Época: Renacimiento
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Pensamiento económico renacentista



Comentario

La atención prestada a los problemas monetarios y la importancia adquirida por los Estados y las Monarquías autoritarias en Europa occidental permitieron el desarrollo de un pensamiento mercantilista. En efecto, en España no todos los estudiosos de la economía política pertenecían a la Escuela de Salamanca y, aunque atendían a los problemas monetarios en su relación con el alza de los precios, estaban alejados de la pura especulación teórica. Sin formar una corriente formal de pensamiento (algunos de ellos también pertenecían a la Escuela de Salamanca o partían de supuestos teóricos escolásticos) estaban más atentos a relacionar los hechos con la teoría, más motivados por la coyuntura económica ante la cual hacían propuestas de solución; esto es, más preocupados por la carestía de los precios y sus causas y por la fuga de metales preciosos al exterior, más alertas por conocer los mecanismos del comercio internacional español y de la balanza de pagos, más ocupados por el caos de las finanzas del Estado y de sus repercusiones fiscales interiores.
La figura más destacada de todos los analistas españoles del siglo XVI, tal vez el primer mercantilista y economista político español, fue el contador y consejero real Luis Ortiz. En su "Memorial para que no salga dinero del Reino", dirigido al rey Felipe II en 1558, se condensa todo su pensamiento sobre la situación económica de España y especialmente una novedosa y lúcida doctrina de la balanza de pagos. Para Luis Ortiz la debilidad económica de la España de su tiempo residía en su incapacidad para retener los metales preciosos procedentes de América. En opinión del contador real la ausencia de sectores productivos competentes obligaba a exportar materias primas (lana, cueros, hierro, seda) y a importar manufacturas, de tal manera que los metales huían y el país se empobrecía. La solución que proponía pasaba, en primer lugar, por prohibir o reducir drásticamente las primeras y evitar o penalizar fuertemente las segundas. No bastaba con eso. En su atinada opinión era necesario revalorizar el trabajo, crear una cultura del trabajo, puesto que en la legislación y en la mentalidad de los españoles los trabajos mecánicos o artesanales eran rechazados por deshonrosos. Todo el mundo debía ponerse a trabajar y a aprender un oficio, pues esos constituían los verdaderos tesoros. Del déficit de la balanza no sólo eran responsables los excesos de las importaciones sobre las exportaciones, sino determinadas partidas del presupuesto del Estado: los intereses que se pagaban a los banqueros extranjeros del rey, es decir, el endeudamiento crediticio con el exterior, las sumas remitidas a la Iglesia de Roma en concepto de impuestos eclesiásticos, los monopolios que la Hacienda Real había cedido a extranjeros, etcétera. Era obligado, por consiguiente, disminuir cualquiera de estos gastos y fomentar, a cambio, la producción interior, la riqueza agrícola y forestal, la navegabilidad de los ríos, etc. A juicio de Ortiz, el mantenimiento y la retención de metales preciosos que se conseguiría finalmente con esas medidas no tendría por qué generar un aumento de los precios. Alejado de posiciones cuantitativistas, para Ortiz las causas de la revolución de los precios eran otras: las excesivas reexportaciones a Indias de productos manufacturados, la especulación con la escasez de las oligarquías urbanas y la deficiente organización (sistema de transportes, proliferación de aduanas interiores y política fiscal hostil a los intercambios) del comercio español. Sus recetas para remediar estos males forman parte de lo que podríamos denominar primer mercantilismo: reforma de la marina de guerra para proteger el comercio exterior, reforma de la moneda y el sistema impositivo, creación de un tesoro de guerra, reforestación de los montes y mejora de los canales y vías navegables para facilitar y abaratar el comercio interior.

En Francia se compartía ese conjunto de ideas favorecedoras de la intervención del Estado en la vida económica, partidarias de la autarquía conjugada con la voluntad exportadora, hostiles a las clases ociosas, enemigas de la ostentación desmedida y el lujo, confiadas en la importancia del oro y la plata como forma de riqueza de una nación, atentas no sólo a la bondad de una balanza comercial favorable sino también al desarrollo de la agricultura, la industria y la minería. Pero ningún autor las recogió en una obra única y coherente como la de Ortiz. Con anterioridad a 1600 sólo Laffemas se interesó por el desarrollo de la industria francesa, arruinada después de las guerras civiles y acosada por la competencia inglesa. Los remedios propuestos por Laffemas eran mercantilistas: supresión de las importaciones de seda favoreciendo su producción interna, establecimiento de obstáculos aduaneros y reorganización de las industrias del cuero y de las sargas. Para llevar a cabo tales objetivos, Laffemas preconizaba una organización profesional sumamente estricta para lo cual era necesario la creación de organismos de control de todo el proceso productivo, integrados por oficiales, nombrados por los mismos trabajadores, con autoridad para el restablecimiento de la disciplina laboral, que hicieran desaparecer los conflictos, que lograran la abolición de la mendicidad, la fijación de salarios, la vigilancia de las costumbres, el control y la visita regular y mensual de los talleres, etc. Con todo, en el sistema de Laffemas, industrialista y corporativista, había un intento por convertir a la clase industrial en un grupo aparte, sin tener en cuenta el interés de los comerciantes y de los consumidores.

En Inglaterra el pensamiento mercantilista había tenido éxito probado. El "Compendieux", partiendo de la idea de que Inglaterra se encontraba en una posición comercial muy ventajosa, ya que podía prescindir de las mercancías foráneas mientras que las suyas seguían siendo necesarias para los otros países, se interesaba por el comercio exterior al recomendar que la cantidad de dinero pagado por las importaciones no debía superar nunca a las exportaciones, de tal manera que para aumentar la cantidad de dinero metálico en circulación era necesario practicar el sistema llamado de balanza de contratos así como el proteccionismo agrario.