Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
JUNIPERO SERRA Y LAS MISIONES DE CALIFORNIA

(C) José-Luis Anta Félez



Comentario

CAPITULO XIV


Funciones de la Expedición de tierra, salida de Loreto del

V. Padre, y su llegada a la Gentilidad, donde dio principio

a la Misión primera



Con la misma eficacia que el Illmô. Señor Visitador general deseaba dar cumplimiento a la Real Orden de S. M. para poblar el Puerto de Monterrey, empleó cuantos medios consideró oportunos para la consecución de tan noble intento. Ya dije como a más de la Expedición marítima que mandaba S. M. se hiciese, añadió el mismo Señor Illmô. (y a la presente Exmô.) D. José de Gálvez, otra Expedición por tierra, en atención a que según estaba informado, no podía estar muy lejos el Puerto de San Diego de la Frontera de la California descubierta; y sin olvidarse de la de mar, ni de la Visita de la Península, dio sus disposiciones para la citada Expedición, a efecto de que juntándose ambas en dicho Puerto, y quedando éste poblado, se pasase a hacer lo mismo con el de Monterrey.



Luego que S. S. Illmâ. determinó hacer la segunda Expedición, no menos ardua que peligrosa, con respecto a la de mar, por la mucha Gentilidad de diversas y belicosas Naciones, como era natural se encontrase en el camino, dispuso a imitación del Patriarca Jacob, el dividirla en dos trozos, para que si se desgraciase el uno, se salvase el otro. Nombró por principal Comandante a D. Gaspar de Portlá Capitán de Dragones, y Gobernador de la California, y de su segundo a D. Fernando Rivera y Moncada, Capitán de la Compañía de Cuera del Presidio de Loreto, para ir mandando el primer trozo, y de Explorador de aquella tierra hasta entonces no conocida de los Españoles, y al Señor Gobernador para ir en la segunda parte de la Expedición.



Hecho este nombramiento, le dio las instrucciones correspondientes, y al Señor Capitán la orden para que de toda la Compañía de Cuera escogiese el número de Soldados que juzgase conveniente y a propósito, y en caso necesario reclutase otros, y el número de Arrieros para las cargas y equipaje de la Expedición, como también que fuese caminando para la Frontera, y entrando en todas las Misiones, donde debía pedir todas las bestias mulares y caballares que no hiciesen allí falta; como asimismo cuantas cargas se pudiesen de carne hecha cecina, granos, harina, pinole y bizcocho, dejando en cada Misión recibo de cuanto sacase, para satisfacerlo todo; y que con toda la provisión subiese para la Frontera de Santa María de los Ángeles, llevando también doscientas reses; y que de todo le diese noticia, como asimismo del tiempo en que podría salir el primer trozo de la Expedición.



Con todas estas órdenes (que cumplió puntualmente) salió el Señor Capitán del Real de Santa Ana, por el mes de Septiembre de 1768; y habiendo llegado al sitio de nuestra Señora de los Ángeles, que es la Frontera de la Gentilidad (donde encontró parte de la carga que habían subido ya por Lanchas hasta la Bahía de San Luis) registró el terreno, y no hallándolo capaz para que en él se mantuviesen ni aún las bestias, por la absoluta falta de pastos, reconoció las cercanías, internándose hacia la Gentilidad, y quiso Dios que a las diez y ocho leguas de haber caminado para San Diego, halló un paraje acomodado a su intento; y haciendo conducir allí toda la carga, ganados y bestias, dio parte al Señor Visitador general (que se hallaba entonces en el Sur de la California trabajando en el despacho de la Expedición marítima) avisándole que en todo Marzo esperaba estar dispuesto para poder continuar su viaje.



Con esta noticia el V. P. Fr. Junípero, que tenía nombrado para ir con dicha Expedición al P. Predicador Fr. Juan Crespí, Misionero de la Misión de la Purísima Concepción, le escribió se pusiese en camino para no hacer falta. Salió el citado Padre de aquella Misión a 26 de Febrero de 1769, y llegó a la Frontera, en donde estaba formado el Real (en el paraje que aquellos Gentiles nombraban Vellicatá) el Miércoles Santo día 22 de Marzo, encontrando ya allí al Señor Capitán, y a toda la gente pronta para la salida, y ya confesada por el Misionero de San Borja, que con este fin había subido, para que el siguiente día jueves Santo cumpliesen todos (como lo hicieron) con el precepto de nuestra Madre la Iglesia, y el Viernes Santo, 24 de Marzo, saliese la Expedición.



Ésta se componía de los siguientes sujetos: el Señor Capitán Comandante, el Padre Fr. Juan Crespí, un Pilotín (que iba para observar y formar el Diario) veinte y cinco Soldados de Cuera, tres Arrieros, y una cuadrilla de indios Neófitos Californios para Gastadores, ayudantes de Arrieros y demás quehaceres que se ofreciesen, armados todos de arco y flechas: y habiendo gastado en el camino cincuenta y dos días sin novedad alguna, llegaron el 14 de Mayo al Puerto de San Diego, donde hallaron fondeados dos dos Barcos, como diré adelante.



Para la segunda parte de la Expedición quedaron en el dicho paraje de Vellicatá las bestias mulares y caballares, toda la carga perteneciente a ella, el ganado Vacuno, parte de la Tropa y Arrieros que habían de marchar, y la restante había de acompañar al Señor Gobernador y V. Padre Presidente, quien suplicó a este Señor se adelantase, supuesto que tenía que recoger otras cargas en el camino; que le dejase dos Soldados, y un mozo, que él saldría después, y lo alcanzaría antes de llegar a la Frontera. Convenido en esto el citado Señor Gobernador, salió de Loreto con la Tropa el día 9 de Marzo, y habiendo llegado a mi Misión, me comunicó (aunque de paso) lo malo que estaba del pie y pierna el V. Padre Junípero, pues en el viaje que había hecho hacia el Sur se había empeorado mucho, como asimismo que creía se le había acancerado el pie, y dudaba que con este accidente pudiese hacer tan penoso y dilatado viaje. "Y no obstante de haberle hecho presente, el atraso que podía seguirse a la Expedición si en el camino se imposibilitaba, no he podido conseguir el que se quede, y que V. P. vaya. Su respuesta ha sido siempre que le he hablado del asunto: que espera en Dios le dará fuerzas para seguir hasta San Diego y Monterrey; que vaya yo por delante, que me alcanzará a la raya de la Gentilidad: Yo lo miro casi imposible; y así se lo escribo al Señor Visitador". Díjome que verificase yo lo mismo (como lo hice) y se fue caminando con la Tropa, hasta acercarse a los Gentiles; y en la Misión de San Ignacio se le agregó el Padre Fr. Miguel de la Campa, Ministro que era de ella, y estaba nombrado para subir a la Conquista.



El día 28 de Marzo, tercera fiesta de la Pascua de Resurrección, salió nuestro V. Padre de su Misión y Presidio de Loreto, después de haber celebrado con la devoción que acostumbraba la Semana Santa, y de dejar confesados todos los vecinos de la Misión y Presidio, y comulgados en cumplimiento del precepto de nuestra Santa Madre Iglesia, pues por estas atenciones no pudo ir con el Señor Gobernador; pero habiéndolas concluido en el último día de la Pascua, cantó la Misa, predicó al Pueblo, despidiéndose de todos hasta la eternidad, y partió de Loreto (como llevo dicho) sin más compañía que la de dos Soldados y un Mozo. Así llegó a mi Misión; pero viéndole la llaga e hinchazón del pie y pierna, no pude contener las lágrimas al considerar lo mucho que tenía que padecer en los ásperos y penosísimos caminos que eran conocidos hasta la Frontera, y los que se ignoraban, y descubrirían después, sin más Médico ni Cirujano que el divino, y sin mas resguardo el accidentado pie que la sandalia, sin usar jamás en cuantos caminos anduvo en la N. E. como en ambas Californias, zapatos, medias ni botas; disimulando y excusándose con decir, que le iba mejor con tener el pie y piernas desnudas.





Detúvose conmigo en la Misión el V. Padre tres días, y así por gozar de su amable compañía por el amor recíproco que nos profesábamos desde el año de 1740, en que me asignó la obediencia por uno de sus Discípulos de Filosofía, como también para tratar los puntos pertenecientes a la presidencia, por estar yo nombrado en la Patente de nuestro Colegio de Presidente por muerte o ausencia del V. Fr. Junípero; antes de hablar acerca de estos asuntos, le hice presente el estado en que se hallaba del pie y pierna, y que naturalmente era imposible pudiese hacer tan dilatado viaje; pudiéndose originar de esto que se desgraciase la Expedición, o por lo menos que se demorara; y que no ignoraba yo, me adelantaba en los deseos, de ir a la Conquista; pero no en las fuerzas y salud que lograba; y que en atención a esto tuviese a bien el quedarse, y que yo fuese.



Pero habiendo oido mi proposición, me respondió luego en estos términos: "No hablemos de eso: yo tengo puesta toda mi confianza en Dios, de cuya bondad espero me conceda llegar, no sólo a San Diego, para fijar y clavar en aquel Puerto el Estandarte de la Santa Cruz; sino también al de Monterrey." Me resigné, viendo que el fervoroso Prelado me excedía, y no poco, en la fe y confianza en Dios, por cuyo amor sacrificaba su vida en las aras de sus apostólicos afanes. Pasamos después a tratar de los demás asuntos, y concluidos salió de la Misión a continuar su viaje, aumentándoseme el dolor de la despedida, al ver que para subir y bajar de la mula en que iba, era necesario que dos hombres, levantándolo en peso, lo acomodasen en la silla. Y fue su última despedida el decirme: "A Dios hasta Monterrey, donde espero nos juntaremos, para trabajar en aquella Viña del Señor." "Mucho me alegré de esto; pero mi despedida fue hasta la eternidad;" y habiendo sido reprehendido amorosamente de mi poca fe, me dijo, que le había penetrado el corazón.



Fue subiendo de una Misión a otra, visitando a los Padres, consolándolos a todos, y pidiéndoles lo encomendasen a Dios. Hallábase este su Siervo distante de mi Misión cincuenta leguas, en la de Nrâ. Srâ. de Guadalupe, cuando recibí la respuesta del Señor Visitador general a la Carta que le había escrito, dándole noticia del estado del V. Padre, quien no había modo de quedarse, y que me parecía no podría seguir la Expedición; a la que me respondió (como que ya le había tratado en el Real de Santa Ana, y en el Puerto de la Paz, y conocido su grande espíritu) con esta expresión "Me alegro mucho vaya caminando con la Expedición el R. P. Junípero, y alabo su fe y gran confianza que tiene en que ha de mejorar, y que le ha de conceder Dios, el llegar a S. Diego: Esta misma confianza tengo yo" Y ciertamente, como después veremos, no le salió falsa. Con esta respuesta perdí yo la esperanza de ir con la Expedición; pero conformándome con la voluntad de Dios, proseguí pidiendo a su Majestad por la salud de mi venerado Padre, feliz éxito de las Expediciones.



Con mucho trabajo, no menor fatiga, y ningún alivio del penoso accidente, pudo alcanzar en el paraje de nuestra Señora de los Ángeles (Frontera de la Gentilidad) al Señor Gobernador y Padre Predicador Fr. Miguel de la Campa; y habiendo descansado allí tres días, siguieron juntos con la Tropa entre la Gentilidad, hasta llegar al paraje de Vellicatá, donde estaba parado el Real con todas las cargas, y entraron en el día 13 de Mayo.