Comentario
CAPITULO LIX
Solemne Entierro que se le hizo al Venerable Padre Junípero.
La cortedad de la tierra, y de la Gente que la puebla no daban lugar a hacer al bendito Cadáver del V. P. Junípero aquel entierro, y honras con la pompa que le merecían sus heroicas virtudes, por reducirse sólo a la Tropa del Presidio, distante como una legua de la Misión, y de la Escolta de ésta, como también de los Neófitos de que se compone el Pueblo de la Misión, que son como seiscientas personas de todas las edades. También era difícil la asistencia de muchos Sacerdotes, porque no habiendo en los Presidios Capellanes, y en las Misiones sólo dos Misioneros en cada una y tan distantes entre sí, es natural que en el entierro de alguno de los Misioneros no asista otro que el Compañero que queda en vida, y que no haya más concurso de Gente que los Indios Neófitos, y la Escolta de un Cabo con cinco Soldados.
Pero quiso Dios honrar a su fiel Siervo (que tanto había trabajado para formar Pueblos que alabasen al Señor, y que igualmente había huido de todo lo que era honra) el que muriese en ocasión que estuviese fondeado en el Puerto de Monterrey el Barco, que sólo en dicho corto tiempo que se detiene una vez al año a dejar la carga logramos concurso de gente Española: con lo que se logró para el entierro el concurso de la Gente de mar y del Real Presidio, como también la de cuatro Sacerdotes, y cinco para las Honras, de que hablaré después.
Fue el Entierro el día inmediato después de su muerte, que fue el día Domingo 29 de agosto. La mañana del dicho día llegó al Presidio el P. Fr. Buenaventura Sitjar Ministro de la Misión de San Antonio, distante veinte y cinco leguas de Monterrey, quien en cuanto recibió mi Carta, que queda expresada en su lugar, despachándola para San Luis, distante otras veinte y cinco leguas, se puso en camino sin pérdida de tiempo, y no pudo alcanzarlo vivo; y sabiendo en el Presidio que la tarde antecedente había fallecido el V. Prelado, se detuvo en él a decir Misa, y concluída se fue para la Misión con el Señor Ayudante Inspector de ambas Californias, (ausente el Señor Gobernador) como también fue el Comandante del Presidio cuasi con toda la Tropa, dejando la muy precisa Guardia en el Real Presidio.
Poco después llegó el Señor Capitán y Comandante del Paquebot con el P. Capellán, y con los oficiales de mar, y toda la Tripulación dejando a bordo la muy precisa para custodiar el Barco, como también para que con la Artillería de a bordo se le hiciese al V. P. difunto los honores, disparando de media a media hora un Cañón, al que correspondía con otro el Presidio (en cuyo ejercicio estuvieron todo el día) cuyos tiros con el funesto doble de las campanas enternecían los corazones de todos.
Junta toda la Gente en la Iglesia, que siendo bastante grande se llenó, cantóse una Vigilia con toda la solemnidad posible, e inmediatamente canté la Misa, asistiendo los Señores con velas encendidas, y se concluyó con un Responso cantado, y se dejó la función del Entierro para la tarde, quedando el gentío en la Misión, empleándose en visitar al difunto, rezándole, y tocándole Rosarios y Medallas a su bendito Cadáver: continuando las campanas con el funesto doble, y la Artillería de mar y tierra con sus tiros, como si fuera algún General.
A las cuatro de la tarde se hizo señal con las campanas, y se volvió a juntar toda la gente en la Iglesia: se formó la Procesión con cruz y ciriales, componiéndose toda la gente de Indios Neófitos, Marineros, Soldados y Oficiales, éstos con velas, en dos filas, y la capa con Ministros, los mismos de la mañana: y después de cantado un Responso cargaron al V. Difunto, remudándose a tramos, porque todos los Señores así de mar, como de tierra querían lograr la dicha de haberlo cargado sobre sus hombros. Diose vuelta por toda la Plaza, que es bastante capaz: hiciéronse cuatro posas o paradas, y en cada una se cantó un Responso.
Llegados a la iglesia fue colocado sobre la misma mesa al pie de las gradas del Presbiterio: se pasó al entiero, cantando las Laudes con toda solemnidad, según el Manual de la Orden: fue sepultado en el Presbiterio al lado del Evangelio, y se concluyó la función con un Responso cantado, aunque las lágrimas, suspiros y clamores de los asistentes tapaban las voces de los Cantores. Lloraban los hijos la muerte de su Padre, que habiendo dejado a sus ancianos Padres en su Patria, había venido de tan lejos, sólo con el fin de hacerlos sus hijos, e hijos de Dios por medio del Santo Bautismo. Lloraban las ovejas la muerte de su Pastor, que había trabajado tanto para ciarles el pasto espiritual, y los había libertado de las uñas del Lobo infernal; y finalmente los Súbditos por la falta de su Prelado, tan docto, tan prudente, afable, laborioso y ejemplar, conociendo la grande falta que hacía para el adelantamiento de estas espirituales Conquistas.
Acabada la función se me amontonó toda la gente, pidiéndome alguna cosita de las que hubiese usado el Padre; y como eran tan pocas las que el V. Padre tenía de su uso, no era fácil contentar a todos. Para evitar el tropel de la gente que pedía, saqué la Túnica interior que había usado el Padre (aunque a lo último no la usaba, pues como ya dije murió con sólo el Hábito) y la entregué al Comandante del Paquebot, para que la repartiese entre la Gente de mar, a fin de que hiciesen unos Escapularios, que los trajesen a bendecir el día 5 de septiembre, que para este día, como séptimo de la muerte, se harían las Honras al Padre difunto, con lo que quedaron contentos; y a la Tropa, y a otros particulares repartí los paños menores, haciendo tiras de ellos, como también dos pañitos de narices.
El uno de ellos heredó el Médico o Cirujano Real Don Juan García, así por lo que le había asistido, como por el antiguo conocimiento y particular afecto que tenía al Difunto. A los pocos días que volvió a la Misión me dio las gracias del pañito, diciéndome: con el pañito espero hacer mas curas que con mis libros y Botica: tenía en la Enfermería, dijo, un Marinero muy malo de unos fuertes dolores de cabeza, que no le dejaban sosegar; me dije de medicamentos, y le amarré el pañito, quedó se dormido, y amaneció sano y bueno. Espero, dijo, que el pañito ha de hacer irás que la Botica general. Tal era el concepto que tenía hecho del V. Padre Junípero.
No era menor el que tenía de sus virtudes el P. Predicador Fr. Antonio Paterna, que le conocía desde el año de 50 que vino de España en la misma Misión, aunque en el segundo trozo; estuvo machos años en las Misiones de la Sierra Gorda al mismo tiempo que allí estaba el V. P. Presidente, y desde el año de 71 en estas Misiones, y actualmente se halla de Ministro de la Misión de San Luis, a quien escribí, como ya queda dicho, el aviso de hallarse enfermo el R. P. Presidente, que lo deseaba ver antes de morir. En cuanto recibió mi Carta se puso en camino apresuradamente con los deseos de alcanzarlo vivo; pero por mucha prisa que se dio caminando todo el día, y parte de la noche, no pudo llegar a tiempo, ni aún para el Entierro, pues llegó a los tres días de haber muerto, y sólo pudo asistir a las Honras, corno diré en el Capítulo siguiente.
De la fatiga del camino en un Religoso de sesenta años de edad, que caminó la mayor parte malo, y muy caluroso en el mes de agosto, que hacen excesivos calores en la Sierra de Santa Lucía, le resultó a los pocos días de su llegada un grande y grave accidente que nos puso a todos en cuidado, como también al Cirujano Real, que dijo ser dolor cólico; hizo el Médico su oficio, y diciendo era cosa de cuidado, se dispuso el Padre para morir, pensando seguiría al V. P. Presidente. Viéndole fatigado de los dolores, le dije: ¿Padre, quiere ceñirse con el cilicio de cerdas de nuestro P. Presidente Fr. Junípero? tal vez querrá Dios aliviarlo: sí, Padre, me respondió, tráigamelo: ciñóse con él, y en breve sintió alivio, de modo que ya suspendí el darle el Viático: se fue mejorando, y en breve se recuperó, y se puso sano y bueno, de suerte, que cuando salí de aquella Misión para ésta, ya decía Misa.
El referir estos casos, no es porque intente publicarlos por milagros, ni es mi ánimo que como a tales los tengan, pues puede haber sido el efecto natural, o casualidad, y a mí no me toca el indagarlo, ni examinarlo, sino repetir la Protesta del principio: que así en este particular, como en todo lo que llevo escrito en esta relación histórica, y demás que dijere, me conformo con el Breve de la Santidad del Señor Urbano VIII, expedido en 5 de junio de 1631, y con los demás Decretos Pontificios. Sólo he referido dichos casos en prueba de la grande opinión en que estaban las virtudes del R. P. Junípero, y su vicia ejemplar en toda clase de gentes, que lo habían tratado y comunicado de muchos años: cuya fama y pública voz de sus virtudes les hacía codiciar alguna cosita que hubiese usado el Padre; como también los atraía a asistir a honrarlo después de muerto, como se verá en el siguiente Capítulo.