Comentario
Las primeras generaciones de mujeres que vivieron en Manila eran españolas, algunas de ellas vinieron con sus maridos a poblar los nuevos territorios. En 1580, por ejemplo, de los seiscientos hombres que llegaron con el nuevo gobernador, Gonzalo Ronquillo, doscientos estaban casados. No todos se atrevían a traer consigo a sus mujeres, sino que preferían llamarlas cuando estaban asentados ya en las islas.
Sin embargo, parece ser que la proporción de mujeres españolas fue siempre escasa, a juzgar por la rapidez con la que las viudas volvían a casarse. Esto explica también la insistencia de las órdenes reales para que no se admitieran hombres casados sin mujeres, la constante oposición a la creación de conventos de clausura y el fomento de matrimonios con las huérfanas del colegio de Santa Potenciana.
Las esposas de los primeros pobladores ocupaban, como sus maridos un lugar privilegiado en el entramado social, lo que les garantizaba cierta posición socioeconómica en el archipiélago. Cuando enviudaban disfrutaban de las rentas de la encomienda de sus maridos, lo que les facilitaba contraer un nuevo matrimonio. Fueron frecuentes los matrimonios con viudas encomenderas, como un medio rápido de ascenso en la escala social. En principio, ambas partes salían beneficiadas. Las mujeres, por la seguridad que ofrecía un matrimonio; los hombres porque se convertían en encomenderos y entroncaban con las familias de primeros pobladores, situación que abría las puertas a los puestos de gobierno municipal u otros privilegios. En 1592 el gobernador Gómez Pérez Dasmariñas manifestaba su preocupación en una carta al rey ante estos métodos. Consideraba que estos matrimonios ponían al alcance de cualquier advenedizo unas mercedes que debían reservarse a gente con más méritos. Más duro en sus críticas fue otro gobernador, Francisco Tello, quien en 1598 se quejaba de la facilidad con que las viudas ancianas se casaban con hombres jóvenes y recién llegados, que quedaban favorecidos con importantes encomiendas. Le dolía que, a su parecer, ocuparan posiciones de privilegio "hombres ruines y vagos y quedaran defraudados los antiguos soldados caballeros honrados e hidalgos" (1).
El escaso poblamiento español del archipiélago explica la política de fomento de matrimonios por parte del gobierno. Los gobernadores favorecieron con su patronazgo, por ejemplo, al colegio de Santa Potenciana -creado en 1594 para acoger a huérfanas de los residentes españoles- y ofrecían oficios de provecho a los hombres que se casaran con las alumnas del colegio.
Esta política explica también la fuerte oposición que hubo en la ciudad de Manila a la fundación del convento de clarisas en 1623 y la negativa a que se fundara uno de dominicas en 1632 porque se pensaba que estas instituciones se llevarían a las mejores doncellas casaderas, como informaba al rey el procurador de Manila, Juan Grau y Monfalcón, en 1632: "No es conveniente que en república tan corta y tierra tan nueva haya tantos conventos de monjas, pues los hijos de los vecinos de aquella ciudad no tienen con quien poderse casar y en particular ahora que no van como solían familias de Nueva España a hacer vecindad a aquellas islas".
Aunque el papel de la mujer española durante la época colonial pasó discretamente, algunas han dejado su huella en los documentos de la época como Ana de Vera, esposa del maestre de campo Pedro de Chaves, impulsora de la fundación del convento de Santa Clara; la madre Jerónima de la Concepción que fundó el convento de Clarisas o Potenciana Ezquerra, de la segunda generación de descendientes de españoles nacidos en las islas, que facilitó el abastecimiento de pan en la ciudad de Manila con la construcción de panaderías en sus solares.
En cualquier caso, la mujer española estaba destinada al matrimonio y, dado el carácter endogámico de la oligarquía, se vio obligada a contraer, en ocasiones, extraños matrimonios de conveniencia. Ana Atienza, por ejemplo, tuvo que casarse con el suegro de su padre, Diego Morales. Ana era hija de Francisco de Atienza, un poderoso comerciante de Manila del último cuarto del siglo XVII, y de la primera mujer de éste. Al enviudar Francisco se casó con una hija de Diego de Morales y a su vez le ofreció el matrimonio con su hija Ana, con lo que quedaban fortalecidos los lazos comerciales y familiares.
La convivencia entre los tres grupos principales de población -españoles, chinos y filipinos- era estrecha, al menos en la ciudad de Manila. Sin embargo se conocen pocos casos de mestizaje entre españoles e indios. En cualquier caso no dieron lugar a uniones legales, como ocurrió en América, y los hijos usualmente quedaban en la casa en calidad criados. Pedro Sarmiento, por ejemplo, era uno de los primeros pobladores de las islas, destacado servidor de la Corona y miembro importante de la sociedad de Manila en el primer cuarto del siglo XVII. En su testamento reconoce como propios dos hijos tenidos con Ana Visaya, con la que convivió antes de su matrimonio con Elvira de Sandoval, hija de un oidor de la audiencia de Manila. El tono del testamento hace pensar en un caso de concubinato antes que de una unión esporádica, pero como en tantas otras ocasiones, los españoles preferían casarse con mujeres procedentes de su país.
Hay constancia de algún matrimonio con mestizas. Francisca de Fuentes -una de las fundadoras del beaterio de Santa Catalina de Siena- era hija de Simón de Fuentes, un español casado con una mestiza. A su vez ella contrajo matrimonio con un hidalgo que le doblaba la edad y que la dejó viuda y sin hijos siendo todavía muy joven.
Las uniones entre sangleyes (chinos afincados en Manila) y filipinas fueron abundantes. Los chinos empezaron a llegar masivamente al archipiélago poco después de los españoles. En su mayor parte, se asentaron en la ciudad de Manila donde se creó un barrio propio para ellos, el Parián de los sangleyes. Los filipinos mantuvieron con ellos un estrecho contacto porque trabajaban en sus talleres artesanales y en los pequeños comercios chinos que muy pronto se extendieron por la ciudad. Se dice que el mestizaje fue tan frecuente que ha alterado los caracteres de la propia raza filipina.
Aunque el asentamiento español en general tuvo un carácter pacífico, algunos pueblos manifestaron una gran resistencia a la hispanización: los moros de Mindanao, los negritos y zambales. Otros, como los pampangos, se destacaron por su fidelidad a la Corona que demostraron con creces durante las sublevaciones chinas de 1603 o 1639. Sin embargo, hubo alguna revuelta filipina que consiguió poner en jaque a las tropas españolas, aunque terminaran fracasando. La sublevación de los ilocanos a mediados del siglo XVIII tuvo además la característica de ser liderada por una mujer Gabriela Silang o (Estrada). Murió ajusticiada en 1763 junto con el resto de rebeldes capturados, hecho que la colocado entre las heroínas filipinas.