Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
PIRATAS DE AMERICA



Comentario

CAPITULO VI


Toma resolución Morgan de ir a embestir y despojar la ciudad de Portobelo;

arma y prepara una flota y con ella señoréase a poca costa y fuerza de dicha plaza



Parecía que después que los franceses dejaron a Morgan, los ingleses no tenían brío para emprender tan grandes cosas como de antes, mas Morgan que participaba su ánimo con sus solas razones, les dio tal coraje, cuanto fue bastante para no desmayar en sus propósitos, haciéndoles grandes promesas en caso que cada uno quisiese ejecutar sus órdenes, que sería (así decía) el medio de adquirir grandes riquezas. Movióles la voluntad esto tanto, que con intrépidos ánimos le siguieron. Hizo lo mismo un cierto pirata de Campeche que se fue con Morgan a buscar mejor fortuna que la que él por sí solo hacía; de modo que juntó en todo nueve velas, entre navíos y barcas grandes, con 460 hombres militares.



Después que hubo puesto en orden todas las cosas, se fueron a la mar sin que Morgan comunicase a nadie su designio por entonces, sino es dando buenas esperanzas de que tenía por indubitable hacer buena fortuna, si las cosas no mudaban el curso de sus designios. Pusieron la proa hacia la tierra firme, que en pocos días descubrieron, hallándose en Costa Rica, con toda su flota enteramente, y así que descubrieron el país, Morgan declaró sus intentos a todos sus capitanes y después a todos los demás compañeros. Díjoles determinaba acometer Portobelo y que esto lo ejecutaría de noche, deseando saquear todo y la ciudad, sin reserva de lo más escondido, y proponía para dar ánimo que la empresa les produciría bien, pues nadie estaba advertido de su llegada. Algunos respondieron sobre esto que no tenían bastante gente para el asalto de una tan grande y fuerte ciudad, con que replicó Morgan: Si el número es corto, los ánimos son grandes, y mientras menos personas, más unión y mayores porciones en el expolio. Concluyóles la ambición de las futuras riquezas y fueron todos unánimes en ello. Y a fin que mejor se pueda conocer y entender este incomparable atrevimiento, será necesario hacer una breve declaración de lo que esta ciudad es.



En Costa Rica, sobre la altura de diez grados, latitud septentrional, está situada la ciudad de Portobelo, catorce leguas del golfo de Darién y ocho del lado de occidente, del Nombre de Dios. Es la más fuerte plaza que el rey de España posee en todas las Indias occidentales, excepto La Habana y Cartagena. Defiéndenla dos castillos inexpugnables que están a la entrada del puerto, de modo que pueden defender la ciudad y no dejar entrar navío ni barca alguna si no fuere con permisión. Tiene siempre de guarnición 300 soldados y 400 vecinos que perpetuamente la habitan. Los mercaderes no se hallan allí, sino es cuando los galeones de España llegan, a causa que el aire es muy malsano, por los vapores que exhalan las montañas, y aunque dichos mercaderes tienen sus almacenes en Portobelo, no obstante, su residencia es en Panamá, de donde hacen traer la plata sobre mulos en tiempo que la feria debe comenzar y cuando los navíos que llegan de Grillos, vienen para vender esclavos.



Morgan, que sabía muy bien las entradas y salidas de esta ciudad, y de las costas a ella cercanas, llegó al anochecer al Puerto de Naos, que está diez leguas del lado del poniente de Portobelo, y llegados allí, subieron por la ribera hasta Puerto Pontín, donde ancoraron saltando al punto en barcas y canoas y dejando solamente en los navíos alguna gente para guardarlos y el día siguiente llevarlos al puerto. Cerca de la medianoche fueron a un lugar llamado Estera longa lemos, en el cual salieron a tierra y caminaron hasta los primeros puestos de la ciudad. Tenían consigo cierto inglés que estuvo prisionero en aquel país, el cual les servía de guía, que acompañado de tres o cuatro personas fueron a tomar al centinela, que sutilmente agarraron, sin que hubiese podido tirar algún mosquetazo, ni hacer ruido alguno; a quien ataron las manos y trajeron a la presencia de Morgan, que le preguntó: ¿Cómo van las cosas en la ciudad? ¿qué fuerzas tiene? y otras circunstancias que quiso descubrir. Después de todas estas y otras preguntas, le hicieron mil amenazas de matarle si conocían no ser verdad lo que había respondido. Comenzaron a marchar llevando siempre dicho centinela maniatado; y habiendo caminado un cuarto de legua, llegaron a la fortaleza, que está cerca de la ciudad, a la cual circunvalaron, de suerte que persona no pudo salir ni escapar.



Hizo Morgan decir a los de la fortaleza que se rindiesen y entregasen a su mando, a pena de ser todos hechos pedazos, sin que alguno obtuviese cuartel. No quisieron entender nada los de dentro y comenzaron a cañonear para advertir la ciudad, que se puso al momento en alarma. Y aunque el gobernador y soldados de dicho castillo hicieron grande resistencia, no obstante se vieron obligados a rendirse a los piratas, los cuales luego que la tomaron, pusieron fuego al pañol de la pólvora y la hicieron saltar en el aire con todos los españoles que estaban dentro. Siguieron al instante su curso echándose sobre la ciudad, que no la hallaron aún toda en orden. Muchos de los ciudadanos echaron sus más preciosos bienes en cisternas y en otros lugares subterráneos, por evitar cuanto pudieron el no ser totalmente robados. Corrió un partido de piratas hacia los claustros, haciendo a todos los religiosos y monjas prisioneros. El gobernador se retiró a uno de los otros castillos y de allí mando muchas balas a los piratas, los cuales, no siendo perezosos, se defendieron con grande valor, mirando siempre a las bocas de la artillería, de modo que cuando las cargaban perdieron siempre los españoles uno de los suyos.



Duró esta batalla de una y otra parte, prolijamente desde el alba hasta el mediodía, estando muy disputable; y los piratas viendo que habían ya perdido mucha de su gente, sin poder obtener nada, ni ganar dichos castillos, comenzaron a echar granadas a la mano e intentaron quemar las puertas del castillo, que llegando a ejecutar, los españoles desde arriba dejaron caer grande cantidad de piedras y pucheros llenos de pólvora. Viendo Morgan esta generosa defensa de los españoles, comenzaba a desmayar y desesperar el buen suceso de sus empresas. Entre estas flacas meditaciones vio de lejos el estandarte inglés enarbolado en el castillo pequeño y una tropa de su gente que venía gritando: ¡Victoria!, ¡victoria!; que le dio ánimo y esfuerzo para entrar en la ciudad, buscando nuevas invenciones con que ganar las otras fortalezas; pues que todos los principales ciudadanos se habían retirado a ellas con sus mejores bienes y con todos los vasos sagrados y otros destinados al culto de las iglesias.



Dispuso Morgan hacer con presteza diez o doce escalas, de tal anchura que tres o cuatro personas a la par pudiesen subir por ellas, y mandó a todos los religiosos y religiosas, sus prisioneros, las plantasen contra las murallas de la fortaleza, lo cual advirtió antes al gobernador, haría en caso que no quisiese rendirse, a que respondió que jamás se rendiría sino muerto. Morgan se imaginaba que dicho gobernador no emplearía sus mayores fuerzas, viendo mujeres, religiosas y eclesiásticos expuestos al reparo de todo el peligro; puso entre las manos de estos dos sexos dichas escalas, haciéndoselas levantar y arrimar a las murallas delante de sus tropas. Engañóse Morgan en este designio, porque el gobernador no rehusó diligencia alguna para arruinar cuantos se le acercaban haciendo como bravo soldado. Los religiosos le gritaban y rogaban por todos los santos del cielo rindiese el castillo para salvarse ellos, y las pobres monjas la vida, mas no lo pudieron remediar por la obstinación de dicho gobernador. Finalmente, con pérdida de muchos religiosos y monjas arrimaron las escalas y los piratas subieron en muchedumbre con grande fuerza, teniendo granadas de fuego, y pucheros llenos de pólvora en las manos, todo lo cual echaron dentro encendido.



La fuerza de los enemigos era grande, de modo que los españoles no pudieron más resistir, con que echaron las armas en tierra y pidieron cuartel fuera del gobernador, el cual mató a muchos de sus propios soldados y no a menos enemigos; y aunque los piratas le preguntaron si pedía cuartel, respondió: De ninguna manera, porque más vale morir como soldado honrado, que ser ahorcado como cobarde. Procuraban hacerle prisionero, mas se defendió de modo que fue forzoso matarle, no bastando los ruegos y lágrimas de su propia esposa e hija, que le pedían quisiese guardar la vida y pedir cuartel. Cuando hubo quedado el castillo totalmente en poder de piratas (que fue cerca del anochecer), condujeron todos los prisioneros dentro, poniendo hombres y mujeres separados con algunas guardas suyas. Llevaron también a todos los heridos a otro departamento para que sus lamentaciones fuesen la cura de sus males.



Hecho todo esto, comenzaron a comer con buen apetito y beber como mangas; a que se siguió la insolencia y sucios abrazos con muchas honestísimas mujeres y doncellas, que amenazadas con el cuchillo entregaron sus cuerpos a la violencia de tan desalmados hombres. De tal modo se entregaron en los actos venéreos que, si en aquella ocasión hubiera cincuenta hombres solamente con ánimos valerosos, podrían con facilidad a todos los piratas. El día siguiente juntaron todo lo que habían robado, algunos de sus prisioneros (a quienes los otros compañeros persuadieron de decir eran los más ricos de entre ellos), y los dijeron descubriesen sus riquezas y bienes, que no pudiendo mostrarlas como se les proponía, los pusieron en tormentos, tales, que a muchos con ellos les dieron la muerte. Supo el presidente de Panamá la toma y ruina de Portobelo, y empleó toda su industria y fuerzas para juntar gente, con ánimo de perseguir y echar de allí a los piratas, que no les daban mucho cuidado estas diligencias, pues tenían cerca sus navíos y estaban unánimes de pegar fuego a toda la ciudad y retirarse después de haber dominado quince días, y muerto muchos, tanto por la enfermedad del país, cuanto por excesos inicuos.



Prepararon la partida, llevando todo el pillaje a bordo de sus navíos, siendo la primera cosa, vituallas suficientísimas para su sustento. Mientras esto se disponía, hizo Morgan advertir a todos los prisioneros le diesen tributo de quema, a pena de reducirla en cenizas y hacer saltar en el aire todos los castillos; diciéndolos que enviasen dos personas para ir a buscar dichas sumas, que importaban (según su demanda) cien mil reales de a ocho. Fuéronse, en fin, dos hombres al presidente de Panamá y le contaron todas estas tragedias, el cual tenía ya armada mucha gente, con que al punto se vino a buscar los piratas, que estando advertidos de su venida salieron a recibirle a un paso estrecho, por el cual debía pasar, poniendo en él 100 hombres bien armados que deshicieron una buena parte de los de Panamá y obligó al dicho presidente a retirarse, y enviando a Morgan, Que si no se iba con toda su gente de Portobelo, no debía aguardar cuartel alguno, ni sus camaradas, cuando (como bien presto esperaba) los hubiese cogido. Morgan, que no temía de tales amenazas por fiarse en el refugio de sus navíos, que los tenía cercanos, respondió: No rendiré las fortalezas antes que el dinero de contribución le fuese contado; y si no quemaría toda la ciudad, y entonces la dejaría; arruinando también los castillos y muertos los prisioneros.



Veía el gobernador que le faltaban los medios de ablandar y reducir a los piratas, con que se determinó a dejarlos, y a los de la ciudad, en los embarazos de haberse de acordar con sus enemigos lo mejor que pudieran y así, en pocos días, los míseros ciudadanos buscaron la contribución en que estaban multados, que montaba hasta los cien mil reales de a ocho, y los llevaron a los piratas, para verse libres del cruel cautiverio en que habían caído. Era grande la admiración del dicho presidente de Panamá, considerando que 400 hombres hubiesen podido tomar una tan grande ciudad y tales fortalezas, no teniendo alguna artillería, sino sólo armas a la mano; y lo que más es, con la grande opinión que los ciudadanos tenían de ser por si grandes soldados, a quienes jamás les había faltado ánimo. Envió un hombre de su parte a Morgan, pidiéndole le hiciese favor de enviarle una de sus armas, con las cuales había tomado, con tal fuerza, una tan grande ciudad. Fue también recibido por Morgan el mensajero, a quien trató con mucho honor y después le entregó una pistola y algunas balas de plomo que llevase al presidente, su amo, diciéndole que le pedía aceptase aquella señal de sus armas, que era una de las que empleó en la toma de Portobelo, suplicándole la guardase por un año, que pasado, vendría él mismo a buscarla. Volvióle el gobernador a enviar dicho presente, dándole gracias de la emprestada dádiva y generoso le remitió una sortija de oro, respondiéndole no tomase el trabajo de tornar, como hizo a Portobelo, pues la certificaba no hallaría dicha plaza en el estado que aquella vez halló.



Después Morgan (habiendo proveído sus navíos de todo lo necesario, y tomado para sí las mejores piezas de artillería de las fortalezas, y clavado el resto, que no podía llevar por no hallar lugar donde ponerlas) partió con su flota, con la cual en poco tiempo llegó a la isla de Cuba, donde buscó lugar apto para que en reposo se hiciesen las reparticiones del expolio que traían. Hallaron en dinero de contado doscientas y cincuenta mil piezas de a ocho, fuera de otras mercadurías, como paños, lienzos, seda y otros bienes, con que salieron triunfantes para su ladronera Jamaica a pasar algún poco de tiempo en vicios, a costa de los sudores y trabajos de quien ganó para que ellos robasen.