Las relaciones familiares y las pautas seguidas por las clases privilegiadas a la hora de concertar los matrimonios de sus hijas reflejan en cierto modo la movilidad social y las redes de poder que se establecían entre las familias principales. El matrimonio brindaba a los hombres de reciente fortuna -como los comerciantes- un medio de unir a los individuos y las familias en grupos y clanes de parentesco. Por lo tanto, el entorno social y geográfico de las mujeres con las que se casaban, así como la posición legal y social de éstas, era crucial para la organización y para los patrones de vida de los individuos que querían ennoblecer su linaje o entrar en los grupos privilegiados de poder.
Los matrimonios se convertían así en una manera de transformar la familia. La mujer, al hacer un buen matrimonio sacaba a sus padres de apuros económicos. A través de una adecuada política matrimonial las familias poseedoras de mayorazgos o títulos y nobiliarios procuraban acrecentar su patrimonio, al casarse con hijas de familias socialmente inferiores, pero económicamente pudientes como comerciantes o mineros. Si además enviudaba joven se encontraba con una buena fortuna y lista para un mejor matrimonio.
Sólo contadas familias entre las más distinguidas, de acreditado y limpio origen hispano, pusieron especial empeño en conservar su abolengo mediante enlaces ventajosos dentro de su propio nivel, mientras que los españoles pobres, que eran casi todos, se mezclaron sin prejuicios con miembros de las castas. Tan irrelevantes eran estas mezclas que ni siquiera se consignaban en los libros de matrimonios, en los que sólo excepcionalmente se encuentran referencias a la calidad de los contrayentes antes el último tercio del siglo XVIII. Incluso en los expedientes previos al matrimonio, tramitados en la vicaría eclesiástica, son mucho más completas las referencias a enlaces de parejas de las clases altas de la sociedad.
Los linajes de la primera época colonial supieron adaptarse a los cambios suscitados tras la crisis de la encomienda. Su tradicional desprecio hacia los comerciantes y mineros -quizá por su origen oscuro- cedió ante la fortuna con la que contaban y, a partir del siglo XVII, buscó claramente la alianza con este grupo social. Los capitales de los nuevos grupos dio aliento a los viejos linajes, de modo que las familias pudieron diversificar sus inversiones y la proyección de sus miembros. En el siglo XVIII era ya común que una familia nobiliaria tuviera un latifundio e invirtiera en el comercio y la explotación de minas. Estos negocios estaban destinados a sus hijos o yernos.
Palacio de los Marqueses de Torre Tagle (Lima, Perú)
En el caso de los comerciantes ya asentados en las grandes ciudades se observa un comportamiento similar, aunque en sentido inverso. En un primer momento, los matrimonios tienen lugar entre los de su propia clase. De hecho, la mayor parte de las esposas de éstos eran a su vez hijas de comerciantes y casi todos sus padres se dedicaban al comercio. Resulta curioso observar que muy pocas mujeres casadas con comerciantes procedían del estamento militar y prácticamente ninguna tenía padres propietarios de tierras. Las mujeres eran en su mayoría criollas de nacimiento, relacionadas con familias establecidas, con raíces locales, mientras que los esposos generalmente eran de fuera. El matrimonio era el vehículo por el cual el hombre venido de España consolidaba su posición en la sociedad.
Este patrón matrimonial que unía a mujeres criollas con hombres españoles se repitió durante varias generaciones en el período colonial. Hay muchos ejemplos de hijas de comerciantes o encomenderos que se casaban con españoles, lo mismo que sus madres. Generalmente eran jóvenes que contaban con pocos medios al llegar a las tierras americanas. Comenzaban a trabajar en el comercio y después de unos diez años se casaban en la nueva tierra, eligiendo a su esposa entre las mujeres de las familias ya establecidas.
La línea de comportamiento entre los comerciantes era casar a sus hijas con hombres jóvenes, que se estaban abriendo camino en el mundo mercantil porque suponía la continuación del negocio familiar, la introducción de nuevas energías y capital y una vida adecuada para su hija. Los comerciantes tendían a casarse con mujeres jóvenes que pudieran proporcionarles las conexiones sociales y profesionales necesarias. Sólo los más ricos, o los hijos de comerciantes establecidos, se casaban con mujeres criollas de otros grupos sociales o de otras provincias geográficas. Estos hombres más seguros en su posición económica y social tendían a casar a sus hijas con militares, burócratas o profesionales. Aunque las familias no mercantiles no brindaban el apoyo económico de las familias comerciantes, casarse con la hija de un militar importante o de un hombre de gobierno podía fortalecer la posición social de un joven comerciante.
La continuidad de las empresas familiares y comerciales en la comunidad mercantil se conseguía más a través del matrimonio de las hijas que de los hijos que seguían la misma carrera de sus padres. Normalmente era el yerno y no el hijo, quien generalmente heredaba la posición económica del comerciante, sus relaciones y sus actividades comerciales, porque aunque los aspectos materiales del patrimonio tenían que dividirse en el momento de la muerte, podían mantenerse las relaciones sociales y comerciales. Gran parte de la continuidad comercial entre las generaciones se mantuvo a través de la línea femenina de las familias mercantiles. Así se establecieron los grandes clanes mercantiles en las principales ciudades portuarias como Buenos Aires o Acapulco.
Todas estas familias nobles o comerciantes enriquecidos siempre buscaron concertar ventajosos enlaces con los que asegurar el futuro familiar y el acrecentamiento de la fortuna. El segundo objetivo era ocupar un puesto en el cabildo municipal, en los patronatos de las instituciones religiosas y de las obras pías de la ciudad.