Comentario
Existe acuerdo general en considerar que la sociedad europea del siglo XVII experimentó un proceso de polarización como efecto del endurecimiento de la coyuntura económica. El impacto de la crisis alcanzó a la práctica totalidad de las clases y grupos sociales, aunque de manera desigual. El conjunto de la sociedad se empobreció, pero ciertos sectores sacaron provecho de las circunstancias y consiguieron medrar económicamente. Los malos tiempos trajeron consigo la crispación social y la agudización de los antagonismos. Los frecuentes motines y revueltas que afectaron tanto al ámbito urbano como al rural constituyeron la exteriorización visible del creciente malestar. Los pilares de la organización social salieron virtualmente incólumes, sin embargo, de estas convulsiones, que casi nunca alcanzaron carácter general. El reforzamiento de la autoridad absoluta de la Monarquía, unida por una misma comunidad de intereses a las elites aristocráticas, resultó un buen antídoto contra cualquier veleidad de cambio y, en general, contribuyó eficazmente al mantenimiento del orden establecido. Pero la crisis forzó adaptaciones y posicionamientos que, de algún modo, representaron una cierta discontinuidad con el período anterior.