Comentario
El retorno al mundo clásico experimentado en las letras italianas de los siglos XV y XVI fue un modelo para los cambios que se operaban en los diversos géneros literarios europeos. Y así como en Italia se asistió desde el siglo XIII a un áureo prólogo renacentista, en los reinos de la Península Ibérica también se produjo un claro prerrenacimiento durante el siglo XV, aunque esa aproximación al Renacimiento fuese más tardía y más superficial, pues se descarta, por ejemplo, cualquier especulación filosófica o teológica. Ya fuera a través de la colonia genovesa de Sevilla, ya por los contactos catalanoaragoneses con Italia, lo cierto es que los influjos literarios de Petrarca y Boccaccio llegaron a España en el siglo XV.
La poesía castellana en ese siglo aparece recogida en cancioneros, es decir, como poesía culta o cortesana, y en romances y canciones tradicionales que sobrevivían y se difundían sin ser escritos. Unos y otros utilizaban la música, aunque sólo los primeros, que se desarrollaron en los ambientes aristocráticos y cortesanos, evolucionaron hacia fórmulas y formas italianizantes. Precisamente, fue el primer Marqués de Santillana (1398-1458) uno de los más esforzados promotores de la traducción de clásicos como la "Iliada", el "Fedón", la "Eneida", las "Metamorfosis", la "Divina Comedia" y las obras latinas de Boccaccio, y aquél que, como prueba de tal influencia, compusiera sus "Cuarenta y dos sonetos fechos al itálico modo". Tal experiencia la extendió Santillana a largos poemas alegóricos como el "Triunfhete de Amor", de evidente imitación petrarquesca. Pero el ideal de poesía culta y de salón fue practicado por Juan de Mena (1411-1456), autor del "Laberinto de Fortuna", de clara influencia dantesca. En la prosa no relacionada con la historiografía se advierte la huella de Boccaccio en la obra de Alfonso Martínez de Toledo, el "Corbacho" o "Reprobación del amor mundano". Asimismo, la narrativa sentimental llena de simbolismos idealistas e italianizantes y destinada a un público femenino presentaba dos producciones, de estilo afectado y de enorme éxito, de Diego de San Pedro: el "Tratado de los amores de Arnalte y Lucenda" (1491) y la "Cárcel de Amor" (1492), que tienen por tema la desesperación en el amor y que usan la técnica de introducir al autor como protagonista secundario (como intermediario o mensajero) de las mismas.
En los comienzos del siglo XVI aparece la "Celestina" o "Comedia de Calisto y Melibea" (Burgos, 1499), una obra de teatro para leer en 16 actos, que marca la frontera entre la literatura medieval y la moderna. Escrita en tres tiempos y, al parecer, por dos autores, uno de los cuales sería Fernando de Rojas, no pierde por ello unidad en su desarrollo y en su estilo. La obra combina influencias: de un lado sería heredera de las comedias elegíacas medievales, esto es, estaría pensada como un juego entre pedantesco e indecente para leer y no ser representada, gracias a la viveza y popularidad de su lenguaje, y de otro sería deudora de las comedias humanísticas italianas del siglo XV basadas en Terencio y Plauto, de lo que sería una señal la elevada retórica humanista empleada en el desarrollo de la obra.
Si el tránsito de lo medieval a lo moderno en la prosa castellana es fluido, por lo que respecta a la poesía podría decirse que se produjo una auténtica ruptura con el pasado. Tanto Boscán como Garcilaso, encendidos petrarquistas, mostraron una vocación italianizante tan indudable que pasaba por ignorar la tradición inmediata. Juan Boscán (1492-1542) era un humanista por su erudición y más aún por su profesión de profesor en la Corte. Las novedades que presenta la lírica de Boscán se hallan tanto en la introducción de formas estróficas renacentistas (soneto, octava real, lira, terceto encadenado, estancia) como en la composición a la manera italiana, en su lenguaje elegante y en la inclusión de la temática clásica en su obra poética (Leandro), en su elogio del ideal burgués de vida y en el contraste del mundo cortesano.
La lírica renacentista española logra su plenitud, no obstante, con la obra de Garcilaso de la Vega (1501-1536). Renacentista por su temática poética (el amor idealizado e imposible por la muerte, por la ausencia o por el fracaso), lo es también por el refinamiento y la melodía de sus versos, por la delicadeza de sus tonos, por las sutilezas de su sensibilidad, poco comunes en la lírica castellana de entonces. La corriente italianizante triunfa con Garcilaso, y buena prueba de ello es que el soneto conseguirá con él la naturalización española y su perpetuidad. La cúspide del Renacimiento poético hispánico se completará con Aldana, Herrera, Ercilla y Fray Luis de León (1527-1591), quien ocupa un lugar destacado entre todos ellos a pesar de que su producción lírica no es muy abundante. Su formación humanística no deja lugar a dudas: traduce a autores clásicos (Virgilio, Horacio), realiza versiones de libros poéticos del "Antiguo Testamento" e imita a los poetas italianos Petrarca y Bembo. El motivo central de su lírica es el cielo como contraposición a las miserias de la vida terrenal, el cielo como objeto de contemplación (contemplar la verdad pura sin velo) y su curiosidad intelectual por desvelar los misterios del funcionamiento del Universo, que sólo se verá satisfecha con el tránsito a la otra vida (Veré distinto y junto / lo que es y lo que ha sido, / y su principio propio y escondido).
La narrativa renacentista española fue un género muy apreciado por los lectores de entonces. Los libros de caballería, pese a que este mundo ha desaparecido de la realidad, siguen teniendo mucho éxito, pues todavía se sueña con la valentía y la fuerza individual del caballero. Como antítesis de las novelas de caballerías aparece hacia 1525 y de autor anónimo una novela, "La vida del lazarillo de Tormes", que tiene como motivos básicos de su desarrollo argumental la crítica y la sátira del honor y la presentación brutal del hambre, un elemento endémico de la vida material de los españoles de aquel siglo. Su estela fue rica, pues produjo todo un género literario, la novela picaresca de la que es precursora. Conviviendo, sin embargo, con "El Lazarillo" y como complemento a los libros de caballerías aparece en España la novela pastoril, que en otros países se desarrolla en verso. Una de las más señaladas es "Los siete libros de la Diana" (1559) de Jorge de Montemayor, que arranca de una novela sentimental portuguesa, "Menina e moía" de Bernardim Ribeiro. La filosofía del género pastoril, literariamente deudora de Petrarca y de los trovadores medievales, es clara: la presentación en disfraz bucólico de las aventuras sentimentales, con un elevado idealismo de raíz neoplatónica y ficiniana, para satisfacer a un lector sentimentalmente insatisfecho a causa de los convencionalismos sociales (y el matrimonio en el siglo XVI lo es).
El género dramático español, por su parte, no adoptó plenamente las formas y temáticas renacentistas. Seguía siendo un teatro de cámara y de salón para un público cortesano y nobiliario y tenía una finalidad funcional ornamental. En cualquier caso, en la segunda mitad del siglo XVI el teatro de carácter religioso se encontraba en un proceso de clara transformación que daría lugar al auto sacramental y a la comedia clasicista. En medio de esa lenta experimentación, que dará lugar al teatro lopesco, se encuentra el teatro de temática popular y de estilo coloquial, que tendrá a Lope de Rueda como su más alto representante, y a sus entremeses, un género dramático breve (La tierra de Jauja, Cornudo y contento, Eufemia, etc.), como su creación más original.