Época: América 1550-1700
Inicio: Año 1550
Fin: Año 1700

Antecedente:
La economía de las colonias
Siguientes:
Los impuestos personales
Las cargas a la minería
Los impuestos al comercio
Otras imposiciones



Comentario

A nivel teórico toda América, suelo y subsuelo, era propiedad del rey de Castilla, en virtud de la donación papal. El monarca cedió el usufructo de su tierra a los particulares y se limitó a cobrarles unos derechos por ello que ingresaban en su hacienda personal, la Real Hacienda. Para evitar equívocos los monarcas tuvieron buen cuidado de escamotear la administración económica de sus indias a la Contaduría de Castilla (que la tuvo en los primeros años), pues no eran bienes castellanos, sino de la persona de su rey, organizando una planta independiente con funcionarios propios. Podía así recaudar impuestos y gastarlos como le placía, sin necesidad de dar cuentas a ningunas Cortes. Esto les permitió destinar enormes sumas a sus grandes campañas hegemónicas en Europa, para las que no siempre contaba con la comprensión de los castellanos, y menos con la de otros pueblos de España.
La Real Hacienda se configuró como un aparato gigantesco y bastante eficaz que cobraba impuestos a todos los que vivían en las Indias. Colón puso en marcha el sistema con el famoso tributo indígena (un cascabel de oro al año, que luego se pudo pagar en especie) que debían dar todos los varones comprendidos entre 15 y 50 años. Los indios no pudieron preguntar por qué tenían que pagarlo, ni Colón se molestó tampoco en explicarlo. Los impuestos se hicieron luego extensivos a los españoles y finalmente a todo el mundo. Se llegó al extremo de cobrar un tributo gracioso a los mestizos e indios, por el simple hecho de haber nacido así. Los únicos que no pagaron fueron los esclavos, y esto porque sus amos aportaron por ellos. Naturalmente los indianos inventaron los más ingeniosos mecanismos para eludir la presión fiscal, algunos de los cuales como el soborno o el contrabando minaron considerablemente los ingresos reales.

La máquina tributaria constaba de dos aparatos sincronizados en España y en América. El primero estuvo centralizado por la Casa de la Contratación y el Consejo de Indias. El segundo era supervisado por los Virreyes y Gobernadores, hasta que en 1605 se crearon los tres tribunales de Cuentas de México, Lima y Santa Fe de Bogotá, además de dos plazas de revisores de cuentas en La Habana y Caracas para la contabilidad de Las Antillas y Venezuela. Su cometido, según la cédula fundacional era que "se tomen las cuentas de las rentas y derechos que a nos pertenecen en aquellos Reynos y Señoríos, a todos y a cualesquier persona en cuyo poder hubiere entrado y entrare hacienda nuestra". Es decir, controlar entidades o personas relacionadas con la hacienda real. Los oficiales de los Tribunales de Cuentas eran tres contadores de cuentas (en México y Lima se añadieron otras dos en 1629) y dos contadores de resultas. Sus enormes atribuciones hicieron que chocaran pronto con virreyes y presidentes.

Para la recaudación de los impuestos en todas las comarcas de interés económico se crearon las cajas reales, cuya función era recaudar los impuestos, pagar los costos y remitir anualmente el sobrante a la cabecera de distrito. De aquí se enviaba a la Casa de la Contratación, donde se asentaban las partidas pertinentes y se notificaba al monarca el dinero disponible. La contabilidad se llevaba con dos partidas, una de cargo y otra de data, que eran el haber y el debe. Los oficiales de las cajas eran un contador, un tesorero, un factor y un veedor. El contador llevaba el control de entradas y salidas de los distintos ramos de la caja y certificaba el movimiento de la caja. El tesorero custodiaba lo recaudado en el arca de tres llaves y efectuaba los pagos. El factor era el responsable de la venta de los productos depositados en los almacenes de la corona por tributos, comercio o decomisos. El veedor vigilaba pesos y medidas de lo tributado. En muchas cajas sólo aparecen los oficios de contador y tesorero.

La burocracia fiscal no pudo librarse de los dos grandes males del siglo XVII: la lentitud administrativa y la corrupción de los funcionarios. Los Tribunales de Cuentas se fueron alcanzando en las revisiones, llegando a estar pendientes cuentas de cinco y más años. Muchos oficiales utilizaron el dinero de los impuestos para sus negocios particulares, confiando en reponerlo antes de que se hicieran las remisiones. Otros recurrían a arrendar algunos renglones (naipes, pulque, pólvora) mediante terceras personas, siendo ellos mismos los que fijaban el cánon de arrendamiento.

Actualmente se están realizando muchos estudios sobre las cajas reales y pronto contaremos con estudios globales. La Real Hacienda recaudó un promedio anual de 57.345 pesos en la década transcurrida desde 1510 a 1520, que subieron a 519.700 pesos en la década de los cincuenta del siglo XVI. Hamilton calculó que las remesas a España entre 1503-1600 fueron de 62.666.551 pesos de minas. Entre 1536 y 1660 ascendieron a 117.386.086 pesos.

Los impuestos formaban la denominada masa común de la Real Hacienda, que podríamos clasificar como relativos a las personas, a la minería, al comercio, a los cargos y transferencias y, finalmente, a las rentas estancadas.