Comentario
CAPITULO XVIII
Trátase de algunos ritos y, ceremonias y, otras señales que
en este Reino se hallan de haber tenido noticia de la Ley
Evangélica
Las ceremonias que entre la gente de este reino hasta hoy se han visto son gentílicas y sin mezcla de moros ni de otra ninguna secta, aunque se hallan algunos entre ellas que dan bastante claro indicio de haber en algún tiempo tenido noticia particular de la ley evangélica, como se ve claramente por algunas pinturas que entre ellos se han hallado y visto (de quien habemos hecho particular mención), las cuales se cree entendieron por la predicación del Bienaventurado Apóstol Santo Tomás que pasó por este reino cuando fue a la India y de allí a la ciudad de Salamina, que en su lengua se llama Malipur, donde le martirizaron por el nombre y fe de Jesucristo, de quien dicen el día de hoy se acuerdan en aquel reino por la tradición de sus antepasados que les dijeron que muy grandes tiempos ha estuvo en aquel reino un hombre que les predicaba una Ley nueva por donde podrían ir al cielo. El cual después de haberlo hecho por algunos días y en ellos visto que hacía poquísimo fruto por andar todos ocupados en guerras civiles, se partió para la dicha India, dejando primero algunos discípulos bautizados e instruidos en las cosas de la fe para que la predicaran en la primera ocasión que se les ofreciese.
Adoran al demonio en muchas partes por sólo que no les haga mal, y así me dijo el dicho Padre que, habiéndose hallado diversas veces presente al hacer de las obsequias de algunos chinos que morían, vio que tenían pintado delante del muerto un diablo furioso con el sol en la mano izquierda y en la derecha una daga, con la cual hacía ademán de quererle herir; y que esta mesma pintura ponían cuando el tal estaba a punto de expirar, haciéndole mucha fuerza que ponga en ella su atención. Y como el Padre les preguntase la causa que tenían para hacer esto, le respondieron algunos que porque el diablo no hiciese mal al difunto en la otra vida, se le ponían delante para que le conociese y tuviese por amigo.
Lo que se ha entendido de estos chinos es que, aunque tienen muchos errores gentílicos, serían fáciles de reducir a nuestra fe si hubiese libertad para predicársela y ellos la tuviesen para recibirla. Cuando se eclipsa el sol o la luna, tienen por muy cierto que el Príncipe del cielo les quiere quitar la vida, y que de puro temor se ponen de aquel color; y aunque universalmente adoran en ellos, creen por muy cierto que el sol es hombre, y la luna mujer; y a esta causa cuando se comienzan a eclipsar, hacen grandes sacrificios e invocaciones al Príncipe dicho, rogándole que no los mate por la grande necesidad que de ellos tienen. Todos universalmente creen la inmortalidad del alma y que en la otra vida se ha de dar premio o castigo según como vivió en ésta el tiempo que estuvo en compañía del cuerpo. Por esto usan hacer muy galanas sepulturas en los campos, donde se mandan enterrar después de muertos. Cuando los quieren sepultar, matan todos los criados o mujeres a quien ellos quisieron más en la vida, diciendo que lo hacen para que vayan con ellos a servirles en la otra, donde creen han de vivir eternamente sin tornar a morir. Meten con ellos algunas cosas de comer y grandes riquezas, creyendo que todo lo llevan a la otra vida y que allá les ha de servir y aprovechar para suplir las necesidades de ella. En este propio error estaba antiguamente los indios del Perú, como lo han visto por experiencia nuestros españoles.
Hay en este reino muchas universidades y Estudios en que se enseña filosofía natural y moral y las Leyes del reino para gobernar por ellas. A las cuales invía el Rey visitadores ordinarios para que vean y entiendan el recado que tienen y para que premien y castiguen a los estudiantes conforme a los méritos de cada uno. Avergüénzanse mucho de que los vean hacer alguna cosa mala, aunque por ella no hayan de ser castigados, y es gente que admite fácilmente la corrección, como lo experimentaron el Padre Ignacio y seis compañeros, los cuales con andar siempre como condenados a muerte, todas las veces que los veían hacer reverencia a los ídolos o al diablo o otra cosa mala, los reprendían con mucha libertad, y no sólo no les hacían mal por ello, mas holgaban de oír las razones con que se lo prohibían. Contóme el dicho Padre que pasando un día por una ermita donde vivía un ermitaño a quien tenían por santo, como en el altar de ella estuviese un ídolo y delante de él un chino principal haciéndole adoración, el dicho Padre sin ningún temor se fue para él y le comenzó a reprender y escupir al ídolo, haciendo con esto que cesase la adoración: de lo cual se quedaron admirados así él como todos sus compañeros y del atrevimiento que había tenido, con que se quedó sin que por ello le fuese hecho mal ninguno, o por tenerle el principal por hombre loco, o lo que es más creíble por haber obrado Dios con su siervo y querido pagarle el servicio que le había hecho volviendo por su honra con templar la furia de aquel hombre y darle conocimiento de que era reprendido con razón.
Hanse convertido muchos chinos, así en las islas Filipinas como en la ciudad de Macao, y se van bautizando cada día dando muestras y señales de ser buenos cristianos. Los cuales dicen que la mayor dificultad que hay para convertirse todo el reino será la que harán los que gobiernan en él; que han menester particularísimo auxilio de la misericordia de Dios para venir a la fe por estar tan entronizados, tenidos y obedecidos que son dioses de la tierra. Demás de esto, ellos se dan a todos los regalos que un entendimiento humano puede pensar, por tener en ello puesta su felicidad, que lo hacen con tanto extremo, que no debe de haber en el mundo gente que en esto les llegue. Porque, demás de andar siempre en andas riquísimas y en hombros de hombres y cubiertos de seda y oro, son tan dados a banquetes y comidas y a tantas diversidades de guisados, cuantas su apetito les quiere demandar. Y espanta mucho que, con ser las mujeres de este reino castísimas y recogidas tanto como la que más, los hombres son muy viciosos, y en especial los señores y gobernadores; y como el exceso de todas estas cosas las reprende nuestra fe con tanta aspereza y terror, creo no dejará de ser gran impedimento a la entrada del Evangelio, aunque podría Dios tocarles de tal manera, que todo esto se les hiciera fácil. En la gente plebeya no había esta dificultad, antes abrazarán con gran contento nuestra santa Ley, porque será causa de libertarlos de la tiranía del demonio y de los jueces y Señores que los tratan como a esclavos. Esta es opinión de todos los que han entrado en este reino y tratado de esta materia con los chinos.
Tienen algunas cosas buenas y dignas de ser imitadas, de las cuales pondré aquí dos que, a mi parecer, son particulares. La una, que a ninguno se da oficio de gobierno por ninguna vía, aunque intervengan sobornos y amistad, sino solamente por los méritos de su habilidad y suficiencia. Lo segundo, que ninguno puede ser Virrey, Gobernador ni juez de Provincia o ciudad de donde sea natural: lo cual dicen hacen para quitar la ocasión a hacer injusticias llevados del parentesco o amistad. Las demás cosas de este reino remito a lo que queda dicho, por pasar a los demás de quien este Itinerario ha prometido hacer mención.