeto a tributo al emperador Juan V y aprovechaba las revueltas de su hijo Andrónico, consolidó su dominio de Gallípoli y se apoderó en varias campañas de Macedonia y Bulgaria entre 1371 y 1387, fecha en que también conquistó Salónica.

Además de aprovechar las disputas internas en la familia imperial griega para actuar como árbitro entre sus miembros, Murad I dedicó alguna atención al escenario anatólico, donde consiguió el vasallaje del sultanato de Karamán, valiéndose en esta ocasión de un ejército formado en parte por mercenarios serbios y griegos. Un momento decisivo ocurrió en 1389: la alianza entre el rey de Bosnia, Tvrtko, el príncipe Lázaro de Serbia y el zar de Bulgaria, fue aplastada en la batalla de Kosovo (junio 1389). El sultán murió en ella pero no su hijo y sucesor Bayezid I (1389-1402), que llevó a su culminación las conquistas y la organización de aquel primer Imperio otomano tanto en los Balcanes o Rumelia como en Anatolia. En el primero de los dos ámbitos, se consiguió la conquista de Skopje (1391) y la de Tirnovo (1393), que ponía en manos turcas toda Bulgaria; se expulsó del bajo Danubio al príncipe de Valaquia, Mircea el Grande, que aceptó entrar en vasallaje pero mantuvo la independencia de su país, y se inició desde 1394 un bloqueo de Constantinopla que no logró resultados porque los griegos mantenían su avituallamiento por vía marítima con ayuda de Venecia, que aprovechaba aquellos acontecimientos para consolidar sus posiciones en la costa adriática (toma de Durazzo en 1392, de Drivasto en 1396). Los turcos tampoco pudieron, por el momento, conquistar los principados de Morea y Atenas, pero lograron una victoria decisiva sobre los cruzados en su mayoría franceses y húngaros que acudían contra ellos: la batalla de Nicópolis (septiembre de 1396) consolidó el prestigio de Bayezid y el dominio turco sobre Bulgaria, cuyo zar Chichman fue ejecutado. En los años siguientes, la situación de Constantinopla llegó a ser apurada, aunque los turcos carecían de medios de asalto adecuados: el emperador Manuel II buscó apoyos en Occidente, a donde viajó en el año 1400, e incluso recuperó por algún tiempo Morea y Salónica, pero hubo de renunciar al trono en su sobrino, Juan VII, que en 1402 llegó a ofrecer la entrega de la ciudad a Bayezid si triunfaba en su campaña contra Tamerlán.

Ocurría todo lo anterior mientras los otomanos se esforzaban en dominar a otros principados turcos de Anatolia, que habían querido aprovechar el desconcierto creado por la muerte de Murad I. Ya en 1389 realizó Bayezid una campaña en la que conquistó los principados de la costa de Asia Menor, entre ellos el de Aydín, y una parte del de Karamán, su principal enemigo. En 1391 le llegó el turno al de Djandar, con la excepción del puerto de Sinope, y en 1397-1398 se producía la conquista completa de los principados de Karamán y Sivas, con lo que toda Anatolia estaba en poder de Bayezid. Fue entonces cuando se produjo el enfrentamiento con Tamerlán, al que acudían embajadas de Carlos VII de Francia, Enrique III de Castilla y de Génova, temerosas ante la posible caída de Constantinopla. La campaña devastadora de 1400 fue un primer aviso pero la derrota decisiva se produjo en la batalla de Ankara (julio de 1402), donde Bayezid fue hecho prisionero, aunque sus hijos se pusieron a salvo y consiguieron mantener la situación: Tamerlán arrasó Brussa, la capital otomana, y conquistó Esmirna, mantenida hasta entonces por los sanjuanistas, al tiempo que restablecía la independencia de los principados turcos de Anatolia, pero abandonó pronto y definitivamente aquel escenario de sus victorias.

Esto y la inexistencia de otros poderes que pudieran aprovechar el eclipse otomano aseguró la supervivencia del imperio de Bayezid después de un breve periodo de disgregación y crisis. Recordemos que, en 1402, formaban parte de él, en Rumelia, Tracia, Macedonia, Tesalia, Dobrudja, Bulgaria y una parte de Albania, más Valaquia y Serbia como países vasallos; Constantinopla estaba cercada, Morea amenazada y, además, el sultán era dueño de Anatolia y, en especial, de las costas de Asia Menor, aunque no lo era del mar, donde predominaba Venecia que, en 1402, consiguió hacerse de nuevo con Gallípoli.

El imperio forjado por Bayezid I y sus inmediatos antecesores tenía ya una organización sólida, inspirada a veces en modelos administrativos bizantinos y silyuqíes: Bayezid había redamado del califa abbasí, que residía en El Cairo, el título de sultán de Rum, que señalaba claramente su deseo de recibir la herencia histórica silyuqí y, con ella, los proyectos de conquista contra Constantinopla. Buena parte de la administración bizantina se mantuvo, sobre todo en las regiones europeas, mientras se adaptaba parte del ceremonial cortesano, admirado por los otomanos que, del mismo modo, veían en Constantinopla la ciudad por excelencia: de ahí el nombre de Estambul con que la conocieron (Eis ten Polin: hacia la ciudad). El nombre del palacio del sultán, la Sublime Puerta (Bab-ï 'Alí) sirvió para designar el concepto y realidad del poder que emanaba de él. De los silyuqíes se tomó el apoyo en las cofradías de las ciudades musulmanas, y la organización administrativa central bajo la forma de consejo (diván) presidido por un gran visir: el visirato estuvo en manos de la familia de los Yandarlí durante un siglo desde 1360; el gran visir, apoyado en otros menores, al menos tres, presidía una administración compleja de la que formaban parte el gran cadí del ejército, del que dependían los demás cadíes o jueces del Imperio; los dos grandes administradores (defterdar) financieros, uno para Anatolia y otro para Rumelia, y el canciller. En la Corte se elaboraban los grandes catastros, ya desde fines del siglo XIV, que permitían conocer la riqueza imponible y las concesiones en timar, y se vigilaba a los gobernadores de provincial y ciudades (sandjak bey), a los de distrito (subachï) y a los dos gobernadores generales, cargo aparecido a fines del siglo XIV (beylerbeyilik), para Rumelia y Anatolia. Para mejorar la administración de las ciudades se adoptó la institución del muhtasib, tomada del mundo árabe, también desde finales del XIV. La autonomía de los poderes cristianos sometidos o vasallos era grande, y se respetó parte de su derecho consuetudinario y de sus normas administrativas, siempre que guardaran fidelidad: un medio para asegurarla, que recuerda al adoptado por los emperadores-bizantinos siglos atrás, fue el traslado masivo de poblaciones, aunque la Rumelia siguió siendo mayoritariamente cristiana y sólo recibió más aportes turcos -siempre localizados en pueblos y barrios propios- después de la derrota de 1402.

La organización del ejército fue flexible, diversificada y al margen de la administrativa que hasta ahora hemos considerado, aunque los gobernadores de provincias eran también sus jefes militares. Sin duda, constituyó un gran acierto de los primeros sultanes y explica tanto como las innovaciones estratégicas y tácticas el éxito guerrero de los otomanos. Su base principal fue el timar, definido como "atribución de rentas de una tierra, a título de sueldo, a un militar otomano, a veces a funcionarios civiles o religiosos -incluso podían ser aristócratas cristianos-, a cambio de que la haga cultivar, pague los impuestos y cargas previstos, facilite al ejército, en caso preciso, un número de combatientes proporcional a la renta de la tierra" (N. Vatin), y mantenga el armamento de caballería adecuado para su propia persona. En otras ocasiones, el timar era una concesión de renta, con las mismas obligaciones. Este procedimiento guarda relación con la iqta' de otros países musulmanes y con la "pronoia" bizantina, aunque no era habitual que un timariota conservara la misma concesión durante más de tres años, y permitía al sultán disponer de una caballería de "müsellems" apta sobre todo para las guerras de frontera y defensa territorial, formada por unos 40.000 hombres y completada con otras tropas de caballería ligera reclutadas en los medios tribales turcos ("akïndjï", hasta 10.000 hombres), tropas de infantería proporcionadas por la población, con frecuencia cristianos (yaya o piyade), que actuaban como milicias territoriales, voluntarios de la fe (gazíes) en los primeros tiempos, y mercenarios (azab), unos 12.000 a mediados del siglo XV, empleados para guarnecer castillos, tripular barcos o vigilar fronteras. A partir de la época de Murad I, se generalizó el régimen de requisa (devchirme) de jóvenes cristianos, a los que se islamizaba y educaba a la turca en el palacio del sultán o en casas de familias aristocráticas de Anatolia para que pasaran a formar parte de la administración y, sobre todo, del ejército como guardia y cuerpo de élite: aquellos "esclavos o servidores de la Puerta" (kapi kullar), fueron un elemento importante para la consolidación del dominio otomano en Rumelia; parte de ellos, unos 6.000, combatían a pie como guardia personal del sultán (jenízaros o yeniçeri: soldados nuevos) pero, además, se amplió la tropa de caballería (spahis), para mejorar la movilidad y capacidad de la basada en el régimen de timar. Las fuerzas de origen cristiano y los jenízaros fueron especialmente útiles en las guerras de Anatolia, donde los otomanos no podían alegar ningún argumento de legitimación religiosa para justificarlas.

Paulatinamente, los otomanos se hicieron con los servicios de una marina propia, cuya base principal estuvo siempre en Gallípoli, tripulada a menudo por marinería mixta, con griegos, e incluso algunos italianos, catalanes y provenzales, y aprendieron a utilizar la artillería: Mehmet II obtendría de ella todo su rendimiento frente a Constantinopla, y contó con los servicios de fundidores de cañones alemanes. El desarrollo de estrategias y tácticas de combate innovadoras, basadas en la combinación de caballería ligera, infantería y artillería, otorgó a los otomanos una ventaja sustancial sobre sus enemigos, que supieron unir a su mejor organización política y a la flexibilidad de criterios con que organizaron los territorios y poblaciones que conquistaban.