Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
PIRATAS DE AMERICA



Comentario

CAPITULO V


De todo el género de animales cuadrúpedos y aves que se

hallan en esta isla, como también, relación de los bucaniers franceses



Además de lo fructífero de esta isla (que como queda dicho, sobrepasa a todas las de la América) abunda en toda suerte de animales cuadrúpedos, como caballos, toros, vacas, jabalíes y otros, que son muy útiles a la solercia humana, no sólo para el sustento común sino también para cultivar los campos y dar materia suficiente a un proporcionado comercio; se hallan aun grandes perros monteses, que destruyen muchedumbres de animales, sucediendo que, luego que pare una vaca o yegua, vienen buscando sus faones para devorarlos, si no es hallando resistencia de otros perros domésticos. Estos montesinos corren de ordinario atropados de cincuenta a sesenta, siendo tan atrevidos y resueltos, que acometen a una tropa de jabalíes, que no dejan de perseguir hasta que, por lo menos, hayan vencido y destrozado dos o tres. Hízome un bucanier francés ver una rara acción de esta ralea y fue que estando un día con él a la caza oímos grande rumor de perros, que habían cercado un jabalí; teníamos con nosotros domésticos de este género, los cuales dejamos encargados a nuestros criados. Mi compañero y yo nos subimos en distintos árboles para ver esta refriega; el jabalí era solo, que arrimado a un árbol con sus colmillos se defendía del número de perros que le habían cercado, matando a dentelladas e hiriendo muchos de ellos. Duró cerca de una hora este combate, entre el cual procuraba el jabalí huirse, en cuya fuga saltó un perro sobre él y le agarró por los testículos que de una tirada despedazó; viendo los otros perros el valor del primero, saltaron todos sobre el jabalí y le mataron en poco tiempo. Después todos (excepto el primero) se echaron en tierra alrededor y dejaron pacíficamente comer cuanto pudo al primer perro y más valiente, el cual habiéndose separado, todos los otros entraron a la parte hasta que no quedó cosa alguna, que supieron engullir en media hora de tiempo. ¿Qué podremos concluir de esta tan notable acción ejecutada por el senso brutal de estos animales? Si no es que las bestias tienen conocimiento y que muestran a los hombres a hacer honor a los que se les debe pues ellos, siendo irracionales, le hicieron al que se expuso al mayor riesgo solo, venciendo pérfidamente al jabalí.



E1 gobernador de Tortuga, llamado Beltrán Ogeron, viendo que los perros silvestres hacían tanto mal a los jabalíes y que los cazadores de aquella isla se hallaban en pena para cazar algunos, faltando a la isla el sustento más ordinario de ellos, hizo traer del reino de Francia mucha ponzoña, para exterminar todos los perros monteses; ejecutólo el año de 1668, haciendo matar algunos caballos, mandándolos abrir y envenenar y que los expusiesen por los bosques y campañas donde más perros concurrían; continuólo el espacio de seis meses, con que mató una infinidad increíble, no bastando a su exterminación y ruina esta industria y copiosa mortandad para que se pudiera conocer disminución, pues el número parecía estar siempre en su entero. Puédese con facilidad amansar este género de perros entre la gente, como los ordinarios que criamos en casa, y no sólo esto se experimenta, mas cuando los cazadores hallan alguna perra parida, suelen coger los cachorrillos y llevárselos a casa, los cuales llegando a ser grandes aventajan a otros en la caza.



Puede ser que el curioso lector quiera saber por qué medio y de dónde vinieron en aquellas tierras tantos perros salvajes. La causa fue que habiéndose señoreado los españoles de estas islas las hallaron muy pobladas de indios y viendo esta bárbara nación que la mezcla y amistad de los nuevos conquistadores les era freno a su holgazana y brutal vida, entregados totalmente a las delicias y gustos de la carne sin querer trabajar, ni darse a otros ejercicios que a correr de un lugar a otro, inclinándose a matar y hacer la guerra a sus vecinos, sin otra ambición de reinar, que sólo porque no convenían en algunos términos de su común lenguaje, concibieron tal aborrecimiento por ellos, no siéndoles sufrible ver que se apoderasen de sus tierras, reinos y provincias, oponiéndose contra ellos y haciendo toda la resistencia imaginable, hasta que los españoles hallándose perseguidos y poco seguros detal canalla resolvieron de arruinar y exterminar a quien con el dulzor del trato, ni con el candor de las costumbres políticas podían domar. Los indios, que tienen por costumbre hacerse fuertes en los bosques, se refugiaban en ellos, huyendo de los enemigos que los buscaban, por cuya razón, los nuevos conquistadores se sirvieron de perros para descubrir en lo intrincado de las selvas tan mortales e indómitos contrarios, de donde los hacían salir por fuerza para reducirlos con el hierro, ya que la blandura del suave ungüento les servía más de inflamar que de resolver los tumores de aquellos hinchados y apostemados ánimos. Mataron algunos y descuartizaron para que con tal escarmiento en cabeza ajena, la suya se redujese, pero en lugar de amansarlos y traerlos a la comunicación civil, temieron tanto los que aún estaban escondidos que se determinaron a no aparecer más y así la mayor parte murieron en cavernas y lugares subterráneos, en cuyos sitios he visto muchas veces cantidades de huesos humanos. Viendo, pues, los españoles que no aparecían más indios, procuraron echar de su poder la multitud de perros que tenían en sus casas, los cuales hallándose sin quien los diese de comer se fueron a los bosques y campos a buscar de que sustentarse, con que se desacostumbraron de los domicilios de sus antiguos amos. Concluimos, pues, que ésta es la verdadera razón por que la multitud de perros silvestres se aumentó tanto en estas partes.



Los caballos silvestres, que a manadas y tropas corren por esta isla de Santo Domingo o Española, son de pequeña estatura, cuerpos cortos, cabezas grandes, largos cuellos, piernas gruesas; en fin, no tienen alguna bondad en toda su figura. Vense correr de ordinario de 200 a 300 juntos, yendo siempre guiando uno delante de la multitud y percibiendo alguna persona pasajera la dejan acercar casi a la extensión del brazo e inmediatamente se ponen en fuga, corriendo sin orden, al que más. Cógenlos con industria los cazadores por el provecho de las pieles guardando a veces sus carnes que endurecen al humo, las cuales les sirven de provisiones cuando van a la mar. Los toros y vacas silvestres fueran en mayor número si con la continuación de la caza no los hubieran destruido, aunque pueden hoy sacar provecho razonable los que se emplean en cogerlos. Son los toros de grande corpulencia y hacen mal a persona cuando no los agitan y dejan en su reposo; las pieles que desuellan son de once a trece pies grandes.



La diversidad de aves que vuelan y pueblan el aire de esta isla la hallo tan grande que me fuera enfadoso y lo sería al lector el relatarla; mas dejando la prolijidad de la muchedumbre haré mención de los más principales. Hay una especie de pollas en los bosques a quien los españoles dieron por nombre pintadas, que los moradores hallan sin distinción tan buenas como las que crían en casa. Sabemos que los papagayos vienen a nuestra Europa de aquellas partes, que pues vemos la cantidad de remedantes entre nosotros, debemos considerar que aun con la contrariedad de climas se conservan en tanto número, mucho mayor queda donde les es natural el aire y temperamento. Palomas de todo género participa el Próvido y Potente Criador, entre las demás aves, con largueza. Cabreros, horonfetas y otras rinden feudo entre el resto, no con menor agrado a la vista y sonoro canto al oído, cuanto sabroso mantenimiento al paladar de los más delicados moradores. Los papagayos anidan en lo carcomido de los árboles palmites en nidos que fueron antes fabricados por otros pájaros, siendo incapaces por sí de hacer aberturas en cosa que se sea por tener los picos muy aguileños: a cuyo defecto la próvida naturaleza les ayudó de la industria con que trabajan otras avecillas llamadas carpinteros, que no son más grandes que un gorrión, pero de tan sutiles y duros picos que no hay herramienta más asegurada para agujerear cualquier árbol por sólido y macizo que sea, donde después de fabricados por éstos, aquéllos toman posesión y se perpetúan en ellos.



Extrema cantidad de pichones tiene esta tierra, mas para comerlos tienen los moradores observadas las sazones, como de las palomas que hemos dicho tratando de la isla de Tortuga; estos pichones son más grandes y gordos que los de aquélla. Hay otra suerte de avecillas llamadas cabreros muy parecidas a las heronsetas que para su sustento se sirven de cangrejos; hállanse en estas aves siete distintas hieles y así su carne amarguea como el acíbar. Los cuervos, más prolijos que útiles, graznan por todo el distrito de la isla; su mantenimiento ordinario es de carnes de perros silvestres y de la que los bucaniers desechan de las bestias que desuellan; oyendo estas casi perennes aves algún tiro de escopeta o mosquete, se juntan cuantos pueden y graznan fuertemente, pareciéndose en todo a los de nuestras regiones.



Quédanos aún tratar de la nación francesa que habita una parte de esta grande isla. Hemos dicho a los principios de qué manera vinieron a ella; al presente hablaremos de su vida, funciones y ordinarios empleos. Sus ejercicios son tres: ir a la caza, plantar y navegar como piratas. Todos tienen por costumbre de buscar un camarada o compañero poniendo todo lo que poseen en beneficio recíproco, haciendo una escritura de contrato tal como ellos acordaron; algunos constituyen al segundo viviente heredero de lo que queda después de la muerte del primero, otros a su mujer legítima, si es casado, y otros a sus parientes. Hecho esto cada uno va a su ejercicio, aplicándose a uno de los tres propuestos.



Los cazadores se subdividen, unos en la caza de toros y vacas y otros en jabalíes; los primeros se llaman bucaniers, cuyo número después de poco tiempo se ha aumentado hasta seiscientos, mas al presente no se pueden contar más que trescientos, poco más o menos, a causa de la grande disminución de bestias, siendo en tanto grado que bien lejos de adquirir una mediana ganancia, se hallan pobres en tal ejercicio. Cuando estos bucaniers van al bosque se quedan allá un año y algunas veces dos sin salir. Navegan después a la isla de Tortuga para comprar armas de fuego, pólvora, perdigones, balas y todo lo demás que necesitan para emprender otra caza; gastan el resto de sus ganancias con grande liberalidad, dándose a toda suerte de sucios vicios siendo el primero la borrachez con el aguardiente que beben del mismo modo que los españoles agua común de una buena fuente. Compran a veces una pipa de vino, la cual desencajan por una parte y propinan con ella hasta que la ven el fin, celebrando con solemnidad la fiesta de su dios Baco en tanto que su dinero dura; no olvidando al mismo tiempo las conjunciones venéreas, para las cuales hallan más que quieren, pues los taberneros y rameras se preparan a tropas aguardando la buena llegada de los sucios bucaniers, del mismo modo que en Amsterdam hacen estos dos destruidores del alma y de la naturaleza cuando la flota de las Indias Orientales da fondo en la ribera de Texel, catorce leguas de la sobredicha ciudad. Son los tales bucaniers cruelísimos con sus criados, en tanto grado que se estimarían más remar en galera o aserrar palo del Brasil en los Rasp huys de Holanda, que servir a tales bárbaros.



La segunda suerte de cazadores no hacen otra cosa que coger jabalíes, cuyas carnes salan y, así guardadas de corrupción, las venden a los plantadores. Tienen estos segundos la misma vida y mañas que los primeros, haciendo la caza con otro estilo que en nuestros países cuando persiguen dichos animales, para lo cual estos bucaniers, de que ahora tratamos, tienen lugares destinados donde viven el término de tres o cuatro meses y algunas veces, aunque raras, un año; llaman a estos lugares Deza Boulan, en donde acompañados de otros cinco o seis amigos que parten juntos, quedando en recíproca amistad el tiempo sobre dicho. Los primeros bucaniers se obligan con tal cual plantador a darle carne, cuanta hubiera menester, un año entero a cierto precio, cuya paga se hace de ordinario con doscientas o trescientas libras de tabaco en hoja, además que el plantador obligado debe dar un criado que llevan consigo para asistirles, a quien el amo da bastantes municiones, particularmente de pólvora, balas y perdigones para que caze.



Comenzaron los plantadores a cultivar y plantar en la isla de Tortuga el año de 1598, siendo la primera plantación de tabaco, el cual crecía a maravilla de muy buena calidad, mas a causa de la pequeñez de aquella isla no han podido plantar sino muy poco hallando, también, que muchos campos de esta tierra son incapaces a fructificar esta planta. Intentaron cultivar azúcar, pero considerando los grandes gastos que para su fábrica son menester, no pudieron reducir por falta de medios, de suerte que la mayor parte del pueblo (como dijimos) se dieron a la caza y algunos tomaron partido con los piratas. Finalmente, viendo los cazadores que apenas podían subsistir con su primer ejercicio comenzaron a buscar tierras al propósito de la labranza y en ellas plantaron tabaco. Los primeros campos que eligieron para ello fueron Cal de Sac, cuyo territorio mira a la parte septentrional de la isla y le subdividieron en diversos cuarteles, que llamaron la grande Amea, Niep, Rochelois, el Garve pequeño, el Grande Garve y el Augame, donde poco a poco se aumentaron de tal modo que el día de hoy se hallan por estos campos más de dos mil plantadores. Tuvieron al principio mucho trabajo, pues cuando comenzaron a cultivar no podían salir a buscar mantenimientos fuera de la isla, aumentando esta pena el ser necesario rozar, cortar, quemar y mullir, desarraigando las muchas raíces de árboles y zarzas, porque en el tiempo que se hicieron poseedores los franceses de aquella tierra, toda estaba poblada de espesísimos bosques, frecuentados por extremo de abundancia más que ordinaria de jabalíes. El medio que entonces tomaron fue, formar pequeñas compañías de dos o tres personas, dividiéndose en cuarteles lejos los unos de los otros, proveídos de algunas hachas o destrales y de algún poco de craso sustento, con cuyas prevenciones se fueron al bosque e hicieron cabañas para su morada, tejidas de palos y ramos de árboles. Fue su primer trabajo rozar los zarzales y arbolillos; cortaron después los grandes y haciendo montones, mezclados con sus ramos, los quemaron excepto los troncos que arrancaron algunos como pudieron. La primera simiente que echaron en la tierra fueron habas, que nacen en aquellos territorios, llegan a sazón y se secan en el tiempo de seis semanas.



E1 segundo fruto necesario a la vida humana fueron patatas; antes que lleguen a sazón pasan cuatro o cinco meses; de ellas almuerzan por la mañana sin otro aderezo que cocidas en un caldero con agua común, a las cuales dejan cubiertas con un lienzo el término de media hora, con cuya preparación se hallan después como castañas cocidas. Sírvense también de una partida de dichas patatas para componer cierta bebida que llaman maíz: córtanlas en piezas menudas y las cubren de agua caliente donde, habiéndose bien empapado, las exprimen por un lienzo algo ralo y el licor algo espeso que sale, guardan en cántaros hechos para este efecto, que reposado dos o tres días comienza a fermentar y depuestas las heces, beben de él con gusto teniéndole un poco ácido mas muy agradable, sustancioso y sano. Deben a los indios la industria de esta composición, como de otras muchas que el ingenio de aquellos bárbaros alcanzó por necesidad de la conservación y delicias del individuo.



EL tercer fruto fue mandioca, que los indios llaman cazave; es cierta raíz que plantan y antes que llegue a término de madurez pasan ocho o nueve meses y algunas un año. Estando maduras aún pueden dejarlas once o doce meses dentro de la tierra sin sospecha de corrupción, pero habiendo pasado dichos tiempos, deben beneficiarlas para el uso ordinario del sustento a sus personas, donde no adquieren total putrefacción e inutilidad. De ellas hacen en aquellas partes una suerte de harina granada, muy seca y blanca por extremo, que suple a la falta del pan común de trigo, de que son estériles los campos de aquellas tierras. Tienen rallos de cobre y latón, en los cuales raspan las tales raíces, como en Holanda acostumbran raspar el mirick (ésta es una raíz muy picante, tirando al gusto de mostaza fuerte, con la cual se hacen salsas para comer algunos pescados); cuando ya han raspado lo que les parece bastar para el sustento de aquella vez lo meten en sacos de lienzo grueso y exprimen todo el humor hasta que las raspaduras quedan bien secas, las cuales echan por una criba, dejándolas de tal modo, como si fuesen aserraduras de madera. Estando en esta consistencia las ponen en planchas de hierro que preparan muy calientes, sobre las cuales se hacen al modo de tortas muy delgadas, que poniéndolas al sol, encima de los cubiertos de las casas, se acaban de secar; y por no perder nada de lo que no pudo pasar por la criba, hacen de ello bollos espesos de la magnitud de cinco o seis pulgadas, los cuales ponen unos sobre otros, dejándolos podrir, con cuya materia preparan un licor, que ellos llaman veycou, y hallan muy excelente, aunque no excede la cerveza del norte. Bananas es un fruto muy al propósito para hacer también licor, siendo tan fuerte y generoso como el mejor de España, el cual con facilidad hace tomar sueño en el templo de Baco y, además, causa mal de garganta al que superfluamente lo bebe. Guinés agudos es otra suerte de fruto de que se suele componer licor para beber, el cual no es tan fuerte como el precedente; si bien, uno y otro los mezclan con agua para apagar la sed.



Cultivado que hubieron estas plantaciones y llenándolas de toda suerte de raíces y frutos necesarios al sustento de la vida humana, comenzaron a plantar tabaco, cuyo cultivo se prepara haciendo líneas en los campos no mayores cada una que de doce pies en cuadro, los cuales cubren muy bien con hojas de palmites, de suerte que los rayos del sol no puedan inmediatamente herir la tierra, en cuyo seno está sembrado el tabaco; riéganlo cuando no llueve, y habiendo ya crecido hasta la magnitud del lechugino, le transplantan en líneas rectas, hechas en otros muy dilatados campos, separando cada planta el espacio de tres pies. Observan el tiempo más apto para dichos plantíos, que es desde enero hasta el fin de marzo, por ser los meses de más lluvias en aquel país; deben escardarlo con mucho cuidado, pues a la menor raíz de otra cualquiera hierbecilla que se halla es bastante para no dejar crecer el tabaco que está junto a ella. Cuando es alto de pie y medio cortan las puntas para impedir que las hojas crezcan hacia lo alto y que por ese medio reciban toda la sustancia de la tierra que las da la fuerza y el gusto. Mientras acaba de sazonarse y llega a su madurez, preparan en sus casas ciertos apartamientos de cincuenta o sesenta pies de largo y treinta o cuarenta de ancho, los cuales llenan de ramas y palos largos, entre quien ponen el tabaco a secar, que ya seco pelan la hoja y la hacen torcer a cierta gente que no se emplea en otra obra que en aquélla, pagándoles por sus jornales el diezmo entero de todo lo que trabajan.



Tiene el tabaco una propiedad, y es que, si estando aún en la tierra le quitan las hojas, vuelve a brotar cuatro veces al año. Diría sucintamente de qué modo se hace el azúcar, el índigo y gimbes, mas, pues que en las partes de que aquí hacemos descripción no se plantan, lo omitiré.



Los plantadores franceses de la isla Española han estado siempre en la sujeción de los gobernadores de Tortuga hasta el presente, aunque no han obedecido sin algunos recelos. Sucedió el año de 1664 que la Compañía de las Indias Occidentales Francesa fundó en Tortuga una colonia, bajo de la cual los plantadores de la Española fueron nombrados por sujetos; conmovióles y les disgustó mucho este decreto, teniendo a menosprecio ser vasallos de una Compañía que no tenía algún derecho para sujetarlos; además, estando en una tierra que no es de la dominación del rey de Francia; con que resolvieron el no querer trabajar más para ellos; cuya resolución fue bastante para que dicha Compañía volviese a quitar la colonia. El gobernador de Tortuga que estaba armado de plantadores, creyendo que les podría mejor forzar que la Compañía halló cierta invención para atraerlos a sí, prometiéndoles les haría vender toda suerte de mercadurías, haciéndoles traer retornos tales que les fuesen agradables. Entretanto, dicho gobernador hizo acuerdo con los mercaderes que se entendían con él; disponiendo no tuviesen algún negocio con ellos, ni con los navíos que venían y que todos viniesen dirigidos a él, para mejor evitar inconvenientes y forzarlos a obedecer por necesidad; con que no sólo consiguió esto, mas también que algunos que les habían prometido negociar con ellos y visitarlos, no lo hicieron.



Llegaron dos navíos holandeses a la isla Española el año de 1669, con cuya nación determinaron negociar y por ese medio librarse del gobernador de Tortuga y frustrar sus designios políticos. Hiciéronlo vengándose de lo que les había hecho padecer. Poco después de esta ocasión, llegó dicho gobernador con un navío bien armado, al cual, no sólo impidieron la entrada, sino que a cañonazos le obligaron a volverse más que de paso. Iban y venían los holandeses a quien los parientes y amigos del gobernador procuraban impedir el negocio; pero entendiéndolo, hicieron advertirlos que si se entregaban más contra el comercio que habían asentado los pasarían todos a cuchillo. Para obligar más a los holandeses y desdeñar al gobernador y a toda su parcialidad, dieron cargas a los dos navíos mayor que podían pretender, con otras muchas dádivas y presentes a los oficiales y marineros, enviándolos muy satisfechos a sus tierras. Volvieron los holandeses muy puntuales (según acordaron) y hallaron mucho más indignados a los plantadores contra el gobernador; sea por la satisfacción que tenían con los comerciantes o que con ellos se hallaban no haber menester a la nación francesa, con que por aquel tiempo resolvieron los dichos plantadores de ir a la Tortuga y hacer pedazos al gobernador. Juntáronse todos con sus canoas y fueron a buscarle con ánimo de no sólo matarle, más también de señorearse de la isla, creyendo que en todo tiempo podrían tener de los holandeses la asistencia necesaria (que tenían grandes apariencias, si en aquella sazón no hubiera declarádose la guerra entre estas dos naciones en la Europa, que fue la causa con esta nueva, de retirarse y el designio formado renunciarle) y con ella constituirse republicanos independientes.



Pidió asistencia el gobernador a la Corona de Francia, de donde le enviaron dos fragatas de guerra a su seguridad y continuación de empresas, las cuales, habiendo llegado a la isla Española echaron alguna gente en tierra, con determinación de forzar el pueblo a la obediencia de quien aborrecían. Viendo los plantadores estas dos fragatas y la empresa, se huyeron a los bosques, dejando sus casas y parte de muebles y todo fue arruinado y abrasado por los franceses, sin remisión, ni cuartel, que no dieron, a todo lo que hallaron. Usó de benigno el gobernador, haciéndolos decir que se volviesen a la obediencia, y se acomodasen con él. Veíanse los plantadores destituidos de todo auxilio humano y que no podían aguardar algún socorro en su favor, con que se rindieron a ciertas condiciones que no fueron tan estrictamente observadas; pues hizo ahorcar a dos de los más principales entre ellos, perdonando todo el resto y dándolos permiso de negociar con toda suerte de naciones, con quien hallasen más a propósito. Volvieron a cultivar sus plantaciones, que produjeron grande cantidad de buen tabaco; vendiendo anualmente veinte o treinta mil rollos.



En esta tierra los plantadores tienen muy pocos esclavos, con cuya falta ellos mismos y algunos criados lo trabajan todo; oblíganse estos jornaleros de ordinario por tres años, no permitiendo la crueldad y mala conciencia de los amos a dejar de comerciar sus personas a veces, como con caballos en feria, vendiéndolos a otros como a negros de Angola. Hay algunas personas que se van a Francia (sucede lo mismo en Inglaterra y otras partes) y caminando por las ciudades, villas y lugares buscan gente y hacen grandes promesas a quien teniéndolos ya engañados y transportados a sus tierras, los hacen trabajar como a caballos, siendo mucho más que a los negros, pues dicen que deben conservar sus esclavos por serles perpetuos y los blancos que revienten, pues no están más que tres años en su servicio. Son sujetos, los miserables engañados, a cierta enfermedad que ellos allá llaman coma, siendo una total privación de todos los sentidos, proviniendo del mal trato y mudanza del aire natal, en otro totalmente opuesto. Sucede muchas veces que entre los engañados se hallan personas de calidad, los cuales, por más delicados, caen más presto en la tal, y otras muchas enfermedades; introduciéndose en ellos con más violencia que en los robustos y dados a la fatiga; además del mal trato que les hacen en el comer, vestir y reposo, los golpean cruelmente, de tal suerte, que muchos caen muertos entre las manos de tan tiranos amos; lo he visto muchas veces, no sin grandísima tristeza y dolor de mi corazón; entre cuyas ocasiones, la siguiente alegaré por más notable.



Escapóse cierto criado del dominio de su cruel amo por causa del mal trato que le hacía y habiéndose retirado al bosque, miserable y funestamente fue cogido. Caído que hubo en las manos de su amo le hizo amarrar a un árbol, donde le dio tantos palos sobre las espaldas que le bañó todo en sangre, corriendo por la tierra sobre que estaba; hízole después refrescar las llagas con zumo de limones agrios, mezclado con sal y pimienta, molidos, dejándole en aquel estado amarrado al mismo árbol el término de veinticuatro horas, las cuales pasadas le volvió de nuevo a castigar como la primer vez, hasta tanto que rindió el alma gritando y diciendo: Permita el Poderoso Dios de los Cielos y Tierra, que el diablo te atormente tanto antes de tu muerte como tú me has hecho antes de la mía. ¡Cosa fue digna de admiración!, no pasaron tres o cuatro días sin que el justo juez del Trono Divino (que oyó los clamores de aquel mísero siervo) enviase el espíritu maligno al cuerpo de aquel bárbaro amirricida que le atormentó en carne hasta la muerte; tanto que las tiranas manos con que maltrató a su inocente criado, fueron verdugos de sí mismo, dándose golpes y arañándose de tal modo la cara, que llegó a perder la formas que la naturaleza le dio, no teniendo reposo de día ni de noche, con que en estos tormentos murió rabiando para dar el alma que permitió Dios fuera poseedor del cuerpo, de cuyas eternas penas se puede creer será no poco participante; disponiendo, por medio este ejemplo, la Divina Providencia los corazones empedernidos a la clemencia que el mansueto Cristo S. N. nos enseñó, perdonando las injurias del que nos ofendió, que es donde se ve acrisolada la virtud y dado de pie al vicio. Muchos ejemplos de este género pudiera relatar, mas, pues no es de nuestro asunto, paso al intento.



Los plantadores que vienen de las islas Caribes son mucho peores y más crueles que los precedentes; vive uno en la isla de San Cristóbal, llamado Betesa, bien conocido entre los mercaderes holandeses el cual ha dado la muerte a más de cien criados a golpes. Los ingleses hacen lo mismo con los suyos y la menor ejecución que suelen hacer es que habiendo servido seis años (siendo entre ellos la obligación servir siete) usan con ellos de tan atroces crueldades que se ven obligados de suplicar a sus amos los quieran vender a otros aunque les consta quedar de nuevo obligados a la servidumbre de otros siete años o, por lo menos, tres o cuatro. Conocí a muchos que sirvieron de esta manera quince y veinte años sin poder franquearse. Esta nación tiene una rigurosa ley en las islas y es que, cuando alguno se halla deudor de 25 esquilines ingleses (son 50 reales de plata castellanos) si no puede pagarlos le pueden vender por seis u ocho meses. No tentaré la paciencia del lector más con este género de relaciones que tocan a otros asuntos fuera del que emprendí y así empezaré a contar los hechos y sucesos más célebres de piratas de mis tiempos, escribiéndolo sin pasión ni afectación, asegurando que no pasaré a discursos compuestos, sino sólo aquellos de que fui testigo de vista.