Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
PIRATAS DE AMERICA



Comentario

CAPITULO II


Descripción de la isla de la Tortuga, de sus frutos y árboles,

y de qué manera poblaron allí los franceses dos veces y

fueron echados los españoles de ella; y cómo el autor de

este libro fue en ella vendido en dos ocasiones



Está situada la isla de la Tortuga al lado del norte de la famosa y grande isla Española; cerca de la tierra firme, en la altura de veinte grados y treinta minutos; es grande de sesenta leguas; llamáronla Tortuga por tener la forma de una tortuga o galápago de mar; diéronla por esta razón los españoles este nombre; es muy montañosa y llena de peñascos mas, no obstante, espesísima de lozanos árboles, que no dejan de crecer entre lo sólido de los riscos, sin participar inmediatamente de tierra friable, de donde se sigue que las raíces, por la mayor parte, se descubren por todo enlazadas contra las piedras a modo de ramas de yedra en una pared. En la parte que mira al norte no vive gente, lo uno por ser muy incómoda y mal sana; lo otro porque por allí es tan escabrosa que sin grandes dificultades no se puede llegar a la orilla de la mar, si no es entre riscos casi inaccesibles; por esta razón la poblaron de la parte meridional, donde tiene sólo un puerto razonablemente bueno, teniendo dos entradas por donde pueden pasar navíos de 70 piezas, siendo el fondo sin riesgo, y capaz de contener grande número. La parte poblada se divide en cuatro, llamadas: la Tierra baja, ésta es la más famosa por el dicho puerto; llámase el lugar Cayona, en el cual viven los principales plantadores. La segunda se llama MedioPlantage plantío; su territorio aún está nuevo, experimentando de ella ser muy fértil para cultivar tabaco. La tercera se llama la Ringot; están estos lugares situados al fin del poniente de la isla. La cuarta se llama la Montaña, en la cual se hicieron los primeros cultivos que en la isla comenzaron.



En cuanto a los árboles que allí crecen son muy lozanos y vistosos, que pueden servir a distintos usos con grande utilidad, como el sándalo amarillo, que llaman los de la tierra Bois de Chandel, que significa palo de candela, por arder como una candela, y se sirven de ella para hacer la pesca de noche. Crece también Palo Santo que otros llaman Guayaco; sus virtudes son bien notorias, principalmente a los que no observan el tercer voto o sexto mandamiento, dándose a toda suerte de cópulas impuras; sacan de él los médicos, debajo de diversas composiciones, un antídoto para males que proceden del juego de Venus, y humores víscidos, fríos. Los árboles que sudan la Goma Elemi crecen en grandísima abundancia, como también raíz de China, la cual no es tan buena como la que se trae de las Indias Occidentales; es muy blanca y blanda y es pasto gracioso a los jabalíes cuando no hallan otra cosa. Del Aloes o Acíbar no carece esta isla, como de otra infinidad de hierbas medicinales y dedicadas al aspecto de quien las contempla para fábrica de navíos, y de otra cualquier suerte de edificios se hallan en esta mancha de Neptuno, maderas muy a propósito. Las frutas que con abundancia crecen allí, no rinden feudo de menores ni menos estimadas que las otras islas circunvecinas; contaré algunas de las más ordinarias y comunes, como son: Magniot, Patatas, Manzanas de Acajou, Yañas, Bacones, Paquayes, Carasoles, Mamayns, Ananás y otros muchos géneros, que por no ser molesto dejo de especificar. Crece también gran número de árboles llamados Palmites, de los cuáles exprimen un zumo que sirve a los moradores de vino, y sus hojas de cubiertos y tejados a las casas.



Abunda con multiplicación cotidiana, esta isla de Jabalíes; prohibió el gobernador la caza de ellos con perros, diciendo que era la isla pequeña y que tal caza destruiría en poco tiempo dichos animales, juzgando a propósito conservar la casta, para que en caso de invasiones de enemigos pudiesen los defensores mantenerse de tales carnes, principalmente, si los habitantes se viesen forzados a retirarse a los bosques, para que en ellos puedan tener de qué sustentarse y con ese medio poder sufrir cualquier asalto y persecución subitánea o larga; impídese esta caza casi de ella misma, por ser tantos los peñascos y precipicios que, por la mayor parte, están cubiertos de árboles pequeños muy frondosos, de donde con facilidad se han precipitado muchos cazadores de lo cual, no sin dolor, se tiene experiencia de muchos desastres.



En cierto tiempo del año concurren a la Tortuga grandes bandadas de palomas torcaces, siendo ocasión en que los habitantes comen de ellas con largueza y les sobra, dejando totalmente en reposo otros animales, tanto domésticos como silvestres que suplen la ausencia de palomas en la sazón de retiro; y como nada en este mundo, por agradable que sea, deja de mostrar entre sí mezcla de amargura, tenemos bien este símbolo en las referidas palomas, las cuales, pasada la sazón que Dios concedió para el uso de alimento sabroso a las gentes que allí viven con tanta delicia, no las pueden gustar, porque se enflaquecen demasiado y amargan por extremo, proviniendo esta diferencia de cierta simiente que comen amarga como el acíbar. A las orillas de la mar concurren multitud de cangrejos marinos y terrestres muy grandes, buenos para sustentar criados y esclavos, que dicen ser muy sabrosos pero nocivos a la vista; además, que comiéndolos repetidas veces, causan vahídos de cabeza con flaqueza del cerebro, de suerte que privan de la vista, de ordinario, por un cuarto de hora.



Habiendo plantado los franceses en la isla de San Cristóbal cierto género de árboles, de los cuales ya habrá cantidad, hicieron unas gabarras y barcos luengos para enviar hacia el poniente bien proveídos de gente y municiones, a descubrir otras tierras. Salieron de ésta y llegaron cerca de la isla Española, a la cual abordaron con alegría, saltando en ella y metiéndose tierra adentro; hallaron grande abundancia de ganados como son toros, vacas, jabalíes y caballos; mas considerando que con aquel ganado no podían sacar provecho, menos que a tener una parte segura donde acorralarlos y tenerlos cerrados, y conociendo también que la isla estaba muy poblada de españoles, hallaron a propósito y acordaron de emprender y tomar la isla de Tortuga. Hiciéronlo sin mucha resistencia, pues en ella no se hallaban más que diez o doce españoles que la guardaban, los cuales dejaron a los franceses libremente entrar, quedándose allí medio año sin que nadie se lo estorbase. Pasaban con sus canoas entre tanto a la Tierra Mayor, de la cual conducían a ésta mucha gente, con que comenzaron a plantar toda la isla de Tortuga; pero, viendo los pocos españoles que allí estaban el número de franceses, que se aumentaba cada día, les era muy pesado que poblasen y dieron aviso a otros de la nación vecinos suyos, los cuales enviaron unas gabarras bien armadas para echar de aquella tierra los franceses, cuya empresa les sucedió según su deseo por entonces; pues viendo los nuevos pretensores venir número de españoles, huyeron con todo lo que tenían a los bosques y desde allí se fueron de noche con sus canoas a tierra firme, hallándose desembarazados y sin el estorbo de mujeres ni criaturas, ya que cada uno huía como el que más. Fuéronse allá también a las selvas para buscar de comer y de ellas, con secreto, hacer lo posible para advertir a otros de su facción, teniendo por más que cierto, que bien presto podrían impedir el fortificarse a los españoles en Tortuga.



Buscaban en los bosques los españoles a los huéspedes franceses para echarlos fuera o hacerlos morir de hambre, pero mal les sucedió; hallándose que los franceses estaban muy bien prevenidos de buenos mosquetes, balas y pólvora. Los retirados aguardaron la ocasión en que sabían que los españoles debían salir para la Tierra Grande con sus armas y mucha gente en busca de los franceses, los cuales volvieron entretanto a Tortuga y la despojaron de los pocos españoles que quedaron, preparando e impidiendo la entrada por si querían volver; con que impetraron socorro al gobernador de San Cristóbal, suplicándole que juntamente enviase un gobernador, para poderse mejor unir y sujetar en todas ocasiones. El general de San Cristóbal oyó muy gustosamente la proposición, con que sin alguna dilación envió a Monsieur le Vasseur, en calidad de gobernador, con un navío lleno de soldados y todas las cosas necesarias para establecerse, y defenderlo a otros. Luego que llegó este socorro hizo el gobernador fabricar una fortaleza encima de un peñasco, desde la cual podía impedir la entrada y el abordo de navíos y otras embarcaciones que pretendiesen llegar al puerto. No se puede llegar a dicho fuerte, sino casi trepando por un angosto camino que no permite subir más que dos personas juntas, y con trabajo; hay en medio de este peñasco una concavidad que sirve de almacén y, además de éste, tiene grandísima comodidad para plantar una batería. Mandó plantar con mucha fatiga, dicho gobernador, dos piezas de artillería y fabricar una casa dentro de la fortaleza y, después de esto, hizo romper el camino que había, dejando la subida sólo por una escala. Dentro se halla también una copiosa fuente que perpetuamente corre cristalinas aguas, que basta para dar refresco a mil personas, con cuyas comodidades y seguridades comenzaron a poblar los franceses y cada uno procuró buscar su vida, unos en la caza, otros plantando tabaco y otros cruzando sobre las costas de las islas de España, como todavía hacen.



Erales insufrible a los españoles que los franceses poblasen allí tanto, temiendo que con el tiempo los echarían de la grande isla. Aguardaron que muchos de ellos saliesen a la mar y otros a la caza, con que entretanto prepararon unas canoas con 800 soldados y abordaron la tierra sin ser percibidos de los franceses; pero hallando que el gobernador había hecho cortar muchos árboles para mejor descubrir al enemigo en caso de asalto; conociendo no podían emprender nada seguro, menos que jugando de artillería, consultaron para definir dónde sería al propósito el plantarla. Discurrieron que, puesto que habían los nuevos establecidos hecho cortar los árboles mayores que encubrían la fortaleza, y que sólo podían disparar sobre ella desde la cumbre de un monte que miraban, determinaron hacer un camino capaz de conducir a lo alto sus piezas. Es algo eminente y su cumbre llana, desde la cual toda la isla se descubre; sus faldas son muy escabrosas, por lo ceñido que le tienen infinidad de rocas inaccesibles, de manera que la subida es muy difícil y siempre lo fuera si los españoles no hubieran tomado el trabajoso afán de hacer dicha senda, como ahora contaré.



Tenían consigo los antiguos poseedores muchos esclavos y trabajadores, llamados de otra suerte Matates, medio amarillos, indios, a quienes dieron orden de picar un camino entre las peñas. Hiciéronle con la mayor presteza que les fue posible, por el cual subieron, solas, dos piezas de cañón, con muchos gipos y plantaron una batería, que con ella, el día siguiente, cañonearon el fuerte. Descubrieron los franceses esta empresa; con que, mientras ellos estaban ocupados en preparar sus cosas, dieron estos otros avisos a sus parciales, para que los ayudasen en esta ocasión. Juntáronse los bucaneros y piratas que se hallaban cerca y llegada la noche entraron en Tortuga, donde, con el favor de la oscuridad, subieron a la montaña donde los españoles estaban (siéndoles fácil por estar acostumbrados a ella) y llegaron en el momento en que los que estaban ya arriba se prevenían para comenzar a disparar, habiendo ignorado tal socorro; con que los cogieron por las espaldas, haciendo precipitar la mayor parte de arriba abajo, reduciéndose en piezas; de suerte que ninguno se escapó, porque si algunos quedaron arriba fueron pasados a cuchillo, sin dar cuartel al más impetrante. Guardaban algunos españoles la falda del monte, los cuales oyendo los gritos y lamentaciones de los maltratados creyeron bien alguna revolución funesta arriba, con lo cual se huyeron a la parte de la mar desesperados de jamás poder ganar la isla de Tortuga. Los gobernadores de esta isla se conservaron como propietarios y señores absolutos de ella hasta el año de 1664; entonces la Compañía del Occidente Francesa tomó posesión de ella y puso por gobernador a Monsieur Ogeron, plantando para sí aquella colonia, con sus comisarios y criados, creyendo hacer desde allí algún buen negocio con los españoles, como los holandeses hacen en Curaçao; pero no les sucedió como juzgaron; querían ellos hacer comercio con algunas naciones extranjeras porque con los mismos de la suya no podían hacerle largo; por razón que cuando la Compañía comenzó en Francia, hicieron acuerdo con los piratas, cazadores y plantadores, que comprarían todas sus mercadurías necesarias [de la Compañía] a crédito. Y aunque este acuerdo se puso por ejecución, no dejaron de experimentar los comisarios, no podían cobrar dinero alguno, ni retornos; tanto que se vieron obligados a llamar gente de guerra, de parte de la dicha Compañía, para obtener algunas pagas; nada de esto bastó para comerciar fielmente con ellos; con que al fin, la Compañía volvió a llamar sus comisarios, dándoles orden de vender cuanto tenían en su poder, tanto criados que estaban en servicio de la Compañía, los unos por veinte y los otros por treinta pesos, cuanto el resto de mercadurías y otras propiedades que allí tenían; con lo cual todos sus designios fueron inútiles. Vendiéronme a mí, mas con mala fortuna, pues caí en manos del más tirano y pérfido hombre que calentaba el sol en aquella isla; él era entonces gobernador o teniente general de aquella plaza, el cual me hizo todos los malos tratos que en el mundo se pueden imaginar y, sobre todo, me hacía andar ligero a pura hambre canina, jamás semejante de otros sufrida; bien quería darme libertad y franqueza mediando trescientos reales de a ocho, que yo no podía ni uno pagar; con cuyas miserias e inquietudes de espíritu caí en una muy peligrosa enfermedad. Viéndome mi malvado amo de aquella suerte, temeroso de perder su dinero perdiendo yo la vida, me tornó a vender a un cirujano por setenta piezas de a ocho. Estando, pues, en poder de este segundo, comencé a recobrar mi salud por medio del buen tratamiento que me hacía, siendo más humano que el de aquel mi primer Nerón; diome vestidos y muy buen sustento, y después que le hube servido un año, me ofreció libertad, obligándome yo a pagarle cien pesos cuando pudiera dárselos, con lo cual acepté su acomodada proposición con gusto y grata voluntad.



Luego que me vi libre (hallándome como Adán, recién formado de la mano de aquel Infinito y Poderoso Señor), mas desnudo de todo humano medio ni para ganar mi triste vida, me resolví a entrar en el inicuo orden de los piratas o salteadores de la mar, donde fui recibido con aprobación de los superiores y del común; con ellos continué hasta el año de 1672, habiéndoles asistido en sus empleos y ejercicios y servídolos en muchas ocasiones y empresas muy notables (de que haré aquí adelante verdadera relación), me volví a mi país; pero, antes de contar los prometidos sucesos, diré algo, por satisfacción de los curiosos lectores, de lo que pasó en la isla Española, que está hacia el occidente de la América, y haré descripción de ella según mi capacidad y experiencia.