Comentario
El bagaje informativo que tenemos para la reconstrucción histórica del Antiguo Reino (mejor que Imperio Antiguo, porque no estamos ante una organización imperial) es verdaderamente parco en lo referente a los aspectos estructurales. Por ello, debemos contentarnos con realizar una aproximación que proporcione una idea, aunque sea incorrecta, mediante los datos disponibles, un elenco seleccionado por los transmisores que no supera los límites de la casuística, convertida en teoría por la buena voluntad de los estudiosos.
En la concepción de los egipcios el faraón se encuentra fuera del orden social pues en realidad pertenece al ámbito divino, desde el que se encarga del buen funcionamiento del culto. Los sacerdotes no son más que delegados que actúan en nombre del faraón, el único que puede construir edificios sagrados. En este sentido el faraón es una institución ocupada temporalmente por un mortal que adquiere su rango divino por ejercer la función real. Esto es lo que significa el nombre de Horus, ya que en realidad el faraón es Horus, temporalmente designado con el nombre del monarca correspondiente, que suele tener un significado programático, según hemos constatado en algunas ocasiones anteriormente.
El gobierno del faraón está asistido por Maat, una abstracción divinizada como hija de Ra, que significa Verdad y Justicia, pero que en realidad es el referente del orden cósmico surgido tras la aparición del sol; Maat es de este modo la antagonista del líquido marginal, se trata de una interacción de fuerzas que garantizan el orden universal, desde el movimiento de los seres celestes a la regularidad de los fenómenos vinculados a las estaciones o la cadencia de los días y que, en consecuencia, afecta a la concordia de los vivos, que se logra a través del respeto a las relaciones sociales establecidas por los dioses en la tierra. Maat conjuga así el orden cósmico y el ético en la voluntad del faraón, arquetipo antagónico del caos exterior. Éste es pues, el fundamento de la conservadora ideología egipcia que identifica cualquier acto contra la voluntad del soberano como aberrante sacrilegio. Y puesto que la posición del faraón se basa en la explotación del trabajo ajeno, Maat no hace más que sublimar la explotación y eliminar cualquier posibilidad de reacción. El concepto de Maat es tan útil para el poder faraónico que nunca será objeto de discusión, ni en los momentos de mayor debilidad del poder absoluto.
En el Decreto de Dahshur, Pepi I distingue dos grupos sociales claramente diferenciados. Por un lado está la clase dirigente constituida, al margen del faraón, por las reinas, los príncipes, los nobles y los funcionarios; por otro, se encuentran los dependientes. Durante la V dinastía se añade a esta división un nuevo elemento, el sacerdocio solar. A partir de entonces, la cultura egipcia considera que su sociedad está integrada por tres grupos que responden a los conceptos de nobleza, sacerdocio y pueblo. Existen ciertas posibilidades de movilidad social, pero las promociones individuales no podían ser norma.
Los dependientes no pueden ser considerados como esclavos en el sentido que la Antigüedad clásica otorga al término. Se trata del conjunto de la masa productora a la que son ajenos los medios de producción y que en su calidad de no propietarios tienen mermadas sus posibilidades personales, careciendo esencialmente de derechos políticos, de ahí su falta de independencia económica y social. En su mayor parte son trabajadores agrícolas (en este sentido se habla de servidumbre territorial) susceptibles de ser reclutados para servicios obligatorios de carácter temporal, como obreros para la construcción de los monumentos faraónicos o como soldados. Una parte considerable de la población quedaba exonerada del reclutamiento porque estaba destinada a lo que conocemos como fundaciones, por ejemplo, el servicio del complejo funerario de un monarca -que abarca desde las tierras cuyo producto garantiza la perpetuación del culto y el mantenimiento del complejo hasta el personal a él adscrito- constituye una fundación. En el seno de las fundaciones se reproduce la división social, pues sacerdotes y funcionarios encuentran en ella una posición de privilegio frente a los dependientes.
Más allá del grupo de los dependientes se sitúan los atados de por vida, término con el que se designa a los prisioneros de guerra. Estos empiezan a abundar con motivo de la generalización de las campañas exteriores, especialmente a partir de Snefru. La obtención de mano de obra al servicio del estado constituye, pues, uno de los objetivos de las empresas militares, que en principio son organizadas por el faraón, pero que paulatinamente se van descentralizando en beneficio de las aristocracias locales, como expresión de la disgregación del poder central a finales del Antiguo Reino. Precisamente a partir de estas apropiaciones comienza la servidumbre personal que se va haciendo más extensa, ya que integra no sólo al enemigo exterior, procedente del mundo del caos, sino también a los hijos -preferiblemente hijas, como declara abiertamente la autobiografía de Henqu en Deir el-Gabraui- de los dependientes que viven en las aldeas rurales, es decir, en el ámbito antaño protegido por Maat, cercano ahora al caos, por el abuso de los funcionarios. Da la impresión, pues, de que la estructura social se modifica a finales del Antiguo Reino con el incremento de la esclavitud entendida no ya como individuo dependiente, sino sometido, y a ese estatuto jurídico quedarán sujetos sus descendientes, mecanismo que garantiza la reproducción del nuevo grupo social con costos menores a los de las campañas bélicas.
La mayor parte de la población estaba dedicada a tareas agrícolas, trabajaba los campos que eran de titularidad real, aunque el monarca tenía la potestad de hacer donaciones que transformaban en enajenables determinados lotes de tierra. Incluso está documentada la herencia de particulares, de donde se deduce que la propiedad privada era una realidad ya en el Antiguo Reino, aunque no podemos intuir su incidencia en el conjunto global del suelo que probablemente conocía otra modalidad, la de las tierras pertenecientes a las comunidades de aldea. En buena lógica, el proceso de unificación habría reducido o eliminado esta modalidad por la fuerza de la conquista, pero las circunstancias políticas particulares harían posible la pervivencia de estas propiedades colectivas, que quedarían gravadas en función de su productividad.
Otra importante actividad agraria es la ganadería, que ocupa una buena cantidad de mano de obra. Aparentemente el granado vive en un estado de semilibertad en los márgenes de las tierras cultivables, lo que hace difícil someterlo a cómputo para los archivos reales. Una parte de la cabaña vive en granjas agrícolas de propiedad real, que tienen como función abastecer de carne a la corte y sus dependientes. No obstante, la caza y la pesca aún participan activamente en la dieta alimenticia de los egipcios, especialmente entre los dependientes.
Las contribuciones tributarias a las que están sometidas todas las unidades de producción garantizan a la corona la obtención de un extraordinario excedente que se destina tanto para la alimentación de la clase improductiva y sustento de los trabajadores dependientes, como para asegurar los intercambios. Las relaciones del faraón con los príncipes extranjeros se fundamentan en la economía del don-contradón, procedimiento diferente a la compraventa o al trueque, que caracteriza el intercambio entre aristócratas y que es el mecanismo habitual en el Próximo Oriente hasta bien avanzado el I Milenio. Un monarca hace un regalo a un igual consistente en bienes de los que el homenajeado carece; la contrapartida no será necesariamente inmediata, pero cada parte espera ser recompensada para que no se rompa el equilibrio de los regalos. El trueque, por el contrario, es la forma de intercambio popular. Pero la actividad comercial no es el único procedimiento para obtener los bienes de los que el país carece. La guerra y las expediciones tienen la misma finalidad, según se ha adelantado ya, para conseguir, por ejemplo, mano de obra.
Los tributos y la mano de obra constituyen el elemento básico que permite afrontar los trabajos más imperecederos y que caracterizan más que ningún otro al Antiguo Reino: las pirámides. Parece una idea arraigada en la mentalidad popular que las pirámides surgen repentinamente en la cultura egipcia; sin embargo, hemos de adelantar que son producto de un largo proceso de ensayos que se van sistematizando hasta lograr óptimos resultados. Fue necesario el concurso de múltiples factores para que se produjera tan espectacular final. Por una parte, hacía falta un sistema político de carácter teocrático fuertemente anclado en la estructura social y sometido a una economía de corte férreamente centralizado; ya hemos visto cómo en Egipto se había fraguado este requisito. Por otra parte, era imprescindible la capacidad de control sobre un excedente de producción suficientemente grande como para afrontar las inversiones necesarias en la construcción. Finalmente, se necesitaba una cantidad de mano de obra apropiada para atender todos los trabajos relacionados con la construcción del monumento además de la necesaria para garantizar la producción de alimentos y los servicios relacionados con la reproducción del sistema. Las condiciones objetivas para responder positivamente a todos esos imperativos se habían ido estableciendo paulatinamente desde quinientos años antes, con la unificación del territorio. Ya se ha adelantado cómo puede ser esa la clave que justifique la diferencia funcional entre la pirámide egipcia y el zigurat mesopotámico.
En cualquier caso, la primera pirámide introduce una novedad extraordinaria en la arquitectura funeraria egipcia con el empleo de la piedra, traída desde muy lejos, frente al ladrillo de adobe. La pirámide escalonada de Sakkara está en un recinto de 545 x 278 metros, protegido por una gruesa muralla de piedra con torres al exterior. El espacio interior tiene una doble función: por una parte está al servicio del festival sed y, por otra, está destinado a servir de morada al ka de Djeser. El ka es una manifestación de las energías vitales que se libera en el momento de la muerte y que se reconoce en las estatuas del difunto depositadas en la tumba, constituyendo así un doble espiritual de su propietario con vida propia desde ese instante, de ahí la importancia de los templos funerarios.
Con la IV dinastía cambia radicalmente la forma de la tumba real, ya que en lugar de ocupar la parte central del recinto funerario, se sitúa en el extremo de una secuencia arquitectónica lineal, que arranca de la llanura aluvial, donde se construye el templo del valle. El espacio dedicado al festival sed desaparece y en su lugar se incrementa la importancia del recinto como lugar de ofrendas, sobre todo de alimentos, pero también de todas las cosas agradables para el ka del faraón, y como lugar de acogida de sus estatuas. Definitivamente la pirámide se consagra como homenaje al sol y no en vano es el momento en el que aparece Re en escena, formando parte, incluso, de la onomástica faraónica. El dios sanciona la actividad constructiva del faraón, que por medio de su fastuoso monumento se convierte en el regulador del trabajo y de la alimentación de una gran masa social. El excedente que proporciona el fertilísimo suelo nilótico permite sustraer un contingente enorme de fuerza laboral del trabajo productivo que es alimentado por medio de raciones entregadas por la administración estatal a cambio de su participación temporal en la construcción del monumento funerario del faraón. Quienes se muestren incrédulos sobre la capacidad humana para la realización de tales monumentos tienen junto a las pirámides los restos de los poblados que ocuparon sus mortales constructores.