Comentario
CAPÍTULO VI
De la guerra que tuvieron con los de Culhuacán
Por consejo del ídolo, enviaron sus mensajeros al señor de Culhuacán, pidiéndole sitio donde poblar; y después de haberlo consultado con los suyos, les señaló a Tizaapán, que quiere decir aguas blancas, con intento de que se perdiesen y muriesen; porque en aquel sitio había grande suma de víboras, y culebras y otros animales ponzoñosos, que se criaban en un cerro cercano. Mas ellos, persuadidos y enseñados de su demonio, admitieron de buena gana lo que les ofrecieron, y por arte diabólica, amasaron todas aquellas animalias, sin que les hiciesen daño alguno, y aun las convirtieron en mantenimiento, comiendo muy a su salvo y placer de ellas. Visto esto por el señor de Culhuacán, y que habían hecho sementeras y cultivaban la tierra, tuvo por bien admitirlos a su ciudad y contratar con ellos muy de amistad, mas el dios que los mexicanos adoraban (como suele) no hacía bien sino para hacer más mal. Dijo pues, a sus sacerdotes, que no era aquel el sitio adonde él quería que permaneciesen, y que el salir de allí había de ser trabando guerra, y para esto se había de buscar una mujer que se había de llamar la diosa de la discordia, y fue la traza enviar a pedir al rey de Culhuacán, su hija, para reina de los mexicanos y madre de su dios. A él le pareció bien la embajada, y luego la dio con mucho aderezo y acompañamiento. Aquella misma noche que llegó, por orden del homicida a quien adoraban, mataron cruelmente la moza, y desollándole el cuero, como lo hacen delicadamente, vistiéronle a un mancebo, y encima sus ropas de ella, y de esta suerte le pusieron junto al ídolo, dedicándola por diosa y madre de su dios; y siempre de allí adelante la adoraban, haciéndole después ídolo que llamaron Tocci, que es nuestra abuela. No contentos con esta crueldad, convidaron con engaño al rey de Culhuacán padre de la moza, que viniese a adorar a su hija, que estaba ya consagrada diosa. Y viniendo él con grandes presentes y mucho acompañamiento de los suyos, metiéronle a la capilla donde estaba su ídolo, que era muy escura, para que ofreciese sacrificio a su hija, que estaba allí. Mas acaeció encenderse el incienso que ofrecían en un brasero a su usanza, y con la llama reconoció el pellejo de su hija, y entendida la crueldad y engaño, salió dando voces, y con toda su gente dio en los mexicanos, con rabia y furia, hasta hacerles retirar a la laguna, tanto que cuasi se hundían en ella. Los mexicanos, defendiéndose y arrojando ciertas varas que usaban, con que herían reciamente a sus contrarios, en fin cobraron la tierra, y desamparando aquel sitio, se fueron bojando la laguna, muy destrozados y mojados, llorando y dando alaridos los niños y mujeres contra ellos, y contra su dios que en tales pasos los traía. Hubieron de pasar un río, que no se pudo vadear, y de sus rodelas, y fisgas y juncia, hicieron unas balsillas en que pasaron. En fin, rodeando de Culhuacán, vinieron a Iztapalapa, y de allí a Acatzintitlán, y después a Iztacalco, y finalmente, al lugar donde está hoy la ermita de San Antón, a la entrada de México, y al barrio que se llama al presente de San Pablo, consolándoles su ídolo en los trabajos y animándoles con promesas de cosas grandes.