Comentario
El peso de los problemas económicos del siglo recayó de forma especial sobre los hombros de los más humildes. Las clases populares padecieron en mayor grado que ninguna otra los efectos del endurecimiento de las condiciones de vida.
En las ciudades el artesanado acusó negativamente las consecuencias de la contracción de la demanda de manufacturas y de la competencia de la industria rural. El paro aumentó. Los gremios, debido a la rigidez de sus estructuras, no alcanzaron a adaptarse a las nuevas circunstancias y, por regla general, la respuesta a la crisis consistió en la reacción corporativa. Los gremios cerraron filas en la exigencia de hacer valer sus privilegios, y ello contribuyó al enquistamiento de la institución.
En algunos países, como Francia, los oficiales y aprendices de los oficios llegaron a organizarse secretamente para la defensa de sus derechos, estableciendo lazos de solidaridad y desarrollando acciones de carácter reivindicativo. Estas organizaciones, conocidas como "compagnonnages", resultaron muy activas en las principales ciudades industriales francesas, como sucedió en el caso de Lyon. Intentaron controlar las contrataciones y presionar para mejorar los salarios. Para ello no dudaron en recurrir a la huelga. La ausencia de oportunidades para ascender al grado de maestro y el creciente control de la industria urbana por parte de grandes empresarios capitalistas contribuyeron a aumentar los factores de conflictividad laboral en las ciudades. Este tipo de movimientos ha sido justamente calificado como la auténtica prehistoria de la lucha obrera.
En el ámbito rural los campesinos hubieron de enfrentarse a los graves problemas por los que atravesó la producción agraria, pero también a la ofensiva señorial. Las condiciones de vida en el campo, crónicamente dificultosas, se agravaron aún más. Las malas cosechas y las deudas arruinaron al pequeño campesinado. A este cuadro sombrío se sumó el fenómeno de reseñorialización activado como respuesta espontánea de la nobleza ante la crisis. Los señores presionaron sobre sus vasallos al objeto de intentar mantener sus niveles de renta, al tiempo que los privaban de tierras de disfrute comunal. Muchos campesinos quedaron en la miseria y alimentaron el ejército de vagabundos que caía sobre las ciudades en busca de medios de subsistencia. En algunas áreas los campesinos lograron complementar sus ingresos mediante el ejercicio a tiempo parcial de manufacturas domésticas. La industria domiciliaria mejoró algo las expectativas de la población rural, si bien a expensas de una mayor inversión en horas de trabajo complementarias, que incrementó el grado de explotación del campesinado y lo hizo depender de los empresarios urbanos que organizaban este sistema de producción.
La coyuntura bélica del siglo incidió de manera profunda sobre las clases populares, tanto por sus consecuencias directas como por sus efectos indirectos. La guerra significaba, en sus escenarios más inmediatos, la destrucción y la desorganización de la vida económica. Pero también, en términos generales, la movilización y el aumento de la presión fiscal. La escala creciente de la magnitud de los fenómenos bélicos implicaba la necesidad de nutridos ejércitos. La demanda de hombres para la tropa se conjugaba mal con la escasez de recursos humanos resultante de la crisis demográfica. El enrolamiento voluntario, por otra parte, tendió a descender. Consecuencia de todo ello fue la apelación por parte del Estado a la movilización obligatoria de contingentes, reclutados en su mayor parte entre los sectores más humildes.
La guerra trajo también el aumento de los impuestos, que recayó sobre una población menos numerosa y económicamente debilitada. Los grandes gastos de financiación de los ejércitos recaían directamente en forma de contribuciones sobre la población pechera. La voracidad fiscal del Estado contribuyó así de forma decisiva a hacer más gris aún el cuadro de la crisis.
El resultado de este conjunto de factores desde la perspectiva de las condiciones de vida del pueblo llano fue doble. Por una parte, la agudización del problema del pauperismo y la mendicidad, que cobró preocupantes dimensiones. Por otra, la intensificación de la conflictividad y de la protesta social, tanto en el ámbito urbano como en el campesino, que se materializó en gran número de revueltas y rebeliones, extendidas por toda Europa.