La literatura para mujeres satisfizo una demanda, pero también su propia creación contribuyó a su expansión. La lectura de las damas, empujada por la creciente alfabetización de las niñas y la mejora de la educación y la creciente oferta editorial, fue a la vez que bien recibida, conducida por moralistas y editores diversos. Pero asustaba mucho el que las mujeres leyesen, ya que hasta entonces estaba bien vista la mujer humanista lectora de obras de sabios, pero no la nueva mujer que leía por disfrute y gozo de sus propias capacidades y muestra de su control de ellas.
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A lo largo del XVIII, los argumentos advertían del peligro de que las niñas leyesen textos sin revisar y sin previa aprobación de los varones. Para los más moralistas, pese a que veían bien e incluso recomendable que la población femenina leyese, lo hacían con el propósito de formar mujeres de moral más fuerte, instruidas en sus deberes y con algo que hacer durante sus tiempos de asueto y ocio, con la lectura de textos que, como las novelas, estimulasen lo más mínimo su imaginación y dejasen de lado su moral por sueños que habían leído. Aún así, las lectoras lograron escapar de las anteojeras culturales que educadores y periodistas para que solo leyesen escritos utilitarios y moralistas.