Época: Edad Moderna
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Mujer y educación en el Antiguo Régimen

(C) Adán Ruiz



Comentario

La Ilustración criticó el modelo educativo heredado y trató de definir, según el nuevo pensamiento, los objetivos de la educación, así como los lugares donde se debía impartir y los programas y los métodos educativos necesarios. (186)


El tema de la educación de la mujer fue motivo de polémica a lo largo de todo el siglo. Desde el primer momento hubo dos bandos bien definidos: el de los que consideraban que su ámbito de actuación tenía que ser exclusivamente el del hogar y el del cuidado de los hijos y el de los que defendían el derecho de la mujer a participar en la sociedad. "Ambos bandos tenían en común su pobre estimación del coeficiente intelectual femenino" (187)



Pese a que los ilustrados consideraron necesario extender los beneficios de la enseñanza a las mujeres, no todos aceptaron el principio de la igualdad de entendimiento. Para algunos como Rousseau, la ley natural situaba a las mujeres al servicio de los hombres, por lo que para el ginebrino, la educación tenía que estar en consonancia con la de éstos, y dirigida a agradarlos y servirlos.



Otros como Feijóo, quien en su obra Teatro Crítico dedicó un capítulo entero a la defensa de las mujeres, explicaba "Defender a todas las mujeres viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres, pues raro hay que no se interese en la procedencia de su sexo con desestimación del otro". Refiriéndose a las capacidades intelectuales de la mujer manifestaba: "Siendo así que esto no proviene de la desigualdad de talento sino de la diferencia de aplicación y uso". Y afirmaba que "si se diera instrucción a la mujer, los matrimonio estarían mejor avenidos y no se producirían los casos de adulterio o de disminución de la institución matrimonial".



El jesuita Lorenzo Hervás y Panduro, que pasó la mitad de su vida en Italia al ser expulsada la Compañía de Jesús de España, se consagró a escribir los siete tomos que componen su Historia de la vida de hombre, en la que dedicó algún capítulo a la educación de la mujer y aunque lo hizo con la mentalidad de la época, tuvo palabras muy acertada sobre las capacidades femeninas: "Las mujeres son más dóciles que los hombres; se despejan antes que ellos; sus talentos generalmente son buenos; no suelen ser de tanto ingenio como los hombres; pero tampoco entre las mujeres se encuentran tantas personas absolutamente necias como los hombres; son más juiciosas en la primera edad; se sujetan mejor y tienen más paciencia en continuar su ocupación y trabajo. Todas estas prendas las hacen acreedoras del mayor cuidado en instruirlas, porque corresponden mejor y más presto que los hombres, a todo cuanto se las quiere enseñar en la primera edad."



Camponanes era de la misma opinión, la mujer tenía igual capacidad de raciocinio que el hombre; sólo la educación que se les daba habitualmente había marcado diferencias entre ambos sexos. Tanto él como Floridablanca fueron defensores convencidos de la necesidad de la instrucción de la mujer. Por tanto, no es de extrañar que el rey Carlos III se manifestara en el mismo sentido "Hay que educar a la mujer -decía el rey de manera paternalista- a fin de hacerla capaz de participar en la política económica del país, sacarla de su ociosidad y frivolidad, que favorece el despilfarro y los gastos sin medida, para seguir la moda, y que arruinan a los maridos y amantes; quizás se llegará así a reconciliar al hombre con el matrimonio, que va perdiendo cada día más prestigio."



En el terreno del pensamiento algo más avanzado se encuentra la española Josefa Amar y Borbón, gran defensora de la educación igual e igualitaria en materia de religión y leyes civiles, pero sin perder en ningún momento el referente para el que la mujer es educada: la familia. En su Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres exponía la necesidad de que las mujeres cultivasen su entendimiento, pero únicamente para desempeñar su cargo de madres y esposas lo mejor posible. Debían ser educadas en las tareas del hogar, en las sanitarias y asistenciales. Estos aprendizajes se configuraban como elementales y generales para cualquier mujer, considerando los demás como una distracción. Aunque su pensamiento parecía limitarse al ámbito doméstico, aseguraba que con dominado este ámbito, la mujer conseguirá el aprecio social. "Si a las mujeres desde su más tierna edad, escribió Josefa Amar, como se les enseña la ociosidad, el arte de agradar, las bagatelas de las modas, se las instruyese en leer, escribir y contar, en la gramática de su lengua, en álgebra y geometría, en la lectura de historia e intereses de las naciones; si se las educase en los tratados o elementos del comercio pues tiene aptitud para ello sus entendimientos dóciles, y despejados, es innegable podrían votar en estas materias con igual discernimiento que los hombres".



Portada de la primera edición de la Enciclopedia

Portada de la primera edición de la Enciclopedia




A lo largo del siglo XVIII, estas creencias ilustradas irán reelaborándose con nuevos pensadores como el francés Barón de Condorcet -que presentó Cinco memorias sobre la instrucción pública en la Asamblea Legislativa- o la inglesa Mary Wollstonecraft, considerada como una de las madres del feminismo moderno, gracias a su obra Vindicación de los derechos de la mujer. En ella reflexiona sobre los acontecimientos revolucionarios del país vecino y sobre la situación social. Asimismo critica, desde el balcón de su obra, el proyecto de Taylleran sobre la educación de las jóvenes, por abordar el tema tal y como se había considerado socialmente desde antiguo, desde el punto de vista masculino. Ambos autores apostaron por una sociedad sin distinciones. Hombres y mujeres habrían recibido de Dios la razón para utilizarla hasta alcanzar la virtud. De ahí que consideren la educación una obligación moral y social y, por ello la instrucción femenina debía ser la misma que la de los varones, en igualdad de oportunidades. No debían ser educadas sólo para esposas, sino primero para sí mismas, después como ciudadanas y más tarde como mujeres y madres.



Aunque la intención era positiva, no lo era tanto cuando se acerquen de manera más específica al contenido de las enseñanzas. Wollstonecraft sugería que las mujeres pudieran estudiar incluso el arte de curar y la política. Condorcet, en cambio, considera posible restringir a los primeros grados la enseñanza de las niñas si el sistema completo fuese excesivo, pues para el francés no están llamadas a ninguna función pública.



Aún con todo, estas propuestas de Condorcet no llegaron a ser debatidas en la Asamblea por la evolución de los acontecimientos revolucionarios y la obra de Mary Wollstonecraft se olvidó tras su prematura muerte. La sociedad burguesa de comienzos del XIX prefirió quedarse con el modelo educativo basado en diferenciación del sexo y la clase social.