Época: Expans europea XVI
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Imperio Otomano



Comentario

El expansionismo militar turco no dejó de crecer desde el siglo XIV al XVII, formándose de esta manera un dilatado imperio, una potencia capaz de imponer su fuerza sobre tierras y pueblos diversos. El avance de la contundente maquinaria bélica otomana no se basó exclusivamente en su superioridad militar respecto a las comunidades sometidas; las agudas divisiones sociales, políticas y religiosas que éstas venían padeciendo desde tiempo atrás facilitaron muy mucho las conquistas de los turcos. Frente a la creciente concentración y unificación del poder soberano en la figura del sultán, afianzado por el credo musulmán, todavía más desde el momento en que asumió la dignidad califal, y ayudado por un eficaz cuerpo de funcionarios, administradores y otros colectivos sociales a su servicio, sus rivales presentaban una notable debilidad por su fragmentación política en múltiples unidades independientes que a su vez luchaban entre sí, por las profundas diferencias sociales que se daban dentro de cada colectividad, generadoras de tensiones y enfrentamientos de clases entre señores y campesinos, a lo que se unía en ciertos ámbitos los conflictos religiosos entre ortodoxos y católicos. Todo ello posibilitó sin duda el expansionismo otomano, aunque la capacidad bélica desplegada por su ejército fuera en última instancia la causa fundamental de sus triunfos.
La superioridad militar turca resultó evidente en todos los cuerpos (caballería, infantería, artillería) y tanto por tierra como por mar, aunque más notable en el medio terrestre que en el marítimo dadas las limitaciones que mostraba como potencia naval. La caballería aportada por los señores en contrapartida a los extensos dominios que habían recibido del sultán, la abundante utilización de las armas pesadas de fuego y, sobre todo, la decisiva participación de los jenízaros, tropas altamente cualificadas y preparadas especialmente para el combate, integradas en buena parte por soldados formados como tales desde la edad infantil, muchos de ellos niños cautivos cristianos que eran convertidos al Islam y adiestrados como miembros de un cuerpo de élite al servicio personal del sultán, hicieron del ejército turco una fuerza muy difícil de frenar, explicándose así su avance arrollador y casi incontenible.

Las conquistas militares se correspondían con la formación de un eficaz aparato de gobierno y administración, cuya cabeza suprema era el sultán. Jefe guerrero en su origen, a su autoridad emanada de las armas se unió su aureola de jefe religioso al entrar las tribus turcas a formar parte del Islam, su prestigio al convertirse en emperador tras la toma de Constantinopla y su dimensión de jefe de todos los creyentes musulmanes al obtener el título de califa. Dotado así de un poder absoluto, su capacidad de actuación sobrepasaba en mucho a la de cualquier monarca occidental, abarcando la supremacía religiosa además de la política o civil, no teniendo ningún organismo que mermase ni limitase mínimamente su soberanía, pudiendo incluso comportarse como déspota o tirano por las especiales prerrogativas que se reunían en su persona.

Inmediatamente por debajo de esta autoridad suprema se encontraba el gran visir, especie de primer ministro, figura de gran prestigio que, junto a otros varios visires o ministros destacados, integraban el Consejo o Diwan, cuya función era la de asesorar al sultán. La mayoría de estos altos funcionarios no fueron turcos ni procedentes de antiguos linajes musulmanes. De orígenes diversos y de ámbitos geográficos distintos, muchos habían pasado por la esclavitud tras ser apresados, siendo posteriormente liberados, logrando ascender por sus méritos e intrigas a los máximos niveles de la organización estatal. No faltaron entre ellos renegados cristianos. En contacto directo con el sultán se hallaban también un responsable de asuntos exteriores, los comandantes de las tropas, el capitán superior de la flota, algún que otro secretario de Estado, reuniéndose así alrededor del soberano una no muy numerosa, aunque sí influyente, cámara, que se completaba con los representantes de los ulemas u hombres de leyes, expertos en el Corán y asesores en materia religiosa.

Esta especie de gobierno central constituido por el sultán, el diwan y los demás asesores (políticos, militares, religiosos ...) se expandía gracias a una amplia red de poderes regionales y locales, que a su vez contaban con variadas atribuciones y en ciertos casos con bastante iniciativa como para poder actuar un tanto autónomamente, dada la gran extensión del Imperio, lo dilatado de sus fronteras y la lejanía de muchas zonas respecto a la corte califal. Por encima de los gobernadores provinciales aparecían los pachás, funcionarios de alto rango que intentaban controlar las primeras grandes circunscripciones en que se dividía el Imperio. Cada una de ellas se subdividía a su vez en provincias o "sandjaks" (casi un centenar para mediados del siglo XVI), al frente de las cuales estaban los "beys", con funciones de autoridad militar, judicial, hacendística y de policía. Abarcando un territorio mucho más amplio se encontraban los "beglerbeys", al estilo de supergobernadores, responsables de territorios específicos y de gran significación.

En el transcurso del Quinientos aumentó de forma considerable el número de funcionarios encargados de supervisar a los poderes locales, de hacer que se cumplieran las disposiciones del gobierno central y que se respetasen las leyes. Paralelamente se fue desarrollando toda una burocracia financiera organizada de forma similar a la administrativa, es decir, en círculos concéntricos a partir de la capital imperial, capaz de hacer efectivas y de inspeccionar las cargas fiscales que iban destinadas a la Hacienda estatal, medio imprescindible para hacer frente a los cuantiosos gastos que las empresas guerreras demandaban. Durante toda la etapa de expansión las finanzas públicas respondieron bien a estas exigencias, lo que ayuda a explicar su prolongada duración. De todas formas no parece que la tributación que soportaban los súbditos fuera mayor que la del mundo cristiano, sino más bien lo contrario. Los fieles musulmanes estaban obligados a pagar el diezmo de sus rentas, los cristianos la capitación y todos el impuesto territorial que gravaba los bienes inmuebles. Otras fuentes de ingresos para las arcas del Estado fueron los derechos aduaneros, las multas y las confiscaciones, sin olvidar la importancia de los botines de guerra.

El poder central hizo numerosas concesiones de feudos o zonas territoriales locales, los timars, a determinados señores. Fueron donaciones vitalicias que poco a poco se convirtieron en hereditarias, con la obligación por parte de los particulares que las recibían de contribuir con hombres armados, generalmente contingentes de caballería, para el ejército del sultán cada vez que éste lo requiriera. El número de caballeros que se aportaba desde cada uno de estos timars o señoríos territoriales estaba en proporción a la valoración de los dominios otorgados; en conjunto constituyeron una fuerza muy destacada dentro de la maquinaria bélica otomana. Los señores de los timars quedaron asimismo facultados para percibir las rentas y tributos de los campesinos de las tierras que se les donaban, pero ello tampoco produjo un hondo malestar ni movimientos declarados de protesta, ya que durante bastante tiempo predominó un clima de paz y orden dentro del imperio, a lo que contribuyó por otro lado la tolerancia que se aplicó desde los organismos gubernamentales hacia los pueblos sometidos y de otras creencias.

Los turcos fueron en realidad minoritarios en el conjunto del Imperio que lograron levantar, pero supieron atraerse a los vencidos y conquistados hasta el punto de que muchos de éstos colaboraron decisivamente en la construcción de su poderosa maquinaria de guerra y de su organización administrativa, participaron activamente en su desarrollo económico y técnico y contribuyeron con su trabajo tanto en las zonas rurales como en las urbanas al mantenimiento de su grandeza, sustentando de esta manera entre todos el expansionismo del poder militar de los otomanos.