Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
PIRATAS DE AMERICA



Comentario

CAPITULO IV


Del origen y descendencia de Juan Morgan, sus hechos y

continuación de las más notables acciones de su vida



Juan Morgan nació en Inglaterra en la provincia de Gales, su padre era labrador rico y de buenas calidades, pero Morgan, que no tuvo inclinación por seguir los ejercicios de su padre, se fue a las costas de la mar, para emplearse, si hallase ocasión. Hallóla en un cierto puerto donde estaban algunos navíos destinados para la isla de Barbados, con los cuales determinó de ir en servicio de quien, después, le vendió, luego que llegaron a dicha isla, según las máximas ordinarias de los ingleses. Sirvió su tiempo en Barbados y acabado fue a la isla de Jamaica, en cuyo tiempo halló preparados allí dos piratas y se acordó con uno para emplearse en los ejercicios que contaremos. Aprendió en muy poco tiempo su modo de vivir, tan exactamente que después que hubo hecho tres o cuatro viajes, con emolumentos de prosperidad, se concertó con algunos de sus camaradas que tenían, de los mismos viajes, buena partida de dinero y juntos compraron un navío, del cual Morgan fue hecho y electo capitán.



Fuese a cruzar las costas de Campeche, donde tomó diversos navíos. Había en este mismo tiempo un viejo pirata llamado Mansvelt, que emprendía en Jamaica armar una poderosa flota a fin de ir a tierra firme y saquear cuanto sus fuerzas alcanzasen. Viendo Mansvelt que Morgan era intrépido, le hizo su vicealmirante, con que, poniendo quince navíos, tanto grandes como pequeños, a la vela salió de Jamaica con quinientos hombres, valones y franceses, y se fueron a la isla de Santa Catalina, situada cerca de la tierra firme de Costa Rica, en la altura de doce grados y medio, latitud septentrional, treinta y cinco leguas de la ribera de Chagre, entre el norte y sur, en la cual fue donde echaron primer pie en tierra.



Forzado que hubieron la guarnición que guardaba dicha isla a rendirse y poner entre sus manos todas las fortalezas de ella, arruinaron una grande parte, y en la que dejaron, pusieron cien hombres de los suyos, con todos los esclavos que los españoles tenían. Hizo después retirar toda la otra gente suya a una pequeña isla que estaba de allí cercana y tan próxima a la tierra firme, que con un puente podían pasar. Fabricóle, y sobre él condujo la artillería que sacó de la grande isla; con que habiendo puesto fuego por toda ella y dado las órdenes necesarias, se fue a la mar con los españoles que había hecho prisioneros y los puso poco después en tierra firme, cerca de una plaza llamada Portobelo. Comenzaron después a cruzar los mares de Costa Rica y, finalmente, vinieron a la ribera de Colla, con intención de robar todas las aldeas que en aquellas partes se hallan, y después de pasar la villa de Nata, para hacer lo mismo.



El presidente de Panamá, estando advertido de la llegada e insultos de piratas, vino a su encuentro con alguna gente de modo que hizo retirar con cuidado a los piratas, que viendo había por todo el país ya noticia de ellos y que sus designios estaban conocidos y, por consecuencia, no podían hacer por entonces grande fortuna, se volvieron a la isla de Santa Catalina para visitar a los cien hombres que dejaron de guarnición en ella, de los cuales era gobernador un cierto francés llamado le sieur Simon, que se comportó muy bien en el cargo mientras Mansvelt estaba ausente; de suerte, que había puesto en buena defensa la isla grande y la pequeña la hizo cultivar de muy fecundos plantíos, que fueron bastantes para que toda la flota hallase suficientes vituallas y frutos, y no sólo se refrescase sino también se proveyese, en caso de nuevo viaje. Llevábale la inclinación a Mansvelt de guardar estas dos islas en perpetua posesión por ser muy cómoda y provechosa a los piratas pues estaba cerca de los españoles y fácil para guardar contra ellos, lo que después representaré en la tercera parte en los discursos de la toma de Panamá.



Mansvelt determinó de volver hacia Jamaica, y de allí enviar algún socorro a la isla de Santa Catalina para que, en caso de invasión de españoles, estuviesen los piratas más fuertes. Propuso al gobernador, luego que llegó, sus designios, mas no le agradó la proposición de Mansvelt temiendo que caería, si lo hacía, en desgracia del rey de Inglaterra; además, si le daba el socorro de gente que pedía y otras cosas concernientes, se exponía a disminuir las fuerzas de la isla, de que era gobernador. Viendo Mansvelt la tibieza de dicho gobernador y que de sí mismo no podía guardar lo que pretendía, se fue a Tortuga con el mismo intento, pero antes que ejecutase estas segundas determinaciones, la muerte le cortó los pasos de su forajida vida y quedó todo suspenso hasta la ocasión que contaré.



Le sieur Simon, que había quedado en Santa Catalina en calidad de gobernador, viendo no recibía alguna nueva de su almirante Mansvelt, aguardaba de día en día, con impaciencia, cuál podría ser la causa; entretanto, Don Juan Pérez de Guzmán, que nuevamente había venido al gobierno de Costa Rica, echaba de ver era una cosa muy considerable el dejar aquella isla en poder de piratas, juzgando iba en ello el interés del rey de España, su señor; con que armó una considerable flota que envió a la dicha isla. Antes que llegase a ponerse en términos de violencia, dicho Don Juan Pérez de Guzmán escribió una carta a le sieur Simón (esto es, al caudillo de piratas que allí estaba) proponiéndole, que si quería rendir a S. M. Católica la isla, le prometía alguna buena recompensa y que sino, al contrario, le forzaría a ello. El sieur Simon no viendo apariencias de defensa, ni provecho para él, ni para su gente, entregó la isla al propietario con las mismas capitulaciones que ellos habían obtenido de los españoles. Pocos días después llegó un navío inglés de Jamaica, que el gobernador tácitamente había enviado, en el cual estaban muchas personas, tanto hombres como mujeres. Viéndole los españoles del castillo, enarbolaron el estandarte inglés y persuadieron al sieur Simón a ir y conducir dicho navío a un puerto que le estaba ordenado; hízolo inmediatamente con ficción, de suerte, que todos quedaron prisioneros. Cierto ingeniero español ha hecho antes que yo relación de este caso, la cual me llegó a las manos y, pareciéndome del propósito, la pondré aquí.



Relación particular de la victoria que las armas de S. M.

católica obtuvieron contra los piratas ingleses por la dirección y

valor de Don Juan Pérez de Guzmán, caballero del Orden de Santiago,

gobernador y capitán general de la Tierra Firme y provincia de Veragua



E1 reino de Tierra Firme, siendo fuerte lo que basta para exterminar grandes armadas y, principalmente a los piratas de Jamaica, se hallaba con avisos, y el gobernador de él en su nombre, de que catorce navíos ingleses cruzaban las costas, sujetas a S. M. católica. El día 14 de julio de 1665 llegaron las nuevas a Panamá de como los piratas ingleses habían invadido a Puerto de Naos y forzado la guarnición española de Santa Catalina, donde estaba por gobernador Don Esteban del Campo, y que se habían hecho posesores de la isla aprisionando y destruyendo cuanto encontraban. Como Don Juan Pérez de Guzmán oyese tales insultos por las relaciones de algunos españoles, que se escaparon (a los cuales hizo Don Juan conducir a Portobelo) y que decían como los piratas llegaron de noche a la isla el día 2 de mayo sin que persona los hubiese apercibido, y que el día siguiente, después de algunos combates, tomaron las fortalezas e hicieron prisioneros a todos los habitantes y soldados, sin reservar alguno más que los que por fortuna se escaparon. Juntó consejo Don Juan, declarando el gran progreso que los piratas habían hecho en las tierras de S. M. católica. Hizo allí proposición como era menester de toda necesidad enviar fuerzas bastantes a la isla de Santa Catalina para volverla a tomar de los piratas, lo cual era del crédito e interés real el hacerlo así. Y que los dichos piratas con tales conquistas se podrían señorear de todas aquellas tierras. Respondieron algunos del consejo, que los piratas, no estando en estado de subsistir en dicha isla, se comsumirían de sí mismos en breve tiempo y se hallarían obligados de salir sin ser preciso echarlos, y que, por consecuencia, que no valía la pena de tomar tanta fatiga y hacer los gastos que preveían. No obstante la respuesta, Don Juan (como valiente soldado que era) dio orden al punto de conducir muchas vituallas a Portobelo para la milicia, y por no hallarse ocioso y confiado, fue él mismo en persona con grande riesgo de la vida. Llegó el día siete de julio con todo lo necesario, y halló en el puerto un buen navío llamado San Vicente, perteneciente a la Compañía de los Negros, el cual, de sí mismo, estando bien armado y lleno de municiones de guerra, le proveyeron de gente y vituallas, y enviaron a Santa Catalina, y por capitán de él a Joseph Sánchez Xíménez, mayor de la ciudad de Portobelo, que era bravo y valeroso soldado. La gente que consigo llevaba eran doscientos y setenta hombres militares y treinta y siete prisioneros de la misma isla, más treinta y cuatro españoles de la guarnición, veinte y nueve mulatos de Panamá, doce indios muy hábiles y diestros a tirar con flechas, siete condestables muy buenos artilleros dos ayudantes, dos pilotos, un cirujano, y un religioso del orden seráfico por confesor.



Dio Don Juan orden a todos los oficiales, instruyéndoles del modo que se debían arreglar y como el gobernador de Cartagena los asistiría con gente, barcos y de todo lo que tuvieran necesidad, según la carta que le había escrito a este fin. El veinte y cuatro del dicho mes, Don Juan hizo salir el navío fuera del puerto, y viendo el viento favorable convocó toda la gente destinada, dándoles ánimo para pelear contra los enemigos de la religión católica, y aún más, contra aquellos condenados piratas que habían ya cometido tantas acciones crueles contra los vasallos de S. M. católica, prometiendo a cada uno de ellos la recompensa liberal, principalmente al que hiciera con esfuerzo lo que debía por su ley. Fuese luego Don Juan, e inmediatamente los del navío levantaron áncora al favor del viento que les era propicio. Llegaron a Cartagena el día veinte y dos del dicho mes y presentaron una carta al gobernador de parte del valeros Don Juan, la cual recibió con muestras de afección, y viendo aquella animosa resolución les prometió asistencia con una fragata, un galeón y una barca con ciento veinte y seis hombres, la mitad de su guarnición y la mitad de mulatos. Estando todos bien proveídos de todo lo necesario salieron del puerto de Cartagena el día dos de agosto, y el diez del mismo llegaron a la vista de Santa Catalina hacia la punta del occidente, y aunque entonces el viento era contrario, llegaron al puerto y echaron las áncoras, habiendo perdido una barca por tempestad en la roca llamada Quita Signos.



Viendo esto los piratas tiraron tres piezas de artillería con balas, las cuales fueron pagadas con semejante moneda. Envió, el mayor Joseph Sánchez Ximénez, al punto uno de sus oficiales, anunciando a los piratas que rindiesen la isla de parte del rey su señor, pues la habían tomado en tiempo de paz entre las dos coronas de España e Inglaterra, y que en caso que obstinasen, los arruinaría a todos a punta de cuchillo. Respondieron los piratas que esta isla había estado otra vez debajo del gobierno y sujección del rey de Inglaterra, y que, en lugar de rendirla, amaban más perder la vida.



Viernes trece de dicho mes vinieron tres negros del enemigo a bordo de la almiranta diciendo que todos los piratas juntos que estaban en la isla eran en número setenta y dos hombres, y que entre sí había una grande consternación, viendo venir un tal poder contra ellos. Con esta advertencia los españoles avanzaron en tierra a las fortalezas, las cuales despidieron muchos tiros de artillería, tantos que pudieron, no faltándoles respuesta de la otra parte, durando hasta cerrar la noche. El domingo quince del dicho mes, que era día de la Asunción de Nuestra Señora, hacía un tiempo muy claro y sereno; los españoles comenzaron a avanzar así: el navío San Vicente, que era la almiranta, disparó dos andanadas de artillería, todas enteras, sobre la batería llamada La Concepción; el navío San Pedro, vicealmiranta, disparó sobre la otra llamada Santiago. Entre tanto condujeron a nuestra gente a tierra con chalupas, encaminándolos a la punta de la dicha última batería, y de allí fueron marchando hacia la puerta intitulada Cortadura. Al ayudante Francisco de Cáceres, queriendo reconocer las fuerzas de los piratas con sólo quince hombres, le fue preciso retirarse bien presto a causa del ímpetu de la artillería, porque tiraron los piratas hasta los órganos de la iglesia, despidiendo cada tiro sesenta flautas algunas veces.



E1 capitán Don Joseph Ramírez de Leyba, no obstante, con sesenta hombres dio un ataque, y pelearon furiosamente de una parte y de otra hasta el tiempo que obligó a los piratas a rendir la fortaleza que emprendió.



El capitán Juan Galeno y con noventa hombres pasaron las montañas para avanzar por aquella parte al castillo de Santa Teresa. El mayor Don Joseph Sánchez Ximénez, como general y gobernador, salía fuera de la batería de Santiago con el resto de su gente, pasando el puerto con cuatro chalupas, y llegó a tierra a pesar de los enemigos. En ese tiempo el capitán Juan Galeno comenzó a avanzar con los otros la sobredicha fortaleza; de suerte que nuestra gente dio ataque a los enemigos por tres diversas partes a un mismo tiempo, con grande coraje y valor. Viendo los piratas muchos de los suyos ya muertos y que no les era posible subsistir contra los españoles, huyeron a Cortadura, donde se rindieron, como también toda la isla; con que, al punto, enarbolaron el estandarte real de España y después dieron muchas gracias a Dios por la victoria obtenida en día de Nuestra Señora. El número de muertos era seis hombres de los enemigos, con muchos heridos, y setenta prisioneros; de nuestra parte no hubo más que un solo muerto y cuatro heridos.



Halláronse en la isla ochocientas libras de pólvora, doscientas y cincuenta libras de balas de mosquete y otras municiones de guerra. Entre los prisioneros se descubrieron dos españoles que habían tomado las armas con los ingleses en oposición de S. M. católica los cuales fueron arcabuceados el día siguiente por orden del mayor. El diez de septiembre llegó al puerto un navío inglés, que habiendo sido descubierto a lo lejos por el gobernador, dio orden a le sieur Simon, que era francés, para ir a visitarle y decir a los que en él venían como la isla pertenecía aún a los ingleses. Hízolo, y halló dentro catorce hombres y una mujer con una hija, los cuales fueron todos hechos prisioneros.



Los piratas ingleses fueron transportados a Portobelo; excepto tres que el gobernador dio orden de llevar a Panamá para trabajar en el castillo de San Gerónimo, el cual es obra excelentísima y fuerte, estando fundado en medio del puerto en forma cuadrangular, de piedra muy sólida. Su elevación es de ochenta y ocho pies geométricos; las murallas de catorce y los cordones de setenta y cinco pies de diámetro. Hase fabricado a expensas de particulares, contribuyendo la mayor parte del dinero el gobernador, sin que a S. M. le haya costado cosa alguna.



La verdad y opinión más conforme a todas las naciones que han entendido y hablado en ese caso, concuerdan con la sobredicha relación, sacada en público por aqueste ilustre ingeniero, la cual trae en lengua flamenca el autor de este libro, que como mira, siendo gallo soberbio, al león bravo forcejudo, y rey valiente, envidia le sobra y legalidad le falta para escribir sin pasiones la integridad de los casos hasta aquí mencionados y en particular cuando habla en lo antecedente de esta isla de Santa Catalina; y aquí con la burlesca declaración que pone, queriendo dar a entender a las naciones extranjeras, hicieron mucho ruido y preparaciones los españoles para recobrar a los piratas una isla que no tenía más que setenta hombres, no considerando que los españoles estaban advertidos de que era el número copiosísimo cuando los piratas la tomaron e ignorando los que podrían haber quedado y llamado a su socorro. Además que cuatro amurallados suponen cuatro cientos a cuerpo abierto, de donde concluyo que así en esto como en todo lo demás de esta historia se debe dar fe conforme a la razón más probable, que es considerar el que este libro leyere, como en todos los casos ya referidos y que adelante se contarán, han sido escritos por una pluma francesa en papel flamenco, y que yo como traductor, ni aumento ni disminuyo, porque me parece no habrá genio tan basto que deje de penetrar lo siniestro de esta historia cuando es menester oír noticias de los heroicos hechos de los españoles y contar los sucios y crueles modos de los piratas.