Comentario
CAPÍTULO XI
Del tercero rey Chimalpopoca, y de su cruel muerte y ocasión de la guerra que hicieron los mexicanos
Por sucesor del rey muerto eligieron los mexicanos, sobre mucho acuerdo, a su hijo Chimalpopoca, aunque era muchacho de diez años, pareciéndoles que todavía les era necesario conservar la gracia del rey Azcapuzalco con hacer rey a su nieto, y así le pusieron en su trono, dándole insignias de guerra con un arco y flechas en la una mano, y una espada de navajas, que ellos usan, en la derecha, significando en esto, según ellos dicen, que por armas pretendían libertarse. Pasaban los de México gran penuria de agua, porque la de la laguna era cenagosa y mala de beber, y para remedio de esto, hicieron que el rey muchacho enviase a pedir a su abuelo el de Azcapuzalco, el agua del cerro de Chapultepec, que está una legua de México, como arriba se dijo, lo cual alcanzaron liberalmente, y poniendo en ello diligencia, hicieron un acueducto de céspedes, y estacas y carrizos, con que el agua llegó a su ciudad; pero por estar fundada sobre la laguna y venir sobre ella el caño, en muchas partes se derrumbaba y quebraba, y no podían gozar su agua como deseaban y habían menester. Con esta ocasión, ora sea que ellos de propósito la buscasen para romper con los tepanecas, ora que con poca consideración se moviesen, en efecto enviaron una embajada al rey de Azcapuzalco, muy resoluta, diciendo que del agua que les había hecho merced no podían aprovecharse por habérseles desbaratado el caño por muchas partes; por tanto, le pedían les proveyese de madera, y cal y piedra, y enviase sus oficiales, para que con ellos hiciesen un caño de cal y canto que no se desbaratase. No le supo bien al rey este recado, y mucho menos a los suyos, pereciéndoles mensaje muy atrevido y mal término de vasallos con sus señores. Indignados pues, los principales del consejo, y diciendo que ya aquella era mucha desvergüenza, pues no se contentando de que les permitiesen morar en tierra ajena, y que les diesen su agua, querían que los fuesen a servir; que qué cosa era aquella o de qué presumían gente fugitiva y metida entre espadañas. Que les habían de hacer entender si eran buenos para oficiales, y que su orgullo se abajaría, con quitalles la tierra y las vidas. Con esta plática y cólera se salieron, dejando al rey, que lo tenían por algo sospechoso por causa del nieto, y ellos aparte hicieron nueva consulta, de la cual salió mandar pregonar públicamente que ningún tepaneca tuviese comercio con mexicano, ni fuesen a su ciudad, ni los admitiesen en la suya, so pena de la vida. De donde se puede entender que entre éstos, el rey no tenía absoluto mando e imperio, y que más gobernaba a modo de cónsul, o dux, que de rey; aunque después, con el poder, creció también el mando de los reyes hasta ser puro y tiránico, como se verá en los últimos reyes, porque entre bárbaros fue siempre así que cuanto ha sido el poder, tanto ha sido el mandar. Y aún en nuestras historias de España, en algunos reyes antiguos, se halla el modo de reinar que estos tepanecas usaron; y aún los primeros reyes de los romanos fueron así, salvo que Roma, de reyes declinó a cónsules y senado, hasta que después volvió a emperadores; mas los bárbaros, de reyes moderados declinaron a tiranos, siendo el un gobierno y el otro como extremos, y el medio más seguro el de reino moderado. Mas volviendo a nuestra historia, viendo el rey de Azcapuzalco la determinación de los suyos, que era matar a los mexicanos, rogoles que primero hurtasen a su nieto, el rey muchacho, y después diesen enhorabuena en los de México. Cuasi todos venían en esto por dar contento al rey, y por tener lástima del muchacho; pero dos principales contradijeron reciamente, afirmando que era mal consejo, porque Chimalpopoca, aunque era de su sangre, era por vía de madre, y que la parte del padre había de tirar de él más. Y con esto concluyeron que el primero a quien convenía quitar la vida, era a Chimalpopoca, rey de México, y que así prometían de hacerlo. De esta resistencia que le hicieron y de la determinación con que quedaron, tuvo tanto sentimiento el rey de Azcapuzalco, que de pena y mohína adoleció luego, y murió poco después; con cuya muerte, acabando los tepanecas de resolverse, acometieron una gran traición, y una noche, estando el muchacho rey de México, durmiendo sin guardia muy descuidado, entraron en su palacio los de Azcapuzalco, y con presteza mataron a Chimalpopoca, tornándose sin ser sentidos. Cuando a la mañana los nobles mexicanos, según su costumbre, fueron a saludar su rey, y le hallaron muerto y con crueles heridas, alzaron un alarido y llanto que cubrió toda la ciudad, y todos, ciegos de ira, se pusieron luego en armas para vengaría muerte de su rey. Ya que ellos iban furiosos y sin orden, salioles al encuentro un caballero principal de los suyos, y procuró sosegarlos y reportarlos con un prudente razonamiento. "¿Dónde váis, les dijo, oh mexicanos? Sosegaos y quietad vuestros corazones; mirad que las cosas sin consideración no van bien guiadas ni tienen buenos sucesos; reprimid la pena considerando que aunque vuestro rey es muerto, no se acabó en él la ilustre sangre de los mexicanos. Hijos tenemos de los reyes pasados, con cuyo amparo, sucediendo en el reino, haréis mejor lo que pretendéis. Agora, ¿qué caudillo o cabeza tenéis para que en vuestra determinación os guíe? No váis tan ciegos; reportad vuestros ánimos; elegid primero rey y señor que os guíe, esfuerze y anime contra vuestros enemigos. Entretanto, disimulad con cordura haciendo las exequias a vuestro rey muerto, que presente tenéis, que después habrá mejor conyuntura para la venganza." Con esto se reportaron, y para hacer las exequias de su rey, convidaron a los señores de Tezcuco y a los de Culhuacán, a los cuales contaron el hecho tan feo y tan cruel que los tepanecas habían cometido, con que los movieron a lástima de ellos y a indignación contra sus enemigos. Añadieron que su intento era o morir o vengar tan grande maldad, que les pedían no favoreciesen la parte tan injusta de sus contrarios, porque tampoco querían les valiesen a ellos con sus armas y gente, sino que estuviesen de por medio a la mira de lo que pasaba; sólo para su sustento deseaban no les cerrasen el comercio, como habían hecho los tepanecas. A estas razones, los de Tezcuco y los de Culhuacán, mostraron mucha voluntad y satisfacción, ofreciendo sus ciudades y todo el trato y rescate que quisiesen, para que a su gusto se proveyesen de bastimentos por tierra y agua. Tras esto les rogaron los de México, se quedasen con ellos y asistiesen a la elección del rey, que querían hacer, lo cual también aceptaron por dalles contento.