Comentario
CAPITULO XXXIX
Continúan las Apostólicas tareas del V. P. Presidente
después de llegado a su Misión de S. Carlos.
A los pocos días de haber llegado el V. P. Presidente a su misión de San Carlos, que fue a mediados de Mayo de 1774, entró en el Presidio de Monterrey el nuevo Comandante Don Fernando de Rivera y Moncada, Capitán de Tropa de Cuera, que venía a remudar a D. Pedro Faxes, Capitán graduado, y Teniente de los Voluntarios de Cataluña, como se había determinado en Junta de Guerra y Real Hacienda, por ser la Tropa de Cuera más al propósito para la reducción de Gentiles, que la Tropa de a pie, y venían subiendo las Reclutas que traía de Sinaloa el dicho Señor Capitán Rivera. Luego que el fervoroso P. Presidente se vio desahogado con la salida de la Fragata para la primera Expedición, y el Príncipe (que habiendo llegado el día que salió la Fragata, y hecha la descarga, bajó a San Diego a dejar la carga que allí pertenecía) hallándose ya el V. Padre sin los estorbos de antes con abundancia de víveres y ropas, tendió la red entre los Gentiles, convidándolos a la Doctrina: fueron tantos los que concurrieron, que todos los días tenía una grande rueda de Catecúmenos, a quienes con la ayuda del Intérprete instruía en la Doctrina y misterios necesarios, en cuyo santo ejercicio empleaba una gran parte del día; y así como iban quedando instruidos los bautizaba, y en breve fue en gran manera aumentando el número de Cristianos; al paso que se bautizaban ocurrían otros pidiendo instrucción.
No quedaba sosegado con esto el ardiente celo de nuestro V. Fr. Junípero, ni con saber que se practicaba lo mismo en las otras cuatro Misiones, sino que se extendían sus anhelos a la fundación de otras, respecto a la abundancia de Ministros que habiendo subido de la antigua California, estábamos como ociosos; y aunque veía que el nuevo Reglamento disponía, que se suspendiesen por entonces nuevas fundaciones hasta tanto que se verificase aumento de Tropa; pero facilitaba sus designios la prevención que se hace en el mismo Reglamento: "Salvo que se juzgase poderse fundar una o dos Misiones minorando las Escoltas de las Misiones más inmediatas a los Presidios, juntos con algunos de Presidio que no hiciesen notable falta".
En atención a esta puerta que deja abierta el Reglamento, intentó fundar una Misión, a lo menos en el intermedio de San Diego y San Gabriel, bajo la advocación de San Juan Capistrano. Trató este punto el V. Padre con el nuevo Comandante Don Fernando Rivera, quien conviniendo en ello, señaló para Escolta cuatro Soldados de la de los Presidios, y dos de las Misiones inmediatas a ellos San Carlos y San Diego; y el V. Fr. Junípero nombró para Ministros de ella a dos de los que habíamos subido de la California antigua, de cuya determinación dieron cuenta a S. E. quien a más de aprobarla, quedó complacido de ella, según lo manifiesta en las expresiones de su siguiente Carta.
"Después de los acuerdos tenidos con el Comandante de esos Establecimientos D. Fernando Rivera y Moncada, que V. R. refiere en Carta de 17 de Agosto del año próximo antecedente, me da V. R. la gustosa noticia de quedar resuelta además de las dos Misiones del Puerto de S. Francisco, otra con el título de San Juan Capistrano entre San Diego y San Gabriel, para la cual quedaban nombrados los Padres Fr. Fermín Francisco Lazuén, y Fr. Gregorio Amurrio, a quienes se dio la Escolta necesaria, y franqueó cuanto contiene la Memoria, de que V. R. me saca copia."
"Todas estas noticias acrecientan mi gusto, y hacen patente el infatigable desvelo con que V. R. se dedica a la felicidad de esos Establecimientos. Dios protege visiblemente tan buen servicio, y las intenciones con que el Rey eroga estos gastos, pues al paso que se aumentan las Misiones y crece el número de Neófitos, va la tierra dispensándoles copiosas cosechas de frutos para su alimento, y serán mayores las sucesivas, según lo que V. R. manifiesta en su citada Carta, con la que quedo muy complacido. Dios guarde etc."
Luego que se resolvió hacer la nueva fundación, salieron de Monterrey los dos Misioneros nombrados con los avíos y Escolta que se destinó, y llegados a la Misión de San Gabriel, quedó en ella el P. Fr. Gregorio Amurrio con el fin de disponer lo demás para estar pronto al primer aviso; y el P. Fr. Fermín Lazuén pasó a San Diego, para salir con el Teniente Comandante de aquel Presidio a hacer el registro, y habiéndolo verificado y hallado sitio al propósito para el establecimiento, se regresaron al Presidio a disponer todo lo necesario para pasar de una vez a establecerse.
Salieron de San Diego a fines de octubre el citado Padre Lazuén, el Teniente, Sargento y Soldados necesarios, y llegando al sitio formaron una enramada y una grande Cruz, que bendita y adorada de todos, enarbolaron, y en el Altar que se dispuso dijo el P. Lazuén la primera Misa. El día 30 de octubre, octava de San Juan Capistrano Patrono de la nueva Misión, concurrieron muchos Gentiles, manifestando alegrarse mucho con la nueva vecindad, pues muy oficiosos ayudaron a cortar madera, y a acarrearla para la Fábrica de Capilla y Casa.
Cuando estaban en estas faenas parando ya los palos para la Fábrica, llegó a los ocho días de principiada la Misión el P. Fr. Gregorio Amurrio con todos los avíos, que por el aviso que le enviaron, salió de San Gabriel; y cuando muy alegres pensaban prontamente poner en corriente la Misión por la alegría que veían en los naturales de aquel lugar, les llegó el mismo día un Correo de San Diego con la triste noticia de haber los Gentiles pegado fuego a la Misión, y quitado la vida a uno de sus Ministros. Luego que recibió el Teniente la noticia, subió a caballo, y lo mismo el Sargento y parte de los Soldados, y a toda prisa se puso en el Presidio de San Diego; y habiendo suplicado a los Padres hiciesen lo mismo con parte de los Soldados que dejó para este fin, pararon la fábrica, enterraron las campanas, y con todo lo demás de carga se encaminaron para el Presidio de San Diego, en donde hallaron la novedad que referiré en el Capítulo siguiente, que es según y como lo escribieron los Padres, y conforme a las declaraciones que hicieron los Indios, así Cristianos como Gentiles ante el Comandante del Presidio.