Época: Vida cotidiana
Inicio: Año 1000
Fin: Año 1500

Antecedente:
Vida cotidiana en la Plena y Baja Edad Media



Comentario

El desarrollo de los monasterios en la Edad Media alcanzará cotas muy elevadas, recibiendo un amplio número de solicitudes para formar parte de estas comunidades. La mayoría de los novicios eran sometidos a prueba para confirmar que su ingreso no se debía a deseos de abandonar el mundo por motivos ajenos a la religión. Esos novicios que ingresaban en el monasterio convivían en la casa de huéspedes donde aprendían a relacionarse, iniciando su vida en comunidad. Ocupaban un lugar diferente en el coro y en el refectorio aunque sus hábitos eran similares a los demás. Cada uno de estos novicios tendría asignado un monje mayor que se ocuparía de su formación.
Cuando los hermanos valoraban que las aptitudes desarrolladas por los novicios para ser siervos de Dios eran las adecuadas, pasaban a formar parte de la estructura definitiva de la orden, incluyéndose en la comunidad a la hora de comer, dormir o trabajar. La casa de huéspedes que antes ocupaban es abandonada para dormir en las celdas del primer piso, junto a otros monjes. Las normas exigen que se duerma vestido, con las ropas ceñidas al cuerpo por el cinturón. De esta manera podían acudir de manera rápida a los rezos, levantándose sin tardanza al oír la llamada. Cada tres horas las campanas de la iglesia monástica anunciaban el correspondiente rezo: a medianoche, Maitines; a las tres, Laudes; a las seis, Prima; a las nueve, Tercia; a mediodía, Sexta; a las tres de la tarde; Nona; a las seis, Vísperas; y las nueve de la noche, Completas. Si alguno de los monjes se queda dormido debe acudir rápidamente a la Iglesia y, en medio del coro, tenderse boca abajo en el suelo en señal de disculpa hasta que reciba la orden de levantarse.

Tras la hora prima se desayuna en el refectorio. Después el abad reúne a todos los monjes en la sala capitular para leer un capítulo de la Regla de la Orden y distribuir los trabajos, de los que sólo están exentos los enfermos y los destinados a importantes menesteres. Tras la labor matinal y la misa mayor, los monjes se reúnen en el claustro para pasar al comedor donde almuerzan en silencio. Su dieta consta de queso, pan, fruta, pescado y carne, aunque las normas de la orden establezcan que la comida deba ser cada vez más frugal.

Entre los trabajos de mayor responsabilidad en el monasterio estaba el de tesorero, encargado de controlar las cuentas de la abadía y de las inmensas propiedades que dependían de ella, la mayoría fruto de donaciones reales o nobiliarias. A su cargo estaban también un buen número de trabajadores laicos que habitaban esas tierras y que tenían como señor al abad. Entre los gastos debemos señalar los propios del monasterio y los relacionados con la atención de pobres y enfermos que se realizaba en los hospitales de la orden. El cillecero se encargaba de administrar la cilla, el almacén donde se guardaban los suministros; el limosnero recogía limosna por los pueblos cercanos; en la biblioteca los iluminadores y copistas trabajan en los libros. Tras la labor y la correspondiente comida, el monje dispone de tiempo libre para leer o descansar hasta que de nuevo se continúan las oraciones y el trabajo. A la caída de la tarde se cena y después continúan los rezos. La dura jornada acaba cuando los monjes se recluyen en sus celdas para descansar, estando pendientes de la llamada a la oración.