Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LAS MISIONES DE PARAGUAY



Comentario

CAPÍTULO III
Principios de las misiones del Paraguay

Habiendo reducido a la obediencia del Rey los primeros españoles todas las naciones de indios infieles del río Paraguay y parte de las del Paraná a fuerza de armas; no alcanzó su valor a sujetar las del Guayrá, ni las del Paraná abajo. Las primeras estaban encima del gran Salto del Paraná en su banda oriental. Las segundas, hacia la junta que hacen los dos ríos Paraná y Paraguay: y estando sin esta sujeción, estaban consiguientemente sin sujeción al Rey del cielo. Dos Jesuitas, deseosos de ganar para Dios aquellas pobres almas, salieron del Paraguay hacia el año 1610, y con grandes peligros de la vida entraron en las del Paraná abajo.

Casi al mismo tiempo entraron dos Jesuitas a las del Salto, sin más escolta ni más armas, entre gente tan feroz, que una cruz en la mano, que servía de báculo. Unas y otras naciones tenían y tienen en los escritos el nombre de GUARANÍES, y son de una lengua, aunque los españoles y portugueses han dado en llamarlos TAPES, por la equivocación de la nación del TAPE. Vulgarmente son entendidos por las MISIONES DEL PARAGUAY esas naciones y las demás que después se les juntaron, y componen treinta grandes pueblos: y por eso en el mapa les doy este título, y en esta relación.

Hallaron los Misioneros unos indios los más bárbaros, sangrientos e incultos del mundo. No tenían pueblos en forma, sino algunos aduares de cabañas de paja debajo de algún cacique, a quien daban alguna obediencia. No sembraban sino una cosa corta, que les duraba pocos días. Vivían de caza y de la pesca. Andaban casi del todo desnudos: tenían continuas guerras unos caciques contra otros. A los que mataban, luego los asaban y se los comían. A los prisioneros engordaban primero como a cebones, y después los mataban y hacían banquetes de sus carnes. Sus vicios dominantes eran la lascivia y lujuria de bestias, la embriaguez, la venganza y la hechicería.

Recibieron de paz a los Padres: y entre continuos trabajos y peligros de la vida, lograron domesticar aquellas fieras, reduciéndolos primero a racionalidad en pueblos grandes, y después a vida cristiana. En 20 años de trabajos apostólicos, tenían ya formados en el Paraná abajo algunos pueblos tan numerosos, que en ellos se recogieron las gentes de cincuenta y sesenta leguas en contorno, que entonces estaban muy poblados aquellos países. Y en el Paraná arriba, encima del Salto, que llaman la provincia del Guayrá, los dos Misioneros, con otros que se les fueron juntando, formaron al mismo tiempo trece pueblos con cincuenta mil almas, en que había como diez mil familias. (A cada casado con su mujer e hijos llamamos familia: una cosa con otra suele haber cinco personas o almas. En la anual numeración que se hace de las Misiones del Paraguay siempre salen más de cuatro almas por familia, y nunca llegan a cinco).

Pasados veinte años, en que ya había en los trece pueblos del Guayrá no sólo justicia y cultura, con Corregidores, Alcaldes, oficios mecánicos, bienes de comunidad, etc., sino también iglesias magníficas, cada una con su capilla de músicos bien diestros, cuya facultad les enseñó un Padre que había sido músico del Emperador, cosa que causaba grande admiración ver a los que antes eran sangrientas fieras, tan mudados en lo racional y cristiano; vinieron a infestarles los Mamelucos de San Pablo hasta acabarlos. Hay en el Brasil, no lejos de Río Janeiro, una ciudad llamada SAN PABLO (que entonces más merecía el nombre de SAULO). Los portugueses que la fundaron, habiendo sujetado por armas los indios en contorno, que llaman TUPÍES, se casaron con las indias. Como era ciudad retirada hacia los confines de los dominios del Rey de España, según la línea de territorios echada por el Papa Alejandro VI en que se convinieron los dos Reyes, y además de esto, tenía caminos y entradas difíciles: se refugiaban a ella muchos hombres facinerosos, ladrones, homicidas y lujuriosos. Vivían con gran libertad, sin que la justicia pudiese sujetarlos. Estos salían en gruesas tropas acompañados y ayudados de los Tupíes, que les servían de criados o esclavos, a coger indios infieles para servirse de ellos como esclavos en sus ingenios de azúcar y demás labranzas. Había excomunión pontificia de que no se hiciesen semejantes violencias; pero ellos no hacían caso de eso, diciendo que iban a misión para traer aquellos infieles a que se hiciesen cristianos: siendo así que a los que se resistían en entregárselas, los mataban, y a los que traían, los herraban como esclavos, y aun los vendían por tales. Pusiéronles este nombre de MAMELUCOS, a lo que parece, a imitación de los Mamelucos de Egipto, con quienes tuvieron sus peleas los portugueses en el Mar Rojo: y allí llaman MAMELUCOS a los que en Turquía llaman GENÍZAROS.

Estos, a los principios, se contenían en coger infieles. Hicieron varias correrías en las cercanías de los trece pueblos: y servía de algún provecho, porque muchos, por huir de los Mamelucos, se acogían a los pueblos, y se hacían cristianos. Entraban también los Mamelucos a los pueblos, y afectaban devoción a los templos y a los Misioneros. Mas viendo que la caza de los infieles iba despacio, por estar separados y en pequeños aduares (que allí llaman RANCHERÍAS), y que los cristianos y catecúmenos eran muchos millares y juntos: picándoles la infernal codicia, y destituidos de toda piedad y cristiandad, entraron de mano armada en los pueblos, matando a cuantos se resistían, por la ventaja de las armas de fuego, y maniatando a todos los demás, y amenazando con la muerte y aun hiriendo a los Misioneros, que defendían como podían sus ovejas. Hicieron en esto estragos inauditos. De este modo destruyeron los trece pueblos casi del todo. Los que pudieron escapar, fueron transmigrados por los Padres a los pueblos del Paraná abajo, casi doscientas leguas distantes: y después de excesivos trabajos, por bosques y sierras, cargados de sus tiernos hijos, llegaron como cuatro mil almas, residuo de cincuenta mil. Va en el mapa apuntada al grado 22 la provincia del Guayrá, de donde salieron y eran naturales.

Como los Padres de los trece pueblos eran veintiséis o más (que procuran estar dos juntos a lo menos), y no eran menester tantos para las cuatro mil almas, oyendo decir en el discurso de la transmigración que hacia el poniente, a orillas del río Paraguay, había muchos indios no mal dispuestos para el Evangelio en el país de los Itatines, se encaminaron allá algunos. Fueron bien recibidos: y a costa de muchos sudores, penurias, fatigas y peligros (que de todo esto hay siempre mucha cosecha en Misiones nuevas, pero que lo endulza Dios con muchos consuelos del alma), en algunos años formaron ocho pueblos. Supiéronlo los impíos Mamelucos, y por el camino que por bosques y sierras habían abierto los Padres para ganar aquellas almas, fueron ellos a destruirlas. Hicieron lo que en el Guayrá, y aun mataron un Padre a balazos. Los que pudieron escapar fueron transmigrados a los pueblos dichos del Paraná abajo. Con los cuatro mil que escaparon del Guayrá, hicieron los pueblos de Loreto y San Ignacio Mirí: y con estos Itatines el de Ntra. Sra. de Fe, que se ven en el mapa.

Como el diablo por medio de los Mamelucos iba destruyendo indios, iba Dios dando otros muchos en diversos países. A este tiempo descubrió Dios la provincia del Tape, muy poblada de indios. Está este país en la cabecera del río Ibicuí, que es el que el mapa pone que entra en el río Uruguay y cerca de Yapeyú. No se apunta esta provincia, porque lo estorba el letrero de las notas, en donde pertenecía ponerla. Aquí en pocos años fundaron los Misioneros nueve pueblos grandes, que había pueblo de dos mil familias, en que suele haber diez mil almas. Aquí también vinieron los Mamelucos. No era factible resistirles, porque todos venían con armas de fuego y espadas: y los indios, aunque eran muchos más, sólo tenían garrotes y saetas de hueso de que se burlaban con sus broqueles y ESCUPILES. Llaman ESCUPILES a unas sotanas colchadas apretadamente de algodón; que no pasan las saetas. No obstante, con una estacada que hicieron en el pueblo de Jesús María, pensaron defenderse: y estando en la defensa un hermano Coadjutor con los indios, le dio una bala en una medalla que tenía al pecho, sin más daño que estampársela sin mucha molestia. Y a dos padres que estaban resguardándose con unos maderos, les hirieron, aunque no de muerte. Salieron vencedores los Mamelucos, y prosiguieron hasta asolar los nueve pueblos, con muerte de muchos indios, y cautiverio de muchos millares. El residuo transmigraron los Padres a los pueblos de Uruguay, hasta donde habían llegado los Padres del Paraná formando pueblos.

Cebados los Mamelucos con tanto botín, como la codicia aumenta las ganas de tener más, según el otro: CRESCIT AMOR NUMMI QUANTUM IPSA PECUNIA CRESCIT, prosiguieron detrás de los transmigrados hasta el río Uruguay. Viendo los Padres que no había más defensa en los indios, que la muralla de aquel gran río, y temiendo que ésta la venciesen los agresores; enviaron a España al venerable P. Ruiz de Montoya, que se había hallado en estas irrupciones del Guayrá y Tape, para alcanzar de la Corte algún remedio. Diéronse algunas providencias que no tuvieron efecto por las dificultades de aquellas tan distantes partes. Una de ellas fue permitir que los indios tuviesen armas de fuego, cosa que estaba vedada a todos los de toda la América. Como esto no costaba dificultad a otros, se puso en ejecución. Compráronse luego de los bienes de la comunidad de cada pueblo armas y municiones. Adiestráronse los indios en ellas. Vinieron los Mamelucos, y antes de llegar al Uruguay y cercanías de los pueblos, les salían al encuentro. Fueron vencidos los indios en varias refriegas, hasta que el año de 1644, habiendo juntado todo su poder en un ejército de cuatro mil y novecientos hombres portugueses y tupíes, con intento de asolar los pueblos todos, fueron del todo derrotados y nunca más volvieron. Desde entonces respiraron los pobres indios, y fueron creciendo en toda cultura y cristiandad hasta este siglo.