Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
JUNIPERO SERRA Y LAS MISIONES DE CALIFORNIA

(C) José-Luis Anta Félez



Comentario

CAPITULO XV


Funda el V. Padre la primera Misión, que dedicó a San

Fernando, y sale con la Expedición para el Puerto de San

Diego.



Con motivo de la detención dé la Gente y Tropa de las Expediciones en el paraje nombrado de aquellos naturales Vellicatá, hubo lugar para que se explorase aquel terreno y todas sus cercanías, como también para que los Soldados hiciesen algunas casitas para resguardarse la temporada que duró la mansión; y asimismo una Capillita en que les dijo Misa el Padre Predicador Fr. Fermín Lazuén, cuando fue por la Cuaresma a confesar a la gente del primer trozo de la Expedición que queda ya citada; y habiendo llegado a aquel sitio el Señor Gobernador, y los Padres Presidente y Fr. Miguel de la Campa el día 13 de Mayo (como dije en el Capítulo antecedente) Vigilia de Pentecostés; les pareció que estaba acomodado para fundar allí una Misión, y más por haberles dicho lo mismo los Soldados, que habiendo estado en aquel paraje algunos meses con el ganado y caballada, habían registrado algunas leguas de su circuito. En esta atención, y que era muy conveniente para la comunicación desde San Diego a la antigua California, y que la Misión más inmediata a Vellicatá, era la de San Francisco de Borja, distante como sesenta leguas de tierra despoblada, estéril y falta de aguas, determinaron hacer el establecimiento en el citado sitio.



Convenidos en esto, y no pudiendo demorarse, por la precisión de marchar para San Diego, se dispuso que el siguiente día (14 de mayo) tan festivo, como que era el del Espirítu Santo, se tomase posesión del terreno en nombre de nuestro Católico Monarca, y que se diese principio a la Misión. Luego que vieron estas resoluciones los Soldados, Mozos y Arrieros, dieron mano a limpiar la pieza que había de servir de Iglesia interina, y a adornarla según la posiblidad que había: colgaron las campanas, y formaron una grande Cruz.



E1 día siguiente, 14 de mayo (como queda dicho) y primero de Pascua del Espirítu Santo, se dió principio a la fundación. Revistióse el V. Padre de Alba y Capa pluvial; bendijo Agua, y con ella el sitio y Capilla, e inmediatamente la Santa Cruz, la que habiendo sido adorada de todos, fue enarbolada y fijada en el frente de la Capilla. Nombro por Patrono de ella y de la Misión (al que lo es de nuestro Colegio) el Santo Rey de Castilla y León Señor San Fernando, y por Ministro de ella al Padre Predicador Fr. Miguel de la Campa Coz; y habiendo cantado la Misa primera, hizo una fervorosa Plática de la venida del Espíritu Santo, y establecimiento de la Misión. Concluido el Santo Sacrificio (que se celebró sin mas luces que de un cerillo, y otro pequeño cabo de vela, por no haber llegado las cargas en que venía la cera) cantó el Veni Creator Spiritus, supliendo la falta de Organo, y demás instrumentos músicos, los continuos tiros de la Tropa, que disparó durante la función; y el humo de la pólvora, al del incienso que no tenían.



Por la urgencia con que debía salir la Expedición, no logró el V. P. Fundador el gusto de ver en esta Misión primera Bautismo alguno, como lo tuvo por primicia en las otras diez que estableció; pero delante de Dios no perdería el mérito de los muchos Gentiles que a su Majestad se convirtieron; pues pasado el tiempo de cuatro años, y cuando se entregó aquella Misión a los RR. PP. Dominicos, había en ella 296 cristianos nuevos de todas edades, según consta del Padrón que entregué a los mismos Padres, y firmado por ellos se remitió al Excmô. Señor Virrey. Habiéndose mantenido allí nuestro V. Fr. Junípero tres días, quiso el Señor enseñarle una Cuadrilla de Gentiles que en breve tiempo recibieron el Sagrado Bautismo, causándole grande regocijo, como manifiesta en la siguiente expresión de su Diario, que no omito insertar, ya que no puede ir todo por lo muy volumosa que se haría esta Relación.



"Día 15 de Mayo, segundo día de Pascua, y de fundada la Misión, después de las dos Misas, que el padre Campa, y yo celebramos, tuve un gran consuelo, porque acabadas las dos Misas, estándome recogido dentro del jacalito de mi morada, me avisaron que venían, y ya cerca, Gentiles. Alabé al Señor, besé la tierra, dando a su Majestad gracias, de que después de tantos años de desearlos, me concedía ya verme entre ellos en su tierra. Salí prontamente, y me hallé con doce de ellos, todos varones, y grandes, a excepción de dos, que eran muchachos, el uno como de diez años, y el otro de diez y seis: vi lo que apenas acababa de creer, cuando lo leía, o me lo contaban, que es el andar enteramente desnudos, como Adán en el Paraíso, antes del pecado. Así iban, y así se nos presentaron; y los tratamos largo rato, sin que en todo él, con vernos a todos vestidos, se les conociese la mas mínima señal de rubor a estar de aquella manera desnudos. A todos, uno por uno, puse ambas manos sobre sus cabezas, en señal de cariño; les llené ambas manos de higos pasados, que luego comenzaron a comer; y recibimos, con muestras de apreciarles mucho, el regalo que nos presentaron, que fue una red de mescales tlatemados, y cuatro pescados, más que medianos y hermosos; aunque como los pobres no tuvieron la advertencia de destriparlos, y mucho menos de salarlos, dijo el Cocinero que ya no servían. El P. Campa también les regaló sus pasas: el Señor Gobernador les dió Tabaco en hoja: todos los Soldados los agasajaron y les dieron de comer; y yo con el Intérprete les hice saber que ya en aquel propio lugar se quedaba Padre de pie, el que allí veían, y se llamaba Padre Miguel: que viniesen ellos y demás gentes de sus conocidos a visitarlo, y que echasen la voz de que no había que tener miedo ni recelos que el Padre sería muy su amigo; y que aquellos Señores Soldados que allí quedaban junto con el Padre todos les harían mucho bien, y ningún perjuicio: Que ellos no hurtasen de las reses que iban por el campo; sino que en teniendo necesidad viniesen a pedir al Padre, y les daría siempre que pudiese. Estas razones y otras semejantes, parece que atendieron muy bien, y dieron muestras de asentirlas todos, de suerte que me pareció que no habían de tardar en dejarse coger en la red apostólica, y evangélica... Así fue, como después veremos: y el Señor Gobernador le dijo al que hacía de Capitán, que si hasta entonces no mas tenía este título, por el decir, o querer de sus gentes, que desde este día lo hacían Capitán, y con su poder, en nombre del Rey nuestro Señor.



Viendo el citado Señor que tan prontamente ocurrían Gentiles a aquella primera Misión, puso luego en ejecución la orden que tenía del Señor Visitador general para entregar al Padre de aquella Misión la quinta parte del ganado vacuno, cuya porción recibió el Padre Campa en nombre de sus futuros hijos, señalando aquellas reses para distinguirlas de las demás que quedaron allí pertenecientes a las Misiones de Monterrey, por parecerle así conveniente al Señor Gobernador, pues ignoraba el éxito de las Expediciones. Dejó asimismo al citado padre cuarenta fanegas de Maíz, un tercio de Harina, y otro de pan bizcochado, chocolate, higos y pasas, para tener con qué regalar a los Gentiles para atraerlos; te dejó de resguardo una escolta de Soldados con su Cabo; y el mismo día 15 por la tarde salió la Expedición, aunque anduvo solas tres leguas.



En los tres días que se mantuvo en Vellicatá no sintió nuestro V. Padre novedad alguna en el pie; desde luego que la alegría y divertimiento con la citada fundación le harían olvidar los dolores; pero no fue así, pues luego en la primera jornada de tres leguas, se le inflamó de tal suerte el pie y pierna, que parecía estar acancerado; y entonces eran con tanta vehemencia, que no lo dejaban sosegar; pero no obstante, sin decir nada anduvo otra jornada, también de tres leguas, hasta llegar al paraje nombrado San Juan de Dios. Allí se sintió ya tan agravado del accidente, que no pudiendo mantenerse en pie, ni estar sentado, hubo de postrarse en la cama, padeciendo los dolores con tanta fuerza, que le imposibilitaban el dormir.



Viéndolo de esta suerte el Señor Gobernador, le dijo: "Padre Presidente, ya ve V. R. cómo se halla incapaz de seguir con la Expedición: estamos distantes de donde salimos sólo seis leguas; si V. R. quiere, lo llevarán a la primera Misión, para que allí restablezca, y nosotros seguiremos nuestro viaje". Pero nuestro V. Padre, que jamás desmayó en su esperanza, le respondió de esta manera: "No hable Vm. de esto, porque yo confío en Dios, me ha de dar fuerzas para llegar a San Diego, como me las ha dado para venir hasta aquí; y en caso de no convenir, me conformo con su santísima voluntad. Mas que me muera en el camino, no vuelvo atrás, a bien que me enterrarán y quedaré gustoso entre los Gentiles, si es la voluntad de Dios."



Considerando el citado Señor Gobernador la firme resolución del V. Padre, y que ni a caballo ni a pie podía seguir, mandó hacer un tapestle en forma de parigüela o féretro de difuntos (formado de varas) para que acostado allí, lo llevasen cargado los Indios Neófitos de la California, que iban con la expedición para Gastadores y demás oficios que se ofreciesen. Al oir esto el V. Padre se contristó mucho, considerando (como prudente y humilde) el trabajo tan grande que se originaba a aquellos pobres en cargarlo. Con esta pena, recogido en su interior, pidió a Dios, le diese alguna mejoría, parta evitar la molestia que se seguía a los Indios, si lo conducían de este modo; y avivando su fe y confianza en Dios, llamó aquella tarde al Arriero Juan Antonio Coronel, y le dijo: "Hijo, ¿no sabrás hacerme un remedio para la llaga de mi pie y pierna?" Pero él le respondió: "Padre, ¿qué remedio tengo yo de saber? ¿que acaso soy Cirujano? Yo soy Arriero, y solo he curado las mataduras de las bestias". "Pues hijo: haz cuenta que yo soy una bestia, y que esta llaga es una matadura, de que ha resultado la hinchazón de la pierna, y los dolores tan grandes que siento, que no me dejan parar ni dormir; y hazme el mismo medicamento que aplicarías a una bestia". Sonriéndose el Arriero, y todos los que lo oyeron, le respondió: "Lo haré, Padre, por darle gusto". Y trayendo un poco de sebo, lo machacó entre dos piedras, mezclándole las hierbas del campo que halló a mano; y habiéndolo frito, le untó el pie y pierna, dejándole puesto en la llaga un emplasto de ambas materias. Obró Dios de tal suerte, que (como me escribió su Siervo desde San Diego) se quedó dormido aquella noche hasta el amanecer, que despertó tan aliviado de sus dolores y llaga, que se levantó a rezar Maitines y Prima, como lo tenía de costumbre; y concluido el rezo dijo Misa, como si no hubiera padecido tal accidente. Quedaron admirados así el Señor Gobernador como los demás de la Tropa al ver en el V. Padre tan repentina salud y alientos, que para seguir la Expedición tenía, sin que por su causa hubiese la más mínima demora.



Continuó la Expedición su camino, siguiendo el rastro de los Exploradores, que era el mismo que había andado tres años antes el padre Wenceslao Link (según dijeron los Soldados que lo acompañaron en la expedición al Río Colorado) hasta un lugar que el citado Padre nombró la Cieneguilla, distante de la nueva Misión de San Fernando en Vellicatá veinte y cinco leguas al rumbo del Norte. Del citado sitio seguía el rastro de dicha Expedición, hacia el mismo viento, buscando el desemboque del Río Colorado, a donde no pudo llegar, porque (como dice en su Diario que formó y remitió al Exemô. Señor Virrey) a pocos días de haber salido de la Cieneguilla, encontraron con una grande Sierra, toda de piedra, donde por imposibilitadas las bestias, no pudieron seguir, y se vieron obligados a retroceder hasta la Misión frontera nombrada San Borja, de donde había salido la citada Expedición.



De todo esto eran sabedores los de la nuestra, así por las noticias que daban algunos Soldados que iban en ella, y habían acompañado al Dicho Padre jesuita, como por las que ministraba el diario de éste, que tenía nuestro V. Fr. Junípero. Y como quiera que nuestras Expediciones no se encaminaban al Río Colorado, sino al Puerto de San Diego, dejaron el rumbo del Norte desde la Cieneguilla, y tomaron el del Noroeste, declinándose a la Costa del mar grande, o Pacífico; con lo cual lograron hallar el deseado Puerto de San Diego, a donde arribaron el día 1 de Julio, habiendo gastado en el viaje desde la Misión de San Fernando cuarenta y seis días.



Cuando los individuos de esta Expedición divisaron aquel Puerto, desde luego parece se llenó a todos el corazón de alegría, según las demostraciones que hizo la Tropa en continuos tiros, a los cuales correspondió la del primer trozo que había llegado allí, el mismo día que en Vellicatá se celebró la fundación de la primera Misión nombrada S. Fernando. Asimismo acompañaron la salva los dos Barcos que estaban ya fondeados en el mismo Puerto, la cual duró hasta que apeándose todos, pararon a significarse su recíproco cariño con estrechos abrazos, y finos parabienes, de verse todas las Expediciones juntas, y ya en su anhelado destino.



Las funciones que en aquel Puerto practicaron después de su llegada a él, así el Señor Gobernador (principal jefe y Comandante) como el R. P. Presidente, se verán en el siguiente Capítulo; el cual ocupará la Carta que a su llegada me escribió mi venerado P. Lector Fr. Junípero, en que me da noticia de su viaje, y del de los demás, con las providencias y determinaciones de los Señores Comandantes de mar y tierra.