Aunque los Incas lograron el mayor proceso de integración en el mundo andino antes del establecimiento del virreinato, no podemos desconocer la existencia de otras culturas, algunas de ellas verdaderamente ricas, en la región. En ellas encontramos algunos rasgos y patrones de comportamiento que cristalizarán en el Imperio de los Incas, pero que tienen su origen en tiempos muy remotos.
Segunda señora, Capac Mallquima. Nueva coronica y buen gobierno, página 175
En la idílica visión que el indio yarovilca aculturado Guamán Poma nos ofrece del pasado preinca, señala que en la etapa de los purunruna, en los Andes "no había adúlteras ni putas. Se casaban vírgenes, y lo tenían por honra". Ciertamente no hemos de seguir al pie de la letra el relato de un cronista que no tiene demasiado aprecio por los incas. Pero nos sirve como introducción para comprender que "había vida" antes del incario. Que aunque no sobran los datos para conocerlas, otras culturas se asentaron en el espacio andino antes de la expansión inca, y que probablemente algunas de estas culturas perduraron y coexistieron con las fórmulas impuestas por el estado Inca.
Cieza de León, en su Crónica del Perú, que describe casi en el primer momento de la presencia española la realidad que contemplaron los soldados, habla de la costa norte de Sudamérica y describe unos comportamientos que pueden llevarnos a considerar que estamos ante una cultura de tipo matriarcal. Esta afirmación se deduce de las leyes de sucesión descritas por Cieza, según las cuales en el reino de los Muiscas, en la actual Colombia, la herencia recaía sobre el hijo de la hermana.
En su recorrido por las regiones del Norte, Cieza va recopilando noticias de los pueblos que atraviesa, y nos las dejó por escrito, quizá sin entrar a valorar la verosimilitud de lo que cuenta. Entro otras cosas, nos dice que cuando moría un señor enterraban con él a sus mujeres y servidores, además de diversos objetos que necesitaría en la otra vida. También describe las costumbres antropófagas de algunos de los pobladores, que les llevaba a comerse a sus propios hijos.
En cuanto a las relaciones entre personas de ambos sexos, afirma que no tenían en gran estima la virginidad para las mujeres antes del matrimonio. Incluso podía ser un motivo de desprecio el que una joven llegara doncella a casa del marido. Así, describe Cieza que en algunas regiones de Quito,
"cuando casan las hijas y se ha de entregar la esposa al novio, la madre de la moza, en presencia de algunos de su linaje, la corrompe con los dedos. De manera que se tenía por más honor entregarla al marido con esta manera de corrupción que no con su virginidad. Ya de la una costumbre o de la otra, mejor era la que usan algunas destas tierras, y es que los más parientes y amigos tornan dueña a la que está virgen, y con aquella condición la casan y los maridos la reciben." (La Crónica del Perú, capítulo 49)
Aunque el propio Cieza señala al inicio de sus descripciones que el incesto estaba prohibido, parece que a medida que va avanzando hacia el sur esta prohibición se va atenuando, hasta que desaparece.
Es precisamente entre los muiscas colombianos donde se desarrolla una de las leyendas que darán origen al mito del Dorado. Cuentan que en la laguna de Guatavita se realizaban ofrendas de oro a una diosa que habitaba en la laguna. También estos pueblos tenían veneración a una diosa relacionada con la fertilidad, de rasgos asociados con la luna. En cualquier caso, aunque las diferentes variantes de leyendas y tradiciones hacen difícil conocer con exactitud la relación entre lo masculino y lo femenino, lo cierto es que, al menos como concepto ritual y religioso, el elemento femenino unido a las fuerzas de la fertilidad tenía gran importancia entre los antiguos habitantes de la actual región norandina.
También corresponden a la actual Colombia las piezas que constituyen el llamado "tesoro de los Quimbaya", del Museo de América de Madrid. Entre ellas se han encontrado varias figurillas de oro elaboradas con enorme delicadeza. No se sabe con certeza si estas figuras son ídolos religiosos o representan a caciques, lo que se podría deducir de su postura sedente. Entre ellas hay algunas que presentan rasgos femeninos, destacados precisamente por representar personajes desnudos, portando únicamente atributos de mando. Nuevamente son muestra de la importancia de la mujer o de lo femenino en estas regiones.