Comentario
CAPITULO X
Ocupaciones y ejercicios que tuvo en el Colegio y Misiones
que salió a predicar.
No habiendo tenido efecto la fundación de las Misiones de San Saba por los motivos expresados en el antecedente Capítulo, ya no volvió el R. Padre Guardián a hablar nada a nuestro Venerable Junípero sobre que se volviese a las de Sierra Gorda de donde había salido, bien fuera para que estuviese a mano, por si de repente se tratase en el Superior Gobierno de la reducción de los Apaches (por aviso de la Corte) o porque esperaría el Prelado a que el Venerable Padre se lo insinuase; pero el humilde, y obediente Siervo de Dios, no quiso jamás mostrar más inclinación que a la voz del Superior, resignado ciegamente (para no errar) a la voluntad del Señor expresada en la del Prelado. Quedóse en el Colegio hasta el año de 1767, en que lo destinó la obediencia para estas Misiones de Californias, y estuvo sin el ejercicio de predicar a los Infieles poco más de siete años, en cuyo tiempo trabajó mucho en la conversión de los pecadores en las Misiones que predicó así en el distrito del Arzobispado de México, como en los de otros cuatro Obispados.
En la Capital de México predicó dos años en las Misiones que cada trienio hace nuestro Colegio de San Fernando con mucho fruto, y no fue poco el que el V. Padre logró con sus fervorosos Sermones. En uno de ellos (a imitación de su devoto San Francisco Solano) saco una cadena, y dejándose caer el hábito hasta descubrir las espaldas, después de haber exhortado a penitencia, empezó a azotarse tan cruelmente, que todo el auditorio se deshacía en lágrimas; y levantándose de él un hombre, fue a toda prisa al Púlpito, quitó la cadena al Penitente Padre, bajó con ella, hasta ponerse en lo alto del Presbiterio, y tomando ejemplo del V. Predicador, se desnudó de la cintura para arriba, y empezó a hacer pública penitencia, diciendo con lágrimas y sollozos: "Yo soy el pecador ingrato a Dios, que debo hacer penitencia por mis muchos pecados, y no el Padre que es un Santo." Fueron tan crueles y sin compasión los golpes, que a vista de toda la gente cayó, juzgándolo todos por muerto. Habiéndolo oleado allí, y sacramentado, murió poco después. De esta alma podemos creer con piadosa fe, que estará gozando de Dios.
Fuera de la Capital predicó el V. Padre en el Arzobispado, haciendo fervorosas Misiones, en el Real de Zimapan y sus contornos, en muchos Pueblos de la Provincia del Mezquital, en la de la Huasteca, en su Capital, Villa de Valles, Aquismon, y otros muchos lugares, en cuya Misión gastó nueve meses, los siete en actual ejercicio de predicar y confesar, y los dos restantes en ida y vuelta, por lo muy apartado que está de México, en cuya Misión logró mucho fruto, por hacer cuarenta años que no había habido otra.
En el Obispado de la Puebla de los Angeles hizo Misiones en la Costa del Mar del Norte, o Seno Mexicano, en Tabuco, Tuxpan, Tamiagua, y otros muchos Pueblos, distantes de México más de ochenta leguas.
En el Obispado de Antequera, o Oaxaca, misionó en muchos Pueblos a petición del Illmô. Señor Obispo Don Buenaventura Blanco, dando principio cien leguas distante de México, a la raya del Obispado de Campeche, hacia Tabasco, en aquellas Poblaciones de la Costa donde nunca se había oído Misión. Y para acercarse a la Capital de Oaxaca, para donde lo llamaba su Illmâ., hubo de navegar el Venerable Padre ocho días por el gran Río llamado de los Miges, donde tuvo que padecer, tanto él, como sus Compañeros, muchos trabajos por los excesivos calores, molestia de zancudos, y peligro de Caimanes, sin poder salir de la canoa a tierra por los Tigres, Leones, Víboras y demás animales ponzoñosos de que están abundantes aquellos lugares, y por este motivo despoblados de gente que los habite.
Después de ocho días de tan peligrosa y molesta navegación, hubieron de caminar por tierra (de iguales circunstancias) hasta llegar a la Villa alta, distante de México más de cien leguas. En ella hizo Misión el V. Padre y de allí pasó a la Ciudad de Antequera, en donde lo esperaba el Illmô. Señor Obispo. Llegaron a este paraje por la Quincuagésima, y anunciando luego la Misión, duró todo el tiempo de Cuaresma, logrando a expensas de sus apostólicos afanes innumerables conversiones, con gran consuelo de aquel celosísimo Prelado; quien hizo que nuestro V. Fr. Junípero predicara (a puerta cerrada) a toda la Clerecía mientras sus Compañeros misionaban al Pueblo. De esta predicación se logró abundante fruto, y más con la facultad que les concedió a los Padres aquel filmó. Pastor, para casar a los que lo necesitaban, y que viviendo amancebados pasaban por casados, de que fueron muchos los que había así en la Capital, como en los demás Pueblos en que hicieron Misión; la que habiendo durado seis meses, y concluídose este término, se retiraron los Padres al Colegio, a donde llegaron a los ocho meses después de haber salido de él, por la larga distancia que hay; cuyo viaje hizo a pie el V. Padre no obstante la llaga e hinchazon de él.
En el Obispado de Valladolid misionó en Río Verde (distante de México más de cien leguas) en la Cabecera de la Custodia de Santa Catalina de Río Verde, y Pueblos de sus contornos, y últimamente en el Obispado de Guadalajara, cuando venía con sus Compañeros el V. Padre para estas Californias, habiéndose detenido en el Puerto de San Blas por falta de embarcación. Predicaron en el Pueblo de Tepic, Xalisco, Ciudad de Compostela, Mazatan, San José, Guaynamotas, y otros circunvecinos de aquella jurisdicción, donde logró innumerables conversiones de pecadores, no perdonando fatigas para conseguirlo.
Mucho es el trabajo que trae consigo el ejercicio de misionar entre Fieles, empleándose medio año continuo en la predicación y confesiones desde el primero hasta el último Sermón, sin más descanso que el tiempo de caminar a pie desde el Colegio, y de una Población a otra, hasta restituirse a él; y si se numeran las leguas que por este fin anduvo el V. Fr. Junípero, no serán menos de dos mil. Estas tareas se le aumentaron con la Patente o Título que desde el año de 1752 tenía de Comisario del Santo Oficio, con que lo honró el Santo Tribunal de la Fe para toda la N. E. e Islas adyacentes, por cuya causa hubo de trabajar en muchas partes, y caminar gran número de leguas, desempeñando cuantas diligencias practicó a satisfacción de los Señores Inquisidores, que lo atendían y miraban como a Ministro, no sólo docto, sino por muy celador de la Fe y Religión Católica.
En los intervalos de una salida a otra (que según disponen las Bulas Apostólicas, concluidos seis meses de predicar entre Católicos, se restituyan los Padres al Convento para recobrar espirituales y corporales fuerzas) se volvía el Siervo de Dios a su Colegio, donde observó con la mayor puntualidad la asistencia al Coro, así de día, como de noche; y no contentándose con las seis horas, o cerca de éllas, que se emplean en el rezo del Oficio Divino y oración mental, no faltaba a los demás ejercicios voluntarios de la Corona, Vía Crucis y Vía Dolorosa, etc.
Fue muy puntual en los anuales ejercicios de la Orden, observando a la letra la práctica que nos dejó N. V. P. Fr. Antonio Linaz. Todo un trienio lo tuvo la obediencia empleado de Maestro de Novicios; pero ésto no le impidió salir a predicar en Pueblos Cristianos, pues en sus ausencias otro suplía en el Magisterio; y si, como queda dicho en el Capitulo III de esta Historia, asistía el V. Padre voluntariamente a todos los ejercicios del Noviciado; ¿qué dilatado campo se ofrece a la imaginación para considerar lo mucho que luciría su fervor cuando se hallaba ya de Maestro?
Otro trienio lo tuvo el Colegio de Discreto (aunque tampoco imposibilitado por este cargo de salir a misionar). En estos tres años, el tiempo que estaba en el Colegio, servía de Vicario de Coro por encargo del R. Padre Guardián, para lo poco que allí se ofrece cantar, y esto lo practicaba con mucho gusto y humildad, sintiendo (como decía) el no saber solfa para servir de algo. Muchos días era el Lector de mesa, levantándose a la mitad de la comida para remudar al Corista o Novicio que estaba leyendo. Otras ocasiones remudaba a los Servidores, como si fuese Novicio o Corista el V. Padre, yendo a servir la mesa. El tiempo que le quedaba desocupado después del Coro lo empleaba en el Confesonario, donde oía de penitencia a cuantos pobres ocurrían a sus pies. Lo mismo hacía en los Conventos de Religiosas, así de la Orden, como del ordinario, donde lo pedían al Prelado algunas almas afligidas y de conciencias escrupulosas, para su consuelo; y al paso que para sí era rígido, se mostraba con los demás muy benigno, explayándoles el corazón.
Fue totalmente desasido del siglo, y Seculares, de tal manera, que en una Ciudad tan populosa como es México, tan afecta a los Misioneros por lo que trabajan en su bien espiritual, con tantos confesados que de todas clases tenía, y tantos que se valían del V. Padre para salir de sus dudas místicas o morales, no tenía persona a quien visitar; y cuando los que lo necesitaban y buscaban en el Colegio para su consuelo, no lo hallaban, entonces era cuando sabían que había salido a hacer Misión.