Época: Asia y África
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1660

Antecedente:
Asia y África
Siguientes:
Apogeo de los sefévidas
Condiciones del desarrollo económico



Comentario

La división creciente de los mogoles desde la partición de su extenso Imperio entre los hijos de Gengis Khan, permitió la restauración de imperios que habían tenido su esplendor en el pasado. La dinastía muzafárida dominaba el Sudeste; en el Nordeste los serbedars tenían en Korazán un principado muy fuerte; en Mesopotamia, los djelairidas. En Azerbaidján, Armenia y el norte de Mesopotamia las tribus turcomanas del Carnero Negro (Kara Koyunlu), chiíes, se habían ido extendiendo, mientras sus parientes sunníes del Carnero Blanco (Akk Koyunlu) lo hacían a su Oeste, hasta imponerse sobre toda la Persia occidental sometiendo a los timúridas.
En este marco surge en las montañas de Azerbaidjan la dinastía turcomana de los sefévidas, que extrae su nombre de Safiy al-din, muerto en 1334, célebre sufí, que había convertido al misticismo a la región de Ardebil, a orillas del Caspio. Los musulmanes chiíes persas, que recogían muchos de los elementos de las antiguas religiones iraníes, se encontraban en permanente enfrentamiento con los sunníes, ortodoxos, que eran dominantes en el Imperio otomano y entre los musulmanes de la India. La tradición descentralizadora chií agradará a las diferentes tribus turcomanas entre las cuales se fue extendiendo con facilidad. La nueva dinastía Sefévida, que aseguraba descender de Alí, yerno de Mahoma, era considerada la única legítima por los doctores sufíes persas y, por tanto, su empresa era tanto religiosa como política.

Ismail fue el creador de la nueva unidad persa, perdida en el siglo VII tras la conquista islámica. En 1501 tomó el título de Rey de Reyes, "shahan sha", tras conquistar Bakú y Gulistán a los turcomanos, y Tabriz a la horda del Carnero Blanco, con lo que controló el Cáucaso oriental. Luego invadió Irak y el Irán oriental (1510). A la unión territorial siguió la religiosa, obligando a la población sunní a adoptar el chiísmo. Pese a los éxitos iniciales, el mantenimiento de la independencia persa no fue tarea fácil. En el Este los uzbekos serán una constante amenaza, con continuos bailes de territorios en los terrenos fronterizos, y en cualquier caso supusieron un freno a la expansión hacia el Asia Central. En el Oeste, el sultán otomano Selim I, preocupado por la expansión del chiísmo en el interior del Imperio, inició a su vez las persecuciones religiosas contra esta corriente, al tiempo que invadió el Azerbaidján (1514). Aunque Selim no pudo retener el territorio, la derrota infligida a Ismail supuso el fin de su política expansionista en dirección al Oeste, que sólo encontró el corolario de la ocupación del Cáucaso oriental en 1517.

A pesar del éxito en la reunión de los territorios del Gran Irán, siempre fue un problema la vertebración administrativa de las distintas regiones y de poblaciones tan diferentes como las tribus turcomanas nómadas y los sedentarios persas. Mientras fue victorioso, Ismail fue respetado como un dios por sus súbditos, que le obedecían sin discusión como descendiente de Alí. El tiempo y las derrotas pusieron de manifiesto la debilidad que implicaba esta falta de organización, tanto más cuanto que los turcomanos, que habían sido los originarios conquistadores, se sintieron desplazados frente al acaparamiento del poder y de la administración por parte de los persas, debido a la mejor adecuación de su cultura y forma de vida. Además, estaban los problemas generados por la creciente intolerancia religiosa del chiísmo y su cada vez mayor conservadurismo, pese al igualitarismo y el pacifismo de sus orígenes. Las clases religiosas fueron favorecidas con mercedes y subvenciones por los shah, como pilares básicos de su poder, pero la situación privilegiada cada vez más consolidada los convirtió en competidores frente al poder político sefévida.

Los problemas internos se pusieron de manifiesto con el shah Tahmasp (1524-1576), hijo y sucesor de Ismail, que hubo de enfrentarse con numerosos problemas de orden interno, que agravaron la difícil situación en política exterior. La dependencia respecto del ejército aportado por las distintas tribus limitaba la autoridad que el shah pudiese ejercer sobre éstas, tanto más cuanto que las tierras concedidas como recompensa a los servicios militares prestados tendían a convertirse en feudos hereditarios. Esto le creó innumerables dificultades para mantener el territorio unido, e incluso se vio obligado a trasladar la capital de Tabriz a Qazvin, al sur del Caspio, más a resguardo de las levantiscas tribus caucásicas. En 1534 hubo de ceder Mesopotamia, con Bagdad, al ejército triunfante de Solimán el Magnífico, y la inestabilidad de su frontera nordeste, amenazada por los uzbekos, le hizo abandonar definitivamente por el tratado de Amaria (1555) cualquier pretensión de recuperar los territorios perdidos.

En los años siguientes, las luchas intestinas en la familia real y el desgobierno resultante dificultarán la defensa ante los enemigos exteriores. Los turcos otomanos consiguieron de este modo dominar Georgia y el mar Caspio, y controlar así las rutas de la seda, cuyo acceso por el Norte les había cortado Iván el Terrible con la ocupación de Astrakán.