Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
PIRATAS DE AMERICA



Comentario

CAPITULO VI


Envía Morgan cantidad de canoas y barquillos a la mar del sur con intento de piratear.

Incendio de la ciudad de Panamá; piraterías que hicieron por todos los contornos

crueldades que cometieron hasta la vuelta al castillo de Chagre



Así como puso Morgan guarnición en los cuarteles que le pareció dentro y fuera de la ciudad de Panamá, mandó a veinte y cinco hombres tomasen una barca que había quedado por falta de agua que le causaba el reflujo de la mar, la cual estaba muy baja en el puerto, que es todo cenagoso. Dispuso después (ya cerca del mediodía) pegasen fuego en diversos edificios de la ciudad sin que pudiesen asegurar qué era la causa de aquel incendio, siendo tan grande que antes del anochecer casi toda Panamá estaba en viva llama. Intentó Morgan hacer creer al público habían sido los españoles la causa de ello y, así con inteligencia, esparció estas sospechas entre los suyos. Muchos de los vencidos y algunos otros procuraron impedir el fuego haciendo saltar en el aire, por medio de pólvora, algunas casas para hacer separación entre ellas; salióles su trabajo en vano, porque en menos de media hora toda una calle se abrasó. Eran todos los edificios de cedro, muy bien y curiosamente labrados y por dentro ricamente adornados, principalmente de magníficos cuadros y pinturas, de cuyas alhajas, algunas estaban transportadas y otras perecieron por la voracidad del fuego.



Decoraban a esta episcopal ciudad ocho conventos, siete de religiosos y uno de monjas; como también dos suntuosas iglesias, preciosísimamente adornadas de retablos y pinturas muy finas; mucho oro y plata, todo lo cual los eclesiásticos habían ocultado; un hospital, donde la pobreza y enfermos hallaban la piedad de sus fundadores, bien exactamente observada. Ilustrábanla aún 200 casas de estructura prodigiosa, que eran las más habitadas de poderosos mercaderes; sin otras 5.000 poco más o menos, para el resto de moradores; tenía muchas caballerizas para los caballos que de ordinario llevaban la plata hacia la costa del norte. Circundaban sus salidas y contornos muchos y muy óptimos plantíos y jardines, que todo el año hacían deliciosas perspectivas.



Los genoveses tenían una magnífica casa, que servía de contador en el comercio que tienen de los negros; la cual, fue ordenado también por Morgan la pusiesen fuego, como se hizo; de cuyo incendio abrasaron hasta los cimientos, con otros almacenes que llegaban al número de 200, y grande cantidad de esclavos que se habían escondido en ellos, con infinidad de sacos llenos de flor, que vieron abrasar cuatro semanas después del día que el fuego comenzó. Los piratas, por la mayor parte, estuvieron algún tiempo fuera de la ciudad, y se hallaban temerosos, creyendo que los españoles vendrían de refresco a combatirlos, sabiendo tenían, incomparablemente mucha más gente que ellos, y así se retiraron para unir sus fuerzas que estaban muy disminuidas por las pérdidas precedentes y porque se hallaban con muchos heridos que llevaron a una iglesia, la cual quedó en pie, únicamente, entre las otras. Demás que Morgan había enviado un convoy de 150 hombres al castillo de Chagre para anunciar las nuevas de la victoria obtenida en Panamá.



Veíanse muchas veces tropas de españoles que corrían de una parte a otra, pero nunca se atrevieron a emprender nada contra los piratas. Después del mediodía de esta jornada, Morgan volvió a entrar en la ciudad con sus tropas, buscando, cada uno, alojamiento, que no pudieron hallar cómodamente por haber quedado muy pocas casas del incendio; entre cuyas cenizas buscaron con diligencia algunas alhajas de plata u oro, que por fortuna no se hubieran consumido, de que hallaron no pocas en diversas partes y en pozos, donde los españoles las escondieron de las ambiciosas diligencias de los piratas.



Despacharon al otro día dos tropas de los suyos, cada una de 150 hombres bien resueltos y armados, con orden de buscar los moradores de Panamá que se escaparon de las manos de sus enemigos; y habiendo hecho correrías por las campañas, selvas y montes de los contornos volvieron, pasados dos días, con más de 200 prisioneros, tanto hombres como mujeres y esclavos. Volvió el mismo día la barca que Morgan había despachado a la mar del Sur, la cual trajo consigo otras tres barcas, presas que habían hecho en muy poco tiempo, las cuales dieran de buena voluntad, aunque hubieran empleado mayores afanes por un galeón que se les escapó, el cual estaba cargado con toda la plata del rey y abundancia de riquezas de oro, perlas, joyas y, finalmente, de bienes preciosísimos, de los mejores mercaderes de Panamá; llevaba también dentro las monjas de dicha ciudad, que condujeron consigo todos los ornamentos de sus iglesias; consistiendo en mucha cantidad de oro, plata y otras cosas de grande valor.



Las fuerzas de dicho galeón era sólo siete piezas de artillería y diez u once mosquetes, sin orden de más velas que las superiores de enmedio y grande falta de agua fresca, poco proveído de víveres y otras cosas necesarias. Todo lo cual, los piratas entendieron de ciertas personas con quien hablaron, en ocasión, que fueron siete hombres en sus chalupas a hacer aguada y, aunque tenían por cierto el cogerle con facilidad, si hubieran dádole caza; principalmente estando asegurados que no podía largamente subsistir en alta mar; no obstante, les impidió el seguirle, los lascivos ejercicios en que estaban totalmente entregados, con mujeres que para ello habían robado y forzado; juntándose a esto la gula con que comían y el vicio de emborracharse de vinos que hallaron a su disposición; amando más, por entonces, gozar de estas cosas que conseguir una tan ventajosa ocasión, cuya presa les sería de más innumerables intereses que todo lo que pudieran hallar en Panamá y sus contornos. El día siguiente (ya arrepentidos de tal negligencia y cansados sus cuerpos y almas de vicios cometidos en el tierno género que hemos declarado) enviaron una barca armada en busca del dicho galeón, pero hallaron ser diligencia frustrada, a causa de que los españoles que en él estaban, fueron advertidos del peligro en que se hallaban, barloventeando cerca los piratas, de quienes huyeron a partes remotas e incógnitas a sus enemigos.



No obstante, los piratas hallaron en los puertos de Tavoga y Tavoguilla algunas barcas cargadas de muchas y muy buenas mercadurías que tomaron, conduciéndolas todas a Panamá, donde, llegando, hicieron los piratas a su caudillo Morgan relación de todo lo que había pasado; los prisioneros lo confirmaron diciendo que casi podían asegurar dónde podría estar el galeón sobredicho, pero que había apariencias serían ya socorridos de otras partes. Aún con todo eso el conductor Morgan mandó preparar todas las barcas que se hallaban en el puerto de la ciudad con intentos de enviarlas en busca del galeón. Salieron dichas barcas, que en todas eran cuatro, y, después que estuvieron ocho días cruzando, perdieron la esperanza de hallar lo que buscaban, resolvieron de volver a Tavoga y Tavoguilla, donde hallaron un razonable navío que había venido de Paytá, cargado de paños, jabón, azúcar y bizcocho, con veinte mil reales de a ocho en moneda, el cual tomaron sin que hubiese quien les hiciera la menor resistencia; estaba junto a dicho navío una barca, de la cual se hicieron posesores y en ella metieron parte de las mercadurías del navío y algunos esclavos que robaron en dichas islas, con cuyas presas partieron para Panamá algo satisfechos de su viaje, pero pesarosos y remordiéndose de la buena fortuna del galeón.



El convoy que Morgan despachó para el castillo de Chagre volvió casi al mismo tiempo, anunciando una buena nueva, que consistía en que mientras el viaje de Panamá, los de Chagre enviaron dos barcas a piratear, las cuales descubrieron un navío español a quien dieron caza; los del castillo, apercibiéndolo, enarbolaron bandera española para engañar a los del navío y, creyendo los españoles iban a refugio, dieron en el lazo, porque metiéndose en el puerto a la defensa de la artillería, hallaron lo contrario que juzgaron; viéndose prisioneros y engañados de los lobos de quien creían haber escapado. La carga que en él hallaron consistía toda en vituallas y provisiones de boca, todo lo cual vino muy a propósito para los piratas que no deseaban otra cosa; porque los del castillo estaban ya muy necesitados de cosas de este género.



Esta fortuna dio ocasión a Morgan de quedar más largo tiempo en Panamá y de disponer cotidianas correrías por todo el país; con que, mientras los unos estaban ocupados en esto, los otros pirateaban sobre la mar del Sur. Enviaban todos los días partidas de 200 hombres a correr las campañas y, cuando éstos volvían, estaban preparados a salir otros 200, por cuyos medios recogieron grandísimo número de riquezas y, no menor, de prisioneros, a quienes dieron los más atroces tormentos que se pueden meditar, para que descubrieran los bienes de los otros y los propios. Sucedió que hallaron a un pobre miserable en la casa de un gran señor que se había vestido unos calzones de seda de su amo; y de la agujeta estaba pendiente una llave de plata; preguntáronle los piratas dónde estaba el cofre de dicha llave. Respondió el infeliz encalzonado, no lo sabía, y que él halló aquellos calzones y llave en la casa y se los había puesto. Con que no pudiendo sacarle de aquel propósito, le estropearon los brazos de tal modo, que se los tornaron y descoyuntaron, y no contentos con esto, le agarrotaron una cuerda a la cabeza, tan apretadamente, que casi le hicieron saltar los ojos, que se pusieron tan hinchados como grandes huevos, pero (¡oh, inhumana crueldad!) no oyendo aún con todo eso más clara confesión de lo que le proponían, siéndole imposible el responder cosa más positiva a sus deseos, le colgaron de los testículos, en cuyo insufrible dolor y postura, le dieron infinitos golpes y le cortaron las narices unos y otros, las orejas y, finalmente, cogieron puñados de paja que encendieron contra su inocente cara y, cuando no pudo más hablar, ni aquellos tiranos no tuvieron más crueldades que ejecutar, mandaron a un negro le diese una lanzada; con que así obtuvo el fin de su martirio. Estos execrables tratos fueron unos de mil semejantes con que dieron último término a los días de muchos, siendo su máxima ordinaria recrearse en estos trágicos anfiteatros.



No perdonaron a ninguno de cualquier sexo o condición que fuese, porque a los religiosos y sacerdotes eran a quien menos concedían cuartel, si no les valía alguna suma de dinero capaz de su rescate. Las mujeres no fueron mejor tratadas, sino cuando se entregaban a las libidinosas demandas y concupiscencias de los piratas; y las que no quisieron consentir, hicieron pasar las más horribles crueldades del mundo; Morgan, que siendo su almirante y conductor, debiera impedir tales infamias y tratar no tan rigurosamente un tan delicado y frágil sexo, era el que primero lo ejecutaba e inducía a los otros lo ejecutasen; manifestándose en esto el peor y más relajado de todos, porque luego que traían a su presencia alguna hermosa y honesta mujer prisionera, la tentaba por todos modos para que condescendiese en sus voluptuosos ánimos; a cuyo propósito referiré una pequeña historia de una dama, cuya constancia debiera quedar escrita en láminas de bronce para perpetua memoria, ejemplo de virtud y perpetua honestidad.



Entre los prisioneros que los piratas trajeron de Tovago y Tovaguilla, se halló una honestísima dama, mujer de uno de los más ricos mercaderes que había en todos aquellos países. Era de juveniles años, tan hermosa, que dudo en la Europa se hallase una de tantas perfecciones y virtud. Su marido se hallaba entonces en el Perú, con las ocupaciones del comercio en que de ordinario se empleaba. Y como oyese la mujer venían piratas a invadir la ciudad de Panamá, se ausentó con otros y otras de sus parientes y amigos para conservar la vida, entre los peligros que amenazaban las crueldades y tiranías de los inconsiderados enemigos. Luego que apareció en la presencia de Morgan fue destinada para sus voluptuosas concupiscencias; y así, mandó la pusiesen en un cuarto aparte, dándola una negra que la sirviese y que la tratasen con todo regalo y atención. Rogaba, con lágrimas y sollozos, la permitiesen quedar entre los otros prisioneros, sus parientes; pero Morgan no lo quiso conceder, y lo más que hizo fue volver a disponer la regalasen y tratasen con particular cuidado, llevándola el manjar de su propia mesa.



Como esta señora hubiese antes oído hablar muy extrañamente de los piratas, antes que llegasen a Panamá, como si no fuesen hombres siendo, como lo habían dicho, herejes que no invocan otro que a Dios Trino y a Jesucristo en cuanto mediador; comenzó después a tener mejores meditaciones, viendo las civilidades que Morgan la hacía, y que muchas veces le oía jurar por Dios y por Cristo, en quien, había presumido antes, no creían los piratas; y que no eran tan malos, ni tenían formas de bestias, como la hicieron relación repetidas veces, bien que no extrañaba les diesen nombre de ladrones porque, decía, se hallaban de aquel género entre todas las gentes del mundo que desean, naturalmente, poseer los bienes de otro, aunque otra mujer de flaco entendimiento la dijo antes que los piratas llegasen, tendría grande curiosidad de ver un pirata; pues que estaba persuadida por su marido a que no eran hombres, sino bestias irracionales; y como ésta, por ocasión, viese a uno, comenzó a gritar diciendo: ¡Jesús: los ladrones son como los españoles!



La disimulada civilidad que Morgan usó con esta dama (cosa bien ordinaria a los que pretenden y no pueden alcanzar) fue bien presto mudada en bárbara crueldad; pues, pasados tres o cuatro días la vino a ver y entretener con discursos deshonestos e impúdicos, comenzándola a proponer los ardientes deseos de quererla gozar. Rehusólo la dama siempre con toda urbanidad y humildes razonamientos, aunque Morgan persistía siempre en sus intentos desordenados, presentándola muchas perlas, oro, y todo cuanto él tenía de precioso. Mas no queriendo en manera alguna consentir, ni aceptar sus riquezas, y viendo la grande constancia de esta Susana, la comenzó a hablar con otro tono, haciéndola mil amenazas; a todo lo cual, por último, respondió con resuelta y constante determinación: Señor, mi vida está en vuestra mano; pero en cuanto a mi cuerpo, tocante a lo que vos me queréis persuadir, será menester que primeramente mi alma se separe de él por la violencia de vuestro brazo. Luego que Morgan entendió esta heroica determinación, la hizo desnudar de sus mejores vestidos, y aprisionar en una hedionda bodega, a donde no la llevaban más que muy te-nuísima porción para comer, con la cual apenas podía vivir cortos días.



Rogaba a Dios, la ejemplar señora, la diese constancia y paciencia contra las crueldades de Morgan, el cual, estando convencido de su grande firmeza, la hizo buscar falsas acusaciones que la acusaban de que estaba en inteligencia con los españoles, y que se correspondía con ellos por cartas; siendo su intento encubrir la tiranía de la prisión en que Morgan la tenía. Yo mismo no habría jamás creído hallar tal constancia, si con mis propios ojos y oídos no lo pudiera asegurar, sobre cuyo sujeto diremos en su lugar algo más, y pasaremos ahora a nuestro asunto.



Cuando Morgan hubo estado en Panamá el espacio de tres semanas, hizo preparar todo lo necesario para su partida. Cada compañía de sus tropas tuvo orden de buscar tantos jumentos, cuantos les fuesen necesarios a conducir hasta el río, donde estaban sus canoas, los expolios de la ciudad. En este tiempo se entendió hablar de un grande partido de piratas que intentaban dejar a Morgan, tomando el navío que estaba en el puerto, para irse a piratear a la mar del Sur hasta que hubiesen robado lo que les pareciese bastante y, con ello, volverse por la Indias Orientales a Europa, para cuyo efecto tenían ya muchas provisiones que guardaron en partes ocultas, junto con razonable cantidad de pólvora, balas y otras municiones de guerra: como alguna artillería, mosquetes y otras cosas; con que se fundaban para fortificar y armar dicho navío y plantar una buena batería en una u otra isla que les pudiera servir de refugio.



Hubiérales sucedido como se proponían si uno de sus camaradas no descubriera a Morgan la empresa, el cual hizo, al instante, rajar el árbol mayor del dicho navío y quemarle con todas las otras barcas que estaban en el puerto, con que los designios de sus compañeros se hallaron frustrados. Envió el caudillo muchos españoles a buscar el dinero de sus rescates, no sólo por ellos mas también por todos los otros prisioneros, contando entre ellos todos los eclesiásticos, tanto seculares como regulares. Dispuso clavasen y taponasen toda la artillería y envió una buena tropa para buscar al gobernador de Panamá, de quien tenía noticia había hecho muchas emboscadas y se traían algunos prisioneros que declararon como dicho gobernador tuvo intención de oponerse en los pasos del camino, mas que la gente que había destinado para efectuarlo se arrepintió comenzándolo; de modo que no pudo llegar a ejecutarlo, según deseaba.



El 24 del mes de febrero del año de 1671, Morgan dejó la ciudad de Panamá o, por mejor decir, el puesto donde estuvo dicha ciudad, de cuyos despojos llevó consigo 175 jumentos cargados de oro, plata y otras cosas preciosas, con 600 prisioneros, poco más o menos, tanto hombres como mujeres, criaturas y esclavos. Llegaron aquel día a un río que pasa por una deliciosa campaña lejos de Panamá una legua, donde hizo poner en forma todas sus tropas, de modo que los prisioneros estaban en medio circunvalados de piratas; en cuya ocasión no se entendía en el aire más que a gritos, lamentaciones, suspiros y míseras voces de tanta multitud de mujeres y criaturas que creían Morgan los quería transportar a todos y llevárselos a su país; además, entre todos los desdichados prisioneros había grande ham-bre y sed, cuya miseria quiso así Morgan padeciesen para excitarlos con mayor vehemencia a buscar dineros bastantes a rescatarse, según a tasa que a cada uno había puesto. Muchas mujeres se pusieron de rodillas a los pies de Morgan suplicándole con lágrimas de sangre las dejase volver a Panamá para vivir en chozas que harían hasta la restauración de la ciudad con sus mal aventurados maridos y criaturas; respondíalas el tirano: Cuando vine a vuestras tierras no fue mi intento formar tribunal para oír plegarías, mas con ánimo de buscar dineros. Y que eso era lo que debían procurar hacerle traer; de aquí o de allí, por la vía que les pareciese más conveniente; a pena de que transportaría a todos con él a partes que no querrían.



El día siguiente cuando comenzaron de nuevo a marchar, los gritos y voces lamentosas se redoblaron de tal suerte que era lastimosa cosa y digna de piedad entender tales gemidos; pero a Morgan, hombre sin compasión, no le movían más que a un acero; y así hizo marchar una tropa de piratas delante, los prisioneros en medio y los demás detrás; de quienes los angustiados españoles eran empujados para que caminasen con presteza. La honestísima y hermosa dama de que hemos hecho mención por su grande y valerosa constancia, caminaba separada entre dos piratas, la cual hacía grandes lamentaciones, diciendo había dado orden a ciertos religiosos, en quien se fió, para ir a cierta parte que les declaró a buscar tanto dinero como su rescate importaba; lo cual la habían positivamente prometido pero que después que obtuvieron dinero, en lugar de traérselo, rescataron a algunos de sus amigos, cuya mala acción fue descubierta por un esclavo que trajo una carta a la dicha señora: todo lo cual fue declarado a Morgan y confirmado por la boca de dichos religiosos, que allí estaban, y así dio libertad a la virtuosa dama, que tenía designios de transportar a Jamaica, y detuvo los religiosos por prisioneros en lugar de ella, y los trató como merecían sus incompasivas intrigas.



Así que Morgan llegó al lugar llamado Cruz, situado a las orillas del río Chagre, hizo publicar a todo prisionero que en tres días hubiesen a pagar sus rescates, debajo de la pena mencionada, de ser transportados a Jamaica. Entretanto dispuso se recogiese todo el arroz y maíz que había menester, para las provisiones de todos sus navíos; al mismo tiempo se rescataron algunos de los prisioneros y prosiguió su viaje, dejando la aldea el día 5 de marzo inmediato, llevándose todos los expolios que pudo también, y algunos nuevos prisioneros de dicha aldea, y los que no se habían rescatado de Panamá; excepto los religiosos, que detuvieron el dinero de la dama sobredicha, los cuales, pasados tres días, después fueron librados por la piedad de otros, que la tuvieron mayor que no ellos de ella. A la mitad del camino del castillo de Chagre mandó el caudillo se pusiesen todos en orden según su costumbre, e hizo jurar en general, y a cada uno en particular, no habían encubierto ni reservado para sí cosa del valor de un real de plata; pero teniendo Morgan ya algunas experiencias de que solían jurar falsamente sobre intereses, ordenó que se les escudriñasen las faltriqueras, bolsillos, mochilas y todo lo demás donde podrían haber guardado algo y, por dar ejemplo, se dejó él mismo buscar y rebuscar el primero hasta las suelas de sus zapatos. Los piratas franceses no estaban muy satisfechos de este rebusco, mas por ser el menor número de entre ellos, les fue preciso el pasar por el examen, como los otros cuya diligencia fue hecha por un escudriñador que se nombró de cada compañía; se metieron en sus canoas y barcas que estaban prevenidas en la ribera, y llegaron el día 9 del dicho mes de marzo al castillo de Chagre, que hallaron en buen orden, a la reserva de los heridos que dejaron al tiempo de su partida, a los cuales entendieron ser muertos por la mayor parte.



Envió luego Morgan una grande barca a Portobelo, con todos los prisioneros que tenía de la isla de Santa Catalina, pidiendo el rescate por el castillo en que estaba o que, de otra manera, le arruinaría hasta los cimientos; a que respondieron que no querían consentir de ningún modo a su demanda ni dar un maravedí por dicho castillo y que así, hiciese lo que le pareciese. Distribuyéronse allí los expolios que trajeron consigo, dando a cada compañía su porción o, por mejor decir, lo que Morgan quiso, reservando para sí lo mejor, lo cual los otros sus compañeros le dijeron en su cara; y que había guardado las más ricas joyas, siendo imposible les dejase de tocar más de 200 reales de a ocho que les dieron de todos los latrocinios y pillajes; por los cuales habían tanto trabajado y expuesto su vida a tan manifiestos riesgos; pero Morgan se hizo sordo a todo, como quien quería engañarlos.



Como este caudillo se hallaba entre murmuraciones, temió; y no siéndole propósito quedar más largo tiempo en Chagre, tomó la artillería de dicho castillo y la hizo llevar a su navío. Que derribado la mayor parte de sus murallas, quemado todos los edificios, tanto dentro como fuera y, en fin, arrasado todo cuanto pudo, se fue al navío sin advertir a los compañeros ni tomar consejo, como solía hacer. Dio a la vela, yéndose en alta mar, y no hubo más que tres o cuatro embarcaciones que le siguieron, las cuales (según los franceses dijeron) iban a la parte con Morgan al mejor y más grande expolio. Bien quisieran los dichos franceses buscarle en la mar para tomar venganza, si se hallasen en estado de hacerlo; pero faltábales todo lo necesario; de modo que cada uno tenía bastante pena para hallar de comer suficientemente hasta llegar a Jamaica, a gastar, en breve término, lo que se llevaban de la desolada Panamá, de quien canta D. Miguel de Barrios lo siguiente:



El Istmo que divide al Océano,

y junta dos penínsulas, por donde

Panamá al ronco silbo no se esconde

de que el Bóreas encrespa Dragón cano;

serena cuanta ola

del Sur le cimbra con cerúlea cola.



Espera que restaures presidente a Panamá,

donde el inglés pirata niega el paso que el río

de la plata ofrece al español en su corriente;

hasta que al anglo fiero eche

del Istmo con triunfante acero.