Época: Vida cotidiana
Inicio: Año 1000
Fin: Año 1500

Antecedente:
Vida cotidiana en la Plena y Baja Edad Media



Comentario

Las familias aristocráticas vivían holgadamente, mostrando un gusto muy pronunciado por el lujo y los gastos superfluos. Su vocación consistía en combatir el mal con las armas por lo que la casa noble tenía que ver con la fortaleza y el palacio. En esa mansión debía habitar una pareja conyugal para engendrar una descendencia legítima. Los hijos que se casaban abandonaban el hogar al igual que viejos y viudas, animados éstos a realizar peregrinaciones o retirarse a un monasterio o convento. La mayoría de estas casas nobiliarias tenían su torre "a fin de justificar la explotación del pueblo campesino" en palabras de G. Duby y acentuar el carácter defensivo de estas mansiones que manifiestan las características de un castillo con su montículo, foso y única puerta. En la segunda planta solía estar la zona noble donde encontramos habitualmente una gran sala con chimenea donde el señor celebraba sus festines. Las paredes estaban decoradas con tapices, colgaduras, pieles o espejos, mostrando la familia todo su esplendor con motivo de las celebraciones. Todos estos objetos eran guardados en la cámara señorial cuando no existía ningún festejo. En la sala de festejos encontramos las mesas a cuyo alrededor se celebraban los banquetes ya que comer era un acto solemne y público. No estaba bien visto comer deprisa ni en cuclillas. A continuación se encontraba la habitación matrimonial, separada con un tabique de esta sala de banquetes o incluso con un tapiz. En esta habitación encontramos el lecho conyugal, donde vienen al mundo los herederos. Al mismo nivel que estas dos salas principales estaban la cocina, las habitaciones de los hijos e hijas y la capilla. En la torre los arqueólogos no encuentran restos de vivienda lo que hace suponer que no estaría habitada, siendo sólo un símbolo de poder. La planta baja era para las bodegas y los graneros, cofres, toneles y cubas.
El señor de la casa se veía ayudado en su gestión por una serie de auxiliares domésticos. El primero era la propia esposa quien dirigía todo aquello que era femenino en la casa y controlaba las reservas y lo que entraba en el hogar. Los menesteres de la casa serían depositados en personas de confianza del señor, estableciendo continuidad en los cargos a través de la herencia. Estos hombres de confianza se situaban por encima de los demás miembros del servicio y tenían el privilegio de comer en la mesa con el señor, recibir un caballo y vestidos dignos de su oficio. A su cargo estaban los cocineros, compradores, despenseros, porteros y criados, estableciendo una compleja estructura en la que todas las piezas debían estar en funcionamiento, especialmente con motivo del lucimiento de la familia.