Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
JUNIPERO SERRA Y LAS MISIONES DE CALIFORNIA

(C) José-Luis Anta Félez



Comentario

CAPITULO XLI


Llega a Monterrey la funesta noticia de San Diego, y lo que

en su vista se practicó.



Llegó a Monterrey el Correo de San Diego con la noticia del martirio del V. Padre Fr. Luis Jayme y del incendio de la Misión, y en cuanto el Comandante Rivera recibió las Cartas, que fue a entrada de noche del día 13 de diciembre, enterado de lo sucedido, fue en persona a la Misión de San





Carlos (en donde me hallaba) a dar la noticia y las Cartas de los Padres que se hallaban en San Diego al R. P. Presidente, quien en cuanto oyó la novedad prorrumpió con estas palabras: Gracias a Dios ya se regó aquella tierra: ahora sí se conseguirá la reducción de los Dieguinos. Mañana (prosiguió su Reverencia) haremos las honras al difunto Padre: convido a Vm. y a la gente del Presidio; a lo que respondió no podía asistir porque iba a disponer su salida para San Diego; y diciéndole el Padre que también él intentaba bajar a San Diego, le respondió que no podía ser el bajar juntos, por la mucha prisa que llevaba, por lo que importaba su presencia cuanto antes en San Diego para la seguridad de aquel Presidio, hacer averiguaciones, y dar cuenta a su Excâ. que en breve saldría otra partida de Soldados para San Diego, y que con ellos podría bajar más despacio S. R. Con esto se despidió y retiró para el Presidio.



El siguiente día dispuso el V. P. Presidente hacer las honras al difunto Padre, las que hicimos con Vigilia y Misa cantada con asistencia de seis Sacerdotes, el V. P. Presidente con su Padre Compañero, y los cuatro que estábamos para las fundaciones de este Puerto de N. P. San Francisco, a las que asistieron todos los Neófitos de la Misión y la Tropa de la Escolta; aunque al juicio de todos los que conocimos al V. Padre difunto, que lo tratamos, y experimentamos su religioso porte y fervoroso celo de la salvación de las almas, no necesitaría rogásemos a Dios, sino que mejor podríamos pedirle rogase a Dios por nosotros, pues piamente creíamos que su alma iría en derechura a recibir la corona de la Gloria que tenía merecida por sus virtudes, y laboriosa vida, anhelando por la conversión de todo aquel Gentilismo. No obstante, por ser inexcrutables los juicios de Dios, dispuso el V. Padre Presidente que le aplicase cada uno de los Misioneros las veinte Misas del Concordato hecho por los Misioneros de estas Conquistas.



Ya que veía el V. Prelado que no podía prontamente bajar a San Diego, escribió a los Padres lo que debían practicar mientras bajaba S. R. Escribió al R. P. Guardián dándole noticia de lo sucedido con las mismas Cartas que recibió de los Padres de San Juan Capistrano, y de la de San Diego, que quedó con vida. Asimismo escribió al Exmô. Señor Virrey comunicándole la noticia, añadiéndole, que no por lo sucedido decaerían de ánimo los Misioneros; antes bien los animaba envidiando la dichosa muerte que había logrado el dichoso V. Hermano y Compañero el P. Fr. Luis Jayme.



Que sólo sentía S. R. las resultas de dicho acaecimiento así de los castigos que tal vez se intentarían con los pobres e ignorantes Indios que hubiesen concurrido al hecho, como también el que se dilatase el volver a poner la Misión de San Diego en el propio sitio, e igualmente sentiría se difiriese la fundación de San Juan Capistrano; pero que esperaba de su experimentada clemencia que usaría de misericordia con los Indios Dieguinos que hubiesen concurrido a la muerte del difunto Padre, que no dudaba fuese influjo del infernal enemigo, y por falta de conocimiento; que juzgaba conduciría mucho el usar de misericordia para atraerlos a nuestra Religión Católica tan piadosa y benigna.



Y que igualmente confiaba en el fervoroso y Católico celo de S. Excâ. que tomaría con más fervor la reedificación de la incendiada Misión, y la fundación de la de San Capistrano, para que el enemigo no saliese con sus infernales intentos. Que lo dicho se podría conseguir, y evitar semejantes atrasos, aumentando las Escoltas de las Misiones; que viendo los Indios más fuerzas para la defensa, se contendrían, y se conseguiría con toda paz el intentado fin de su reducción, y eterna salvación de sus almas. Estas Cartas remitió S. R. al Presidio, suplicando al Comandante que desde San Diego las despachase con sus pliegos a México, ínterin lograba el bajar a San Diego, que mucho lo deseaba.



Salió de Monterrey el Comandante Rivera con Tropa el día 16 de diciembre, visitando de paso las dos Misiones de San Antonio y San Luis; y aunque en ellas no halló novedad en los Indios, añadió en cada una un Soldado más de Escolta por lo que podía suceder; y siguiendo su viaje llegó a la de San Gabriel día 3 de enero de 1776.



Quiso nuestro Dios y Señor de los Ejércitos, que el día siguiente 4 de enero llegase a aquella Misión el Teniente Coronel D. Juan Bautista de Anza, que venía de Sonora de orden de S. Excâ. cruzando el Río Colorado, conduciendo la Tropa y Familias para poblar el Puerto de N. P. San Francisco, (de que hablaré después) con cuya llegada se vio el Comandante Rivera con el socorro de cuarenta Soldados con un Oficial Teniente Capitán, y el Comandante de la Expedición del Señor Anza. Trataron los dos Comandantes de lo sucedido en San Diego, y resolvieron de pasar ambos con la Tropa (dejando en San Gabriel el Teniente con algunos Soldados y todos los Pobladores agregados y Arrieros con las Recuas) a San Diego a pacificar, y a prender las cabecillas. Así lo practicaron; y desde allí dieron cuenta a S. Excâ. con cuyos pliegos fueron las Cartas del V. P. Presidente. Y viendo que no había necesidad de la Tropa, determinaron los Comandantes el que siguiese la Expedición para Monterrey, y que solo quedasen doce Soldados de los venidos de Sonora; para subir después con el Comandante Rivera, y con todos los demás soldados se volvió el Señor Anza para San Gabriel, y de allí subió para Monterrey, como diré con más extensión en su lugar. Interin paso a referir (adelantando la noticia por el hilo de la Historia) las eficaces providencias que dio el Exmô. Señor Virrey en cuanto recibió la noticia de lo acaecido en San Diego.



En cuanto S. Excâ. recibió las Cartas de los Comandantes, que le escribieron de San Diego lo sucedido en la Misión, y obrado por ellos, echó menos la Carta del R. Padre Presidente; pero lo atribuía a la distancia de ciento setenta leguas que se hallaba S. R. de San Diego, de donde salió el Correo, aunque después vio no había sido la causa sino el haberse adelantado unos días a la Carta del V. P. Presidente, que tenía la fecha dos meses antes que las de los Comandantes; pero no obstante que dicho Exmô. Señor no había recibido dicha Carta, le escribió una Consolatoria con la noticia de las providencias que tenía dadas, de cuya original saco ésta.



COPIA



"No puedo expresar a V. R. el sentimiento con que me dejan los tristes sucesos de la Misión de San Diego y la trágica muerte del Padre Mtro. Fr. Luis Jayme, de que me han dado cuenta desde aquel Presidio el Comandante Don Fernando Rivera y Moncada, y el Teniente Coronel Don Juan Bautista de Anza, los cuales hubieran sido mayores acaso, a no haber acaecido la oportuna llegada a San Gabriel de este oficial con las Familias destinadas para Monterrey.



Las disposiciones que estos Oficiales dieron entonces así para el seguro de San Diego, como para la de San Gabriel y San Luis fueron prudentes, y las que debían dictarse con respecto a los daños futuros, y así se lo manifiesto al Comandante Moncada. Este me da noticia de la aprehensión de algunos de los sindicados en la maldad, y me hace confiar de volverlo a dejar todo pacífico con el escarmiento de los mas agresores, de que ya había cogido alguno. Yo lo espero así; pero como este atentado me hace conocer lo poco que puede fiarse de los Indios catequizados, cuanto más de los Gentiles, cuando unos y otros se unen a cometer daños; he dado orden a D. Felipe Neve, Gobernador de la Península, reclute en ella si fuere posible, veinte y cinco Hombres que pide D. Fernando de Rivera, para reforzar las Tropas de su cargo, que los remita luego armados.



El arribo de los Paquebotes el Príncipe y San Carlos, que navegan a esos destinos desde el día 10 de este mes, no podrán menos que contribuir al sosiego y tranquilidad de los Naturales, al paso que faciliten la ocupación del Puerto de San Francisco; y como de ellos querrán acaso quedarse algunos individuos con plazas de Soldados, he dispuesto también se les asiente con destino a reforzar el Presidio de San Diego; y para que no lo impidan los respectivos Comandantes, acompañó a Don Fernando Rivera Carta credencial, en cuya vista se presentarán con gusto ambos Oficiales a este servicio.



Además de lo dicho debe el Comisario de San Blas Don Francisco Hijosa hacer diligencia en aquellas inmediaciones de otras Reclutas, y si los consigue, han de remitirse habilitados de armas y lo necesario al citado Gobernador Neve en la misma Lancha que lleva estos pliegos para que por sí disponga los auxilios que le prevengo.



Yo no me olvido sin embargo de otros que se presenten oportunos, y quedo en dar al efecto cuantas disposiciones convengan; y en este supuesto espero que V. R. ofreciendo a Dios la desgracia, en nada altere su Apostólico celo, antes bien confíe de ver mejorada por ella la constitución de estos Establecimientos, a que no dudo contribuirá V. R. animando a los demás Padres a no temer los riesgos con presencia de la Tropa que se aumenta. =Dios guarde a V. R. muchos años. =México 26 de marzo de 1776. E1 Baylio Frey D. Antonio Bucareli y Ursua =R. P. Fr. Junípero Serra."



A los ocho días de haber escrito S. Excâ. la antecedente Carta, recibió la del R. P. Presidente, que dije al principio, le sirvió de gran consuelo a S. Excâ. y luego le respondió concediéndole cuanto pedía, como se ve en el contenido que dice:



Copia de la Carta del Señor Virrey



"En fecha de 26 de Marzo anterior manifesté a V. R. (sin presencia de su Carta de 15 de diciembre último, que ha entregado después el R. P. Guardián de este Colegio Apostólico) el sentimiento grande que me había inferido el triste desgraciado suceso de la Misión de San Diego, y las disposiciones que por de al pronto dicté para ocurrir al remedio posible de los daños que pudieran subseguirse de no reforzar con Tropa aquel Presidio y Misiones: y ahora con vista de ella y de las prudentes cristianas reflexiones que V. R. expone, inclinándose a que conviene más tratar de atraer los Neófitos revelados que de castigarlos, contesto a V. R. que así lo he dispuesto, mandando en esta propia fecha al Comandante D. Fernando Rivera y Moncada que lo practique, atendiendo a que es el medio mas oportuno a la pacificación y tranquilidad de los ánimos, y acaso también a que se reduzcan los Gentiles vecinos, viendo que experimentan afabilidad y buen trato, cuando por su exceso no dudaran ver el castigo y la desolación de sus Rancherías.



Prevengo también a ese Jefe que el principal objeto del día es el restablecimiento de la Misión de San Diego, y la nueva fundación de San Juan Capistrano: aquella en su propio paraje de su situación, y ésta en el que se había ya proyectado antes del indicado suceso: en el concepto de que los veinte y cinco hombres mandados reclutar en la antigua California con destino a la mejor custodia de aquellos Establecimientos, deben servir para refuerzo del Presidio, y para que según lo gradúe oportuno en la actual constitución, ponga competente Escolta en las dos citadas Misiones de San Diego y San Capistrano, ínterin que restituido el Teniente Coronel D. Juan Bautista de Anza, y que me lleguen nuevos avisos, se dan las demás disposiciones convenientes.



De todo lo cual hago partícipe a V. R. para satisfacción y consuelo, esperando que a impulsos del Apostólico celo que le anima por el bien de esas reducciones, contribuirá V. R. a hacer efectivas mis providencias; seguro de que estoy dispuesto a franquear por mi parte cuantos auxilios sean posibles, porque hasta ahora se han continuado en esas distancias con tanto fruto y ventajas. Dios guarde a V. R. muchos años. =México 3 de abril de 1776. =El Baylo Frey D. Antonio Bucareli y Ursua. =P. Fr. Junípero Serra."



Si estas dos Cartas las hubiese recibido el V. P. Junípero luego de escritas, no habría tenido tanto que padecer, como veremos en el siguiente Capítulo, pues la mucha distancia, e indispensable demora le sirvieron de un prolongado e incruento martirio.